Lorenzo Ferrer Maldonado aseguraba tener en su
casa una costilla del rey Salomón con la que podía convertir cualquier metal en
oro. Ante semejante órdago, cualquier bravuconada sería más creíble. Tal vez
por eso convenció al mismísimo Felipe II de que había encontrado el paso que
comunicaba el Atlántico con el Pacífico por el norte de América. El paso del
mar del norte respondía al mítico estrecho de Anian, que a su modo era la
piedra filosofal de la navegación porque acortaba notablemente los viajes hacia
la lejana China. Pero nadie lo encontró nunca. La costilla, por su parte, debió
de perderla porque tampoco la vio nadie, pero Ferrer Maldonado apabulló tanto con
sus fabulaciones que durante siglos se enfrentaron los que lo veían como un
genio incomprendido contra los que dictaminaban que era un embaucador. Lorenzo
nació en Guadix, en la provincia de Granada, aunque aseguraba haberse criado en
Flandes, y fue en vida matemático,
astrólogo, navegante y alquimista, pero si algo dejó a la posteridad fue su
arte en el embrollo y unas ocurrencias que sólo podían convertirlo en genio o
en farsante.
Su ‘Relación del descubrimiento del estrecho de
Anian’ sembró dudas entre la marinería durante siglos y aún doscientos años
después la corona española ordenó a la expedición de Malaspina que volviera a
investigar si algo de cierto había en aquella historia. Ferrer Maldonado aseguraba
haber zarpado de Lisboa en 1588 y puesto proa al mar del norte, donde pescan
los ingleses, haber soportado rachas de frío glacial que le congelaron las
velas a su paso por el Labrador y allí, a los 75º, describe su paso por un
estrecho con una anchura de hasta 40 leguas con capacidad para quinientas
naves, levanta un mapa y hasta tiene tiempo para charlar con los indígenas de
la zona, que según el fantasioso Lorenzo hablaban latín. Maldonado aseguró
también haberse cruzado con una nave holandesa que volvía de la China, algo que
espoleaba a la corona española porque podría estar quedándose atrás en la
búsqueda de nuevas rutas.
Por si fuera poco, la navegación de regreso la
realizó con un clima agradable, dato inaudito si tenemos en cuenta la latitud
por la que afirmaba haber transcurrido. Con este alocado viaje, Maldonado pasó
a los mares del Sur en sólo tres meses y su exhaustiva descripción abrió la
esperanza a la corona española de dominar todas las vías a las Especierías, si
era capaz de controlar el estrecho de Magallanes, al sur, y el de Anian, al
norte.
Juan
Pimentel lo ve como un embaucador impenitente en su libro ‘Testigos del mundo’,
le acusa de falsario y recuerda que, entre otras extravagancias, Ferrer
Maldonado informó a su crédula majestad Felipe III de que había encontrado el
anhelado ‘Libro del Tesoro’, donde se encerraba el secreto de la piedra
filosofal. Sus contemporáneos lo tomaron por genio cuando les presentó el
primer compás de navegación fijo aunque los integrantes de la expedición de
Malaspina no encontraron un solo dato fiable en su intento de reconstruir su
derrotero. El geógrafo francés Buache de la Neuville, por su parte, defendió la
veracidad de cada dato a finales del siglo XVIII y tanto énfasis puso en su
defensa que la corona española ordenó a un refutado marino, Martín Fernández de
Navarrete, examinar unas indicaciones que concluyeron en rotundo desmentido.
Con la mosca detrás de la oreja, la Corona
había ordenado a las expediciones de Malaspina y Alcalá Galiano que siguieran
metro a metro las indicaciones del granadino y no sólo no encontraron una sola
correcta sino que los vientos eran contrarios a la descripción y descubrieron que
el de Guadix realzaba parajes inexistentes y obviaba otros muy evidentes. Para
terminar de embrollar la madeja, el explorador noruego Admunsen decía que
encontró su camino a la fama en los parámetros indicados por Ferrer Maldonado.
A los datos del granadino se unían los dados por otro andaluz, el sevillano
Francisco Gali, que en sus viajes al extremo oriente desde Acapulco aseguraba
tener sospecha de una fuerte corriente de agua que explicaría la cantidad de
ballenas y grandes atunes que encontraba en su camino. Sin embargo, las descripciones
de Gali y Maldonado eran totalmente incompatibles y los de uno impedían los del
otro. El estrecho existía pero se llamó de Bering en honor a un danés que
sirvió a la corona rusa y el recuerdo del granadino quedó unido para siempre al
de un liante de tomo y lomo.
Bibliografía
Testigos del mundo: ciencia, literatura y
viajes en la ilustración, Juan Pimentel, Marcial Pons Ediciones de Historia, Madrid,
2003
Examen histórico crítico de los viajes y
descubrimientos apócrifos del capitán Lorenzo Ferrer Maldonado, de Juan Fuca y
del Almirante Bartolomé de Fonte, por Martín Fernández de Navarrete, 1848.
©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
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