El
20 de enero de 2003, a eso de las once de la mañana, la policía de Gibraltar me
detuvo cuando cubría una acción de la organización Greenpeace y me encarceló
durante siete horas. No fui el único: éramos dieciocho tipos y tipas de lo más
variado: había equipos de televisión, de la prensa escrita, fotógrafos y, por
supuesto, los activistas de la organización. Los ecologistas querían protestar
por la práctica, habitual en las aguas de la bahía de Algeciras, del llamado
bunkering, que no es otra cosa que el repostaje de combustible de un barco a
otro, una maniobra, que según Greenpeace, 'es muy arriesgada porque provoca
vertidos de hidrocarburos al mar con mucha frecuencia'. El bunkering se realiza
generalmente con gabarras que cargan alrededor de cinco mil toneladas de
grandes buques que llevan, a su vez, otras ochenta mil toneladas. El trasvase
se hace del buque grande, conocido como gasolinera flotante, a la gabarra, que
buscará luego un buque necesitado de combustible para aprovisionarlo. El
estrecho de Gibraltar es la zona con mayor tráfico marítimo de España, y uno de
los más transitados del mundo: sólo en 2008 surcaron estas aguas más de 106.000
(ciento seis mil) buques, muchos de ellos gaseros, petroleros y grandes
mercantes. Un motivo más que suficiente para justificar que en estas aguas se
suministre un tercio del combustible de bunkering de toda España.
Los
ecologistas pretendían trepar por el casco de un desvencijado buque, el
Vemamagna, al que acusaban de poner
especialmente en peligro las aguas de la bahía de Algeciras por su estructura,
era un monocasco, y por su antigüedad, se construyó en 1978. En la zodiac donde
yo viajaba, dos activistas se agazapaban a la espera del momento de subir como
salamanquesas por el desvencijado casco del buque maldito. Pero la cosa no
resultó fácil. La policía llanita (así se conoce a los gibraltareños en la
región) debió de sentir un escalofrío cuando, muy de madrugada, vio llegar
procedente de Tarifa (y más aún porque el barco zarpó de la ciudad de Cádiz la
noche anterior) al Esperanza, uno de los buques emblemas de la organización
ecologista. Las zodiacs de la policía gibraltareña se agitaban nerviosas en la
bocana de su puerto, asomaban los morros con cierto enojo y, a pesar de que el
Esperanza estaba fondeado en mitad de la bahía de Algeciras, los guardias de su
Muy Graciosa Majestad comenzaron a dejarse ver como aviso. Cuando las dos
zodiacs con activistas y prensa se echaron a la mar, los policías se lanzaron a
degüello: embestían con lanchas rígidas y semirígidas a las indefensas zodiacs
y una de ellas, cargada sobre todo con prensa, no tardó en caer en sus manos.
Por supuesto, en aguas que si no eran internacionales debían de ser españolas.
Y por supuesto, la guardia civil observaba con suma atención el desarrollo de
los acontecimientos desde el interior de la bahía de Algeciras. No podía pasar
desapercibida una espectacular persecución marina sorteando grandes buques y
con embarcaciones pequeñas repletas de tipos con cámaras.
Las aguas de la bahía de Algeciras se convierten a veces en un laberinto de grandes buques |
El
bunkering es, seamos francos, un negocio para todos en la bahía de Algeciras.
El 60% de la tarta está en manos de CEPSA, a través de su filial CEPSA Marine
Fuels. Junto a ella, REPSOL, es la otra gran suministradora en la bahía
algecireña. Para terminar de rizar el rizo, en Gibraltar, la gran denostada por
este negocio, los amos del negocio son Gibunco, compañía del Peñón, y CEPSA
(Gibraltar) Ltd. CEPSA, pues, es el gran padrino del bunkering en las aguas
gibraltareñas. El negocio es tan suculento que incluso la Petrolífera Dúcar,
que presidió durante algún tiempo el ahora ministro ( y accionista, por cierto)
Miguel Arias Cañete, suministraba combustible a la empresa Vemaoil,
precisamente la propietaria del Vemamagna que los activistas de Greenpeace
soñaban con desvirgar. Aquí podéis leer más sobre este negocio tan hipócrita: Greenpeace
Con
la mayoría de nuestros compañeros detenidos, y trasladados al puerto de
Gibraltar desde aguas españolas con cierta anuencia tácita de las autoridades
españolas (que seguían mirando desde lejos), las embarcaciones gibraltareñas se
emplearon a fondo para neutralizar nuestra embarcación. Claro que el piloto que
la manejaba tenía una fabulosa habilidad para torear a los llanitos y los
policías, liderados por un tal Jimmy Ignacio, se fueron calentando conforme el
austral les ponía una banderilla tras otra. Tanto debieron de sentirse
ultrajados que sus acometidas subieron de intensidad, ya no pretendían obstruir
el paso sino que sus embestidas buscaban hacer daño.
Por
ejemplo, no pongo fotos del incidente porque los llanitos me destrozaron la
cámara en uno de sus intentos. El compañero de Telecinco tampoco pudo contarlo
a su cámara porque el micrófono estalló como un globo cuando una semirígida se
lo llevó por delante. Tampoco Canal Sur pudo grabarlo porque la cámara acabó
flotando en el fondo de la zodiac y soltando chispas. Por lo que a mí refiere,
la única grabación que merece la pena fue la de Antena 3 porque salgo con cara
de lelo saludando a la redactora de esa cadena: hoy es mi pareja y tengo dos
hijos... La violencia de las acometidas fue creciendo conforme pasaban las
horas, pues al menos fueron dos de dimes y diretes, hasta que, por fin, el
piloto consiguió lo que parecía imposible: darle el esquinazo a los policías,
permitir a los activistas encaramarse al casco del Vemamagna y coronar el buque
de la discordia con varios carteles: 'OIL HAZARD' y 'PELIGRO, PETRÓLEO'. Los
activistas habían triunfado, se habían reído de los policías gibraltareños y
las banderas ondeaban alegremente sobre la bahía de Algeciras. Nos acercamos al
buque nodriza, el Esperanza, y hasta pudimos subir las cintas y carretes que
demostraban la extraña hazaña. Claro que eso fue lo último que pudimos hacer
porque, espoleados por su fracaso, los llanitos se lanzaron con todo hacia
nuestra embarcación y detuvieron a la heterogénea tripulación.
Juan
López de Uralde, que era el director ejecutivo de Greenpeace (y ahora es el
líder de la formación política EQUO) declaró que esta reclamación pretendía 'la
prohibición total y urgente de los buques monocascos y el establecimiento de un
nuevo régimen de responsabilidad ilimitada', una pretensión que hay que
contextualizar en los meses posteriores al hundimiento del Prestige frente a
las costas gallegas. Ahora, casi una década después, el problema se ha disuelto
en el olvido pero el bunkering no. De hecho, en Algeciras se dan los últimos
retoques a VOPAK, una terminal terrestre que pretende competir con el bunkering
gibraltareño desde la costa. La nueva terminal asegura que al aprovisionar desde
tierra se eliminan muchos riesgos medioambientales aunque sin el control de las
aguas y de la responsabilidad puede ocurrir lo contrario: que las gasolineras
flotantes reposten en tierra y revendan el combustible en Gibraltar a un precio
inferior al de la terminal misma. Sea como sea, los grandes especuladores de
combustible no van a quedarse de brazos cruzados. La asociación Verdemar
sospecha que los gibraltareños están rellenando una gran superficie de tierra
ganada al mar para habilitar un nuevo espacio de bunkering (aunque los
pescadores de La Línea creen que lo que se levantará lo que llaman 'El pequeño
Mónaco', un fantasioso proyecto de hoteles y casinos en la cara oculta del
Peñón).
Mientras
nos trasladan a los calabozos de Gibraltar, los policías llanitos nos muestran
su enojo: la persecución los ha dejado en ridículo, a pesar de que la mayor
parte de las carreras se han desarrollado en aguas españolas, y no aguantan ni
la mínima. Al compañero de Telecinco lo apartan y le pegan un sonoro bofetón.
Al cámara de Antena3 lo miran con inquina pero sus dos metros de largo los
intimida y prefieren denunciarlo por resistencia a la autoridad. Todos,
activistas y prensa, terminamos en los calabozos del Peñón, una experiencia
extraña y chistosa, con guardias que nos observan por rendijas y que permiten a
los peligrosos reos salir a fumar 'un ratito' para relajar la situación.
'Señora agente', le digo a través de la puerta, 'que me meo y aquí hay mucha
gente', 'bueno, te acompaño', dice con el característico acento gibraltareño mientras
abre una puerta chirriante. La agente en cuestión medirá metro cincuenta como
mucho, pasa del inglés de la Reina al andaluz gaditano con una facilidad que
más que pasmosa es pasmante. El habilidoso piloto de la zodiac, con más callos
que el resto, se acomoda en un rincón y dormirá durante todo nuestro
caricaturesco cautiverio. A las siete horas de encierro un agente me pide salir
de la celda. 'Vamos a ficharlo', me asegura, y yo le pregunto, '¿puedo
negarme?', 'sí, claro, usted puede negarse', 'pues me niego', le digo, y el
tipo me mira de arriba abajo y me dice, 'bien, entonces es usted libre', con un
deje británico de Morón de la Frontera. A las puertas de la prisión de juguete
también hay una demostración de juguete: una decena de independentistas
gibraltareños grita insultos contra la prensa manipuladora que pretende
arrebatarles la independencia. Los miro con desgana y veo que, tras de mí, los
informadores españoles comienzan a salir con cuentagotas.
Para
terminar de enredar la madeja, la comisión encargada de la Comunidad Europea
asegura carecer de pruebas que demuestren que las actividades de bunkering
realizadas por compañías llanitas violen la normativa comunitaria.
El
espectáculo, mientras tanto, sigue al alcance de la mano. Olvidada ya la
persecución, el encarcelamiento, los agentes llanitos guasones y a los
radicales gritones, en la bahía de Algeciras se desarrolla un drama de
proporciones épicas y con una estética capaz de satisfacer al más exigente de
los directores artísticos. Decenas de grandes buques convierten las aguas de la
bahía en un laberinto de petroleros, mercantes, transbordadores, veleros,
pesqueros, lanchas recreativas, buques oceanográficos y hasta alguna que otra
planeadora cargada de grifa del otro lado del estrecho. Los bañistas de las
playas del Rinconcillo o de Getares acuden cada mañana con un nudo en la
garganta: puede que hoy lleguen galletas de chapapote, puede que sean medusas,
tal vez una mancha de aceite, tal vez desechos de las sentinas, puede que salte
el levante y deba graparse el peluquín. Si consiguen evitar los obstáculos, las
aguas tranquilas y mansas de la bahía de Algeciras seguirán meciéndose sumidas
en su propia dinámica, ajenas a las cuitas de los hombres, recibiendo aguas del
Mediterráneo para escupirlas al Atlántico, o viceversa, aplaudiendo a los
delfines, a las ballenas y a los atunes, importunadas tan sólo de cuando en
cuando por una patera cargada de carne humana, de hachís envuelto en fardos de
arpillera, por una viscosa solución de chapapote, por el ruido de los motores
fueraborda, por el pataleo feliz de los niños en las playas.
© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
que grandes sois, coño!! :))))
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir la experiencia... sois muy grandes (la mezcla de periodistas/activistas creo que está en deshuso en nuestra España del demonio) Animo y a seguir contando batallas...:)))
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