Al sur de la más extraña de las islas
indonesias se construyen los barcos más artesanales que imaginarse uno pueda.
No tienen clavos de metal, no se construyen siguiendo un plano, cada pieza se
moldea sobre la marcha según la necesidad del momento. Los geniales ingenieros
navales caminan descalzos sobre las arenas de coral de la playa de Tana Biru,
al sur de Sulawesi, la que aquí conocemos como Islas Célebes y que en el mapa
tiene forma de orquídea, una playa lánguida apoyada en un macizo coralíneo que
se hunde poco a poco en las profundidades del mar de Célebes en una explosión
de tonos azules.
Encaramado sobre un andamio de bambú un
muchacho golpea el casco de un buque de madera con un martillo de madera. La
madera del martillo choca contra la madera de los clavos, alineados en líneas
irregulares sobre los tablones del casco de madera. Del interior del puente de
algo que parece una nao asoman dos obreros fumando sendos cigarrillos verdes.
En la lejanía resuena una sierra mecánica: ¡ah, hay truco! La pureza total no
es posible hoy día y los ingeniosos ingenieros acuden a los taladros, a las
seguetas, al vil metal, pero sólo de cuando en cuando. Los geniales ingenieros
calculan a ojo los agujeros que excavarán en el casco del ‘pinisi’, aspiran
serios sus cigarrillos con olor a clavo y, sin más ayuda que su intuición,
horadan la pared con un destartalado taladro enchufado no se sabe muy bien a
dónde.
Los geniales ingenieros navales pertenecen a
la tribu de los Konjo y arrastran desde tiempos inmemoriales esta tradición tan
artística: de hecho, sus barcos surcan los mares y océanos vecinos y su fama se
extiende en todas direcciones. En un cobertizo, dos japoneses me miran
divertidos. ‘Es tan barato construir el barco que nos hemos venido a vivir aquí
hasta que lo terminen’, dice el más decidido, ‘aún así, con estancia y todo nos
gastaremos diez veces menos de lo que nos pedían en Japón’. ¡Y es artesanal,
hecho a medida, ante tus narices! No hay duda de que los japos han triunfado:
viven como robinsones, vigilan las obras, retozan en la arena, el cartel de su
proyecto ondea en una pared: Nagasaki Dream.
Dicen que los primeros pinisi fueron hechos
por imitación de los grandes barcos de la flota holandesa que colonizó parte
del archipiélago, en el siglo XVI, un dato que parece abrir de pronto los ojos:
ahora me parecen navíos europeos, a su manera, claro, pero con esos puentes,
esos mástiles... Claro que no es una verdad inmutable porque hay quien asegura
que ya existían antes de que los holandeses empujaran de malos modos a los
portugueses de sus preciadas islas de las especias, y que los navíos árabes
sirvieron de modelo antes de la llegada de tanto europeo.
El caso es que los hábiles Konjo construyen barcos con hasta cincuenta metros de largo, verdaderos dinosaurios marinos, aunque el paso del tiempo les ha ido dejando sin madera, sobre todo la de teca, antes tan preciada y ahora al borde de la desaparición, y ahora hacen menos barcos que antaño: incluso emigran a otras islas, Borneo sobre todo, para aprovecharse de la abundancia de bosques y maderas para su más preciado don: el de la ingeniería naval.
El caso es que los hábiles Konjo construyen barcos con hasta cincuenta metros de largo, verdaderos dinosaurios marinos, aunque el paso del tiempo les ha ido dejando sin madera, sobre todo la de teca, antes tan preciada y ahora al borde de la desaparición, y ahora hacen menos barcos que antaño: incluso emigran a otras islas, Borneo sobre todo, para aprovecharse de la abundancia de bosques y maderas para su más preciado don: el de la ingeniería naval.
Hasta mediada la década de los setenta del
siglo pasado, los pinisi navegaban por Indonesia tan sólo con velas pero un
buen día llegó el motor. Y revolucionó la industria y hasta los nombres. Ahora
son los KLM, como las líneas aéreas holandesas, pero que no es más que el
acrónimo de Kapal Layar Mesin, que significa 'barco a motor'. Una innnovación
que obligó a los ingenieros descalzos de la tribu de los Konjo a introducir
algunas variantes en la estructura de los cascos porque ni los holandeses del
siglo XVI ni los árabes de siglos anteriores soñaron jamás con este invento.
Tal vez por tanta madera y tanto diseño del siglo de Oro me parece rara esa
hélice, ese motor, ese puente con los huecos dispuestos para los ingenios
electrónicos. Innovaciones que desconocían los primeros Konjo que utilizaban
estos barcos para seguir los vientos monzónicos en travesías de hasta seis
meses, siempre al oeste, para más tarde emprender travesías de otros seis
meses, siempre al este, para dejar Sulawesi, la isla con forma de orquídea,
siempre enmedio.
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