¿Qué se puede esperar del hijo mayor de
un indio quichua pobretón y buscavidas con nueve hermanos y una madre siempre
embarazada? Pues que salga otro indio quichua pobretón y buscavidas, que se
dirija al blanco con el humillante ‘patroncito’ como prefijo de cualquier
frase y que, si tiene alguna habilidad con sus toscas manos, elabore vistosas
artesanías que malvenderá a turistas entusiastas del regateo. El pequeño
Oswaldo, desde muy pequeño, sintió la imperiosa necesidad de expulsar de sus
inquietos dedos líneas y líneas y más líneas y aún más líneas de retratos de su
mamá, caricaturas de compañeros, paisajes del Quito antiguo, copias de actores
que veía en carteles de cine, esbozos de pájaros y árboles y gente anónima que
pasaba ante sus narices. Y tantas líneas se desprendieron de sus mágicas manos
que Oswaldo encontró el modo de despojar a las figuras de su carne y de sus
ojos y de sus rasgos y hasta de su humanidad para presentarlas descarnadas,
retorcidas, suplicantes: el pequeño indio quichua hijo de un pobre indio
quichua halló la piedra filosofal del retrato y nos regaló el mudo grito del
desesperado. ¿Y cómo puede triunfar en un arte tan de blancos un pequeño indio
quechua hijo de un indio quechua pobretón y buscavidas?, se preguntó su propio
padre cuando el pequeño Oswaldo, mientras lanzaba líneas y más líneas y aún más
líneas, le suplicó anhelante, al modo de sus figuras más descarnadas, su deseo
vital, el propósito de su vida, su único objetivo: papá, quiero ser artista.
Y a fuerza de soltar líneas y más líneas
el pequeño Oswaldo refinó sus ángulos, afiló sus curvas, imitó a los clásicos,
conoció la infinita variedad cromática y hasta esculpió poesía en sus lienzos.
Oswaldo, sin embargo, no alcanzaba la felicidad, a pesar de sus logros y proezas
y de la sentida admiración de sus compañeros de estudios porque el pequeño
indio quichua hijo de un indio quichua pobretón y buscavidas vivía en una
montaña pobre, olía aún los rescoldos del Quito precolonial quemado por el
capitán Rumiñahui antes que cederlo al cateto mataburros del vil Belalcázar,
Oswaldo sentía el odio insuflado a sus vecinos por los descendientes de
aquellos conquistadores, un odio feo y mezquino que enfrentaba a los quichuas
con sus gobiernos quichuas, con sus vecinos peruanos quichuas, con un deforme
pasado quichua, un odio que terminaba en guerras y revueltas y algaradas y
afilaban más aún los rasgos suplicantes de sus cada vez más impresionantes
retratos. Y el pequeño indio quichua hijo de otro indio quichua pobretón y
buscavidas consigue, línea a línea, su título de artista, de pintor y escultor,
y hasta de arquitecto, expone en Quito y esparce el escándalo por la ciudad,
por los valles de los incas y por las tumbas de los patroncitos: ¿quién se cree
este indio que contradice los sagrados argumentos de los clásicos pintores que
reproducen con sagrada habilidad las no menos sagradas figuras de Nuestra
Señora de Quinche? La fama del indio quichua se expande por los cuatro puntos
cardinales, sus ecos llegan al poderoso Rockefeller, que lo patrocina, como
buen patroncito que es, y que, como mejor millonario con olfato, le compra
varios de sus mejores cuadros.
El pequeño indio ya no es tan pequeño y
su tamaño crece en los Estados Unidos bajo el manto del poderoso capitalista de
chistera y puro, crece en México bajo las alas del gran muralista José Clemente
Orozco, crece aún más cuando conoce a Pablo Neruda y se embarca en un viaje
iniciático por toda Sudamérica para conocer la realidad de esos otros indios no
quichuas pero igualmente pobretones y buscavidas. Si sus cuadros tenían el
brillo comprometido del que conoce las penurias de la calle, y que irritó a sus
vecinos cuando pintó Niños Muertos, ahora consigue teñirlos del dramatismo
reservado sólo a los pinceles de los más grandes. El público y la crítica y los
más reconocidos pintores ya no lo ven como aquel pequeño indio quichua hijo de
un indio quichua pobretón y buscavidas sino que ahora es un gran artista capaz
de insuflar a sus líneas y más líneas un matiz nuevo y único, la diferencia que
vio el privilegiado ojo de Rockefeller cuando sus vecinos se incomodaban y lo
criticaban por alejarse del molde de Nuestra Señora de Quinche. Oswaldo ya no
es indio y ni siquiera es Oswaldo: ahora es Guayasamín, su enrevesado apellido
indio que ya suena a música y a grito descarnado, el Ave Blanca Volando
(Guayasamín en quichua), el gran artista, el muralista, el escultor. El artista
que retrata a Fidel Castro, a García Márquez, al rey de España, a Carolina de
Mónaco. El artista al que llueven premios internacionales, el artista que pinta
un mural de ciento veinte metros en el madrileño aeropuerto de Barajas, en el
parlamento de Sao Paulo y en la sede de la UNESCO, que expone en Brasil, París,
Varsovia o China, el artista al que todos quieren conocer, el amigo de Salvador
Allende, del Che Guevara, el dueño de una boutique en Miami, el maestro
admirado de los jóvenes que acumulan líneas en sus manos.
Pero Guayasamín nunca perdió su nombre
ni su memoria ni su angustia vital de cuando suplicaba a su padre que le
permitiera soltar esas líneas que le quemaban en los dedos de sus manos,
Guayasamín siempre fue Oswaldo, el niño indio quechua que se horrorizaba con la
pobreza de sus vecinos, con los enfrentamientos resentidos de su pueblo, el
joven que se horrorizaba con las guerras mundiales, las guerras civiles y hasta
las regionales, el horror mudo de las torturas de las dictaduras de su querido
continente, con los campos de concentración australes y las fosas comunes (de
tantas que llegaron a ser), de los perseguidos y de las mentiras que
agujereaban las tierras que hollaron sus antepasados. Oswaldo Guayasamín murió
lejos de sus vecinos y de sus carencias, murió en Baltimore, en los Estados
Unidos, pero murió grande y reconocido, murió como el Pintor de Iberoamérica,
murió para dejarnos la huella de un artista que ahora llega a Cádiz como el Cid
Campeador, sin espada, sin Babieca, a lomos de su pincel y de los gritos mudos
de todos los que en este mundo sufren.
Para saber más de Oswaldo Guayasamín pulsa aquí.
sanchezhachero@hotmail.com
Un placer enterarme de este indio quichua, pobretón y buscavidas por aquí. ¡Slds!
ResponderEliminarPD.: chequea el enlace.
gracias!
EliminarJoder... Casi lloro.. Que gran ejemplo de superación. Un artista,si señor !
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