Don Leo Siegfried Kopp descubrió a
ojos de los colombianos la bebida por excelencia, la única que en muchas
gargantas entra, la espumeante y chisposa birra, la cerveza que sus parientes
producían allá en los landers de la lejana Alemania. Y el descubrimiento se
colocó, para muchos colombianos, en la cúspide de las grandes ideas que en este
mundo han sido, tal vez a la altura de la rueda, del pantalón con perneras o de
las gafas de lejos. Don Leo convenció a sus vecinos de que la cerveza mejoraba
al maíz fermentado con el que se embriagaban los varones del lugar y que los
volvía idiotas (eso decía) pero con muchas ventajas que debían de considerar
seriamente: era una bebida sana que ayudaba a curar las enfermedades del
estómago, el insomnio, sublimaba la leche materna en las madres de lactantes,
confería energía a los trabajadores y mejoraba, en general, el mundo gracias a
esa chispita tan chévere que te hacía incluso bailar cuando estabas tristón.
Frente a ella colocó la chicha, ese maíz fermentado del que hablaba antes, una
bebida que se veía ahora como fea, producto del masticado antihigiénico de los
granos del cereal, una bebida espesa y con trocitos de sabe dios qué cosa que
nada serio podía oponer a la rubia bebida de los rubios alemanes. Y don Leo
Siegfried Kopp, con su esposa la señora doña Mary Castello, fundaron el 4 de
abril de 1889 la Sociedad Kopp y Castello, germen de otra empresa llamada Kopp
Deutsche Brauerei Bavaria que hoy, con el paso del tiempo, ha perdido la
complicada palabrería germánica para ser conocida, simplemente, como 'la
Bavaria'.
En el cementerio central de Bogotá
reluce brillante y dorada su estatua, al estilo del Pensador de Rodin,
deslumbrante en su amarillo y escondida su musculosa figura tras una auténtica
selva de ramos de flores. Una larga cola indica dónde yace el insigne alemán,
el cervecero, una larga cola de devotos y creyentes, de desesperados, de gente
con alma de cervecero, imagino, que espera paciente su turno para abrazarse a
la figura del alemán y confiarle en voz baja sus secretos, sus desvelos, sus
desvaríos y hasta sus aspiraciones. El rey de la cerveza cumple con sus fieles,
me dice una señora, es muy milagrero y hasta consuelo presta.
Nadie hubiera pensado el 14 de
agosto de 1858 en la pequeña localidad alemana de Offenbach que aquel
pequeñuelo al que llamaron Leo llegaría un día a levantar un imperio cervecero
a dos mil seiscientos metros sobre el nivel del mar Caribe, en lo alto de los
Andes, en la ciudad de Bogotá. Y mucho menos que el tal Leo llegaría a convertirse
en santo sin más religiosidad que la que confiere la ingesta exhaustiva y
alegre de centenares de litros de aquel brebaje amarillo que conquistó las
almas de sus vecinos. Pero así fue, porque hoy don Leo, a pesar de que lleva
décadas enterrado, es un imán para los bogotanos y su estatua, de un estridente
color dorado, recibe la visita multitudinaria de viudas desconsoladas, de
aspirantes a un empleo, de jóvenes enamoradas, de vecinos mal avenidos, de
estudiantes fracasados, de sospechosos señores de jerseys deshilachados, de
aficionados al fútbol enfadados con su equipo, de cualquiera que tenga una
cuita. Don Leo, alemán, judío y masón, no podía sospechar en aquel momento que
su idea sería tan celebrada que su tumba sea hoy un motivo de peregrinación y
que su estatua, la rechinantemente dorada, un paño de lágrimas y un altavoz
hacia el otro mundo. Mientras sus paisanos judíos y masones eran vistos ya con
recelo por el enano austríaco del bigotín, don Leo producía cerveza a mansalva
y sus vecinos comenzaban a sentir adoración por aquel prohombre. El joven Leo
llegó a Colombia con su hermano Emil, hacia el 1886, atravesando Venezuela y
atraído por los cantos de sirena que el gobierno local había lanzado al mundo,
esperando recibir jóvenes bien formados y
especialistas en las profesiones que triunfaban en todo el mundo pero
que no eran capaces de subir las empinadas cuestas que comunicaban con la
anticuada Bogotá. Don Leo Kopp llegó, miró y venció al encontrar a la atractiva
joven de ojos lánguidos, la bella Mary Castello, con la que triunfó en el mundo
de las bebidas espumeantes y ligeramente achispadas.
Y don Leo montó su propia fábrica,
construyó casas para los obreros, levantó media ciudad para crear una
incipiente red hídrica de agua potable, don Leo era simpático y cordial,
generoso y alegre, tal vez producto de una melopea congénita que le hizo vivir
feliz y repartir felicidad a los demás. Fuera por lo que fuera, don Leo quedó
instalado entre los mitos y leyendas y realidades añoradas de Bogotá y aunque
su antigua fábrica sea hoy el edificio del Museo Nacional, su estatua permanece
y eso basta a los bogotanos para recordarlo como merece. Y merece rosas rojas,
muchas rosas rojas, porque eso es lo que aconsejan las vendedoras de flores que
hacen guardia a las puertas del camposanto, y merece susurros de enamorada,
para que le consiga un buen novio, o sinceridad manifiesta, para que tu equipo
golee el próximo domingo, llantos hiposos para su pariente mejore aquella
dolencia. Don Leo murió en 1927, rodeado de cierto halo de santidad, y fue su
hijo, Guillermo, su vecino de tumba además, quien tomó las riendas del más
fabuloso negocio cervecero del país. A su familia, no obstante, siguió el
conflicto de los nazis hasta Bogotá y el gobierno colombiano, siempre atento a
las peticiones de Washington, expropió la cervecera, no fuera a ser que detrás
de cada alemán se ocultara la sombra de un nazi en potencia.
Detrás de cada Costeña, Águila,Póker, Pilsen o Club Colombia, que en el país alcanzan la categoría de bebida
básica para grandes multitudes y de imprescindibles en cualquier reunión con,
al menos, una persona, se encuentra el espíritu de los Kopp y del maestro
cervecero Wilhem Schmitz, los padres de aquel negocio que hoy sigue generando
colas de acólitos devotos a la figura y los milagritos del Santo Padre
Cervecero.
Eso sí, no es la única tumba que en el cementerio central de Bogotá atrae a peregrinos de lo más peregrino, mira esta: la tumba de Garavito, el santo patrón de los transexuales.
sanchezhachero@hotmail.com
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