En
un ghat de Varanasi, a orillas del Ganges, un baba me saluda efusivo. Un ghat
es una escalinata que llega hasta el mismo agua y sobre la que se desarrollan
los momentos más surrealistas y extraños que yo haya visto. Este también lo es.
El baba tiene una mirada fiera, ligeramente extraviada, sus ojos parecen bailar
en las cuencas y sobresalen agresivos entre la maraña de pelos que lo envuelve.
Me hace gestos, quiere que me acerque. No está solo: lo acompaña un extraño
grupo de gentes que me mira seria. Hay un tipo que parece mulato con unas
grandes gafas de sol de espejo: me resulta raro. Hay otro tipo similar al
sadhu, su pelo está recogido en un curioso moño que mantiene un peligroso
equilibrio sobre el cénit de su cabeza. Los demás llevan los clásicos pijamas
hindúes. La escena no deja de tener su interés aunque el ambiente evoca a un
piso de yonkis en algún barrio chungo.
El baba habla inglés, y lo habla fluido
y con buen acento. 'Es que yo antes era médico', me dice. Se agacha y le pega
una profunda calada a un chilum, una pipa, llena de marihuana. Ahora me explico
la mirada extraviada. Luego abre una petaca y le da un amplísimo trago: es
whisky, me dice, y su aliento lo corrobora. Los demás ríen y se pasan la
petaca. La pipa, en cambio, no se toca, parece decir el baba, y la deja en el
suelo, humeante, ante la mirada contrariada de la alegre pandilla, que se
arroja al unísono sobre la petaquita de alcohol. El uso de la marihuana entre
los sadhus es tan habitual y conocido (y permitido) que incluso hay una
variedad que se llama así, 'mandala sadhu', como homenaje a estos personajes:
dicen que es una marihuana muy fuerte que permite 'a tu mente volar mientras tu
cuerpo permanece en estado de relajación'.
El
baba está mayor, a juzgar por sus barbas blancas, pero me asegura que es capaz
de ejecutar unos complicados ejercicios de yoga: hatha yoga, o 'yoga forzado', en sánscrito, un conjunto de posturas corporales que,
básicamente para un profano como yo, se corresponde al yoga que uno está
acostumbrado a ver, aunque el aire misterioso que emana de los profundísimos
ojos del baba me hace esperar acrobacias únicas. Pero no, el baba está mayor, como
decía, a juzgar no sólo ya por sus barbas sino también por la deficiente
demostración que me regala: o tal vez esté demasiado colocado de yerba y ebrio
de whisky...
El
baba saca ceniza sagrada, que aquí se llama vibhuti, de un bolso de tela muy a
la moda y se frota el cuerpo. La frente, los muslos, las pantorrillas, el
vientre. Hace unos gestos que no sé cómo interpretar y comienza su especial
sesión. No sé cuántos sadhus hay en Benarés, actualmente Vanarasi, ni mucho
menos en la India, pero sí que son muy respetados por su empeño en renunciar a
los placeres mundanos para dedicarse a la meditación y a la vida contemplativa.
Mola eso de renunciar a los placeres mundanos y ponerse a tono con la petaquita
y la pipa, pienso de modo grosero. El baba está sufriendo: la postura del
cuervo le sale regular y creo que es más por la edad que por la hierba. Como
decía, el número de estos monjes errantes es una incógnita, aunque alguien los
ha cifrado en unos cinco millones (hay fuentes que doblan esa cifra). Y Benarés
es uno de los mejores lugares para encontrarlos porque aquí todo es Shiva y
espiritualidad mística.
Tal vez preparándose para lo inevitable, los babas, o
sadhus, se acercan a las piras funerarias, que en la ciudad de Benarés son
legión, para observar a los brahmanes oficiando los ritos: los sadhus ocupan la
última etapa de la vida de un hinduísta: primero, los estudios, después deben
de ser padres, más tarde peregrinos y, finalmente, sadhus, o babas (así les
dicen sus vecinos, que es como llamarlos padre en señal de respeto), que es el
paso previo al Nirvana. Los sadhus ancianos se acercan a las orillas de los
ríos para morir y antes campan a sus anchas, ciegos y vacilones, preparándose
para el momento final.
Los
sadhus no son todos iguales: hay variedades. Y de entre todo los tipos de
sadhus, me quedo con unos que van completamente desnudos por los caminos, una
imagen un tanto extraña porque algunos son abuelos de luengas barbas que
caminan como patos: son los Nagas, caminantes desnudos cubiertos tan sólo de
cenizas sagradas que acuden puntuales al Kumbhamela, un festival que se celebra una vez cada doce años al que juro acudir algún día (conozco otra que no está mal pero que no es tan colorida: aunque cada año mueren decenas cuando intentan saludar al pene de su dios Shiva).
Dicen de ellos que eran guerreros hindúes que, cachas como están y de fiero
aspecto, plantaban cara transmutados a los invasores musulmanes de siglos
atrás. También son interesantes los Aghoris, que lejos de evitar lo impuro se
lanzan de cabeza a todo lo maligno y no es raro verlos con calaveras que usan
como platos, o ciegos de cualquier sustancia que encuentren: incluso dicen que
algunos son caníbales...
El
baba termina de hacer sus ejercicios, su mirada une desafío y guasa y ahora se
agarra a un tridente que estaba apoyado en la pared y que le sitúe en el grupo
de los sadhus shivaístas, los adoradores de Shiva, un dios un tanto burlón al
que se venera en forma de lingum (que no es sino su pene) y del que se supone
llevó una vida alocada al uso de los sadhus: un asceta bailarín y guasón capaz
de quemar el universo con su tercer ojo y de untar sus cenizas por su cuerpo.
De ahí las miradas tan agresivas y profundas de este hombre: imita a su dios, y
de ahí también este festival de cenizas con el que nos regalan los sadhus:
celebran que Shiva ha achicharrado a Brahma y a ser posible usan ceniza de
crematorio... Muy evocador todo esto. Por último, el tridente representa las
tres funciones de este señor destructor: la creación, el mantenimiento y la
destrucción. Mi baba se agarra a él mientras me mira amenazante.
Desde un balconcito me saluda mientras eleva una pierna que pretende colocar a la altura de las caderas pero su intento se frustra y abandona aburrido, no sé si de mí o de él mismo. El espectáculo continúa a las orillas del Ganges: cientos de sadhus deambulan ceñudos, en el agua se mezclan devotos que se lavan los dientes con trozos de cadáveres mal quemados en las piras funerarias, en otro ghat una vaca muerta comparte espacio con un peluquero.
José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com
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Sín ánimo de ofender, pasa más tiempo en la India. Parece que no te has enterado de nada.
ResponderEliminargracias por el consejo y por escribir
Eliminarbendito sea shiva como bendito es su hijo ganesh
EliminarMenudo comentario chorra el anónimo ese: ¿de qué no se ha enterado el autor? ¿de NADA? Si es que le has visto algún error podrías corregirlo. Para decir esas memeces, mejor no escribas
ResponderEliminarA mí el baba este lo que me parece es un jeta. Me temo que la India no es lo que era...¿Le diste dinero? Hachero si me permites un comentario, por los 3 o 4 post que he leído tuyos, creo que son en general un poco superficiales, quizás deberías documentarte más sobre los lugares. Pero por otro lado te alabo la capacidad de escribir las cosas de los sitios por donde pasas, para mí el viaje también es una pasión pero nunca he podido escribir más de unas líneas. Un saludo.
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