En
los jardines de Balikli Göl nadan ufanas y confiadas unas enormes carpas que no
temen a nada. Y no temen a nada porque no hay nada a lo que temer: el que ose
pescarlas perderá la vista y vagará ciego para siempre y jamás. Así que las
carpas aletean felices, comen hasta reventar, se multiplican sin descanso. A
las orillas de los grandes estanques se acercan devotos y peregrinos, compran
bolsitas con comida y se la tiran a los peces mientras se hacen fotos.
La
piedad se demuestra de muchas formas y en la sagrada ciudad de Urfa adopta
forma de carpa gorda y lustrosa viviendo la dicha de disponer de un ejército
anónimo e infinito que se preocupa por su bienestar. Y es que cada una de estas
carpas es un tronco de una pira y cada gota de este estanque una llama de un
fuego inextinguible.
Cuenta la leyenda que el profeta Abraham, que nació aquí,
se exasperaba con la proliferación de ídolos paganos y que un buen día subió a
la montaña que enseñorea la ciudad y los destruyó sin contemplaciones. El rey
Nimrod sintió la afrenta como personal y construyó una poderosa catapulta para
vengarse del barbudo profetilla lanzándolo desde la cima pero el bueno de Yahvé
dispuso un lecho de rosas y Abraham rebotó entre pétalos. ¡Nimrod estaba
furioso! Tanto que mandó construir una pira, atar al profeta de las narices y
prenderle fuego. ¡Pero Yahvé tenía otros planes y a un gesto suyo el fuego se
tornó agua y los troncos, peces! ¿Quién osaría comerse un pez que procede del
mismo Yahvé? ¡Ciego quedarás si pescas una de estas carpas! Y las carpas, que
tal vez conozcan la historia, nadan alegres, ufanas, como decía, despreocupadas
porque nadie levantará un dedo, ni un anzuelo, para freírlas en la cazuela.
Arriba en la montaña, dos enormes columnas corintias guardan mudo testimonio, dicen los
vecinos, de aquel enorme tirachinas del frustrado rey Nimrod, prueba
irrefutable de que nada tiene que ganar el que se enfrenta a un hijo de Dios. Sobre todo si detrás de su ira se halla el deseo carnal por una bella dama, en este caso la hija de Abraham, Zeliha, de la que se encaprichó el monarca sin mucho éxito...
En Urfa también vivió durante siete años
un pastor llamado Moisés antes de viajar a Egipto y convertirse en el profeta
por antonomasia. Por si fuera poco, en Urfa vivió también Jetro, descendiente
de Abraham que además de dar nombre a un célebre grupo de música un tanto hippy
dio esposa al profeta Moisés, la tal Séfora, un profeta para los musulmanes,
los judíos y los drusos y que tenía siete nombres, como siete fueron los días
que tardó Yahvé en crear la tierra (contando el descansito, claro). ¡Y qué
decir del profeta Elías, el que subió al cielo en un carro de fuego! Pues que
también anduvo por aquí. Pareciera un parque temático pero en lugar de ratones gigantes, profetas y visionarios.
Los jardines de Baliklli Göl y el estanque de Abraham de noche y de día |
Por eso hoy los turcos, y los musulmanes en general, peregrinan a la muy sagrada Urfa, una ciudad con mayoría kurda pero muy integrada en Turquía y casi que en la Humanidad: debe de ser porque la la acumulación de profetas e iluminados es tan alta que no apenas hay piedra que no haya sido rozada por algún halo de santidad. Y los magníficos jardines de Balikli Göl, desde los que ha crecido la ciudad, son buena muestra de ello, con hordas de devotos cargados de comida para peces, rezando en la mezquita de Halil Ur Rahman o frecuentando los píos lugares de una Antigüedad prolífica en devoción, en santos y profetas, cuando la ciudad se llamaba Edessa y tenía en cada vecino un enviado de Yahvé.
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario