Diego de Guzmán
conoció a una mujer y lo dejó todo por su amor. Lo llamativo es que primero la
raptó, la convirtió en su esclava, cayó enamorado, se la jugó a las cartas, la
perdió y huyó con ella para no pagar su deuda. Diego de Guzmán era un sevillano
del ejército de Hernando de Soto. Según relata Garcilaso de la Vega en su
literario 'La Florida del Inca', la campaña cruzaba los territorios de la
Florida cuando llegó a la ciudad de Naguatex y la encontró vacía. Sus
pobladores habían huido, atemorizados por esos extranjeros que arrasaban lo que
pillaban. Los españoles ocuparon la villa como perico por su casa y la
convirtieron en su base.
Viendo que se habían acomodado tanto que no se iban, los indios enviaron
un emisario para disculparse por la ausencia y poco después un ejército para
evitar que los barbudos se lo comieran todo. De Soto, prudente él, emprendió la
marcha con los emisarios del cacique, pero al poco echó en falta a uno de sus
hombres. Diego de Guzmán, un prenda que se daba aires de gran señor. Vestía
caros ropajes, llevaba tres caballos y lo tenían por noble. Sin embargo sus
compañeros lo conocían por algo menos elevado: era un jugador compulsivo. No
dice el Inca a qué estaba enganchado, aunque especula que a los naipes, pero sí
que se jugó sus ropas, sus caballos y hasta a una sirvienta que había capturado
en una razzia.
No sólo la había prendido él a ella sino ella a él y el pobre demonio, en
el fragor del juego, la había apostado y perdido. De Guzmán entregó los caballos, el dinero y sus
armas, pero pidió unos días para dar su más preciado tesoro, la muchacha. Fue una estratagema
porque, loco de amor, huyó con los indios. Para terminar de enredar la madeja,
la chica resultó ser la hija del cacique de Naguatex. De Soto, enojado al
pensar que lo habían asesinado, envió a los emisarios del cacique en su busca
con la amenaza de matarlos si no aparecía. Cuando conoció la historia, el
explorador, irritado, mandó a Baltasar de Gallegos, paisano del sevillano, a su
encuentro. Gallegos le escribió prometiéndole la restitución de los objetos
perdidos en la apuesta. Los indios le devolvieron la carta pintarrajeada
burdamente con carbón. El cacique, contento por recuperar a su hija, perdonó al
español y éste envió decir que se quedaba en territorio indio. Diego de Guzmán,
noble no se sabe salido de dónde, terminó sus días abrazado a su enamorada, no
se sabe tampoco dónde.
Inca Garcilaso de la Vega, 'Inca de la Florida', Linkgua Ediciones S.L.,
Barcelona, 2008.
©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com
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