Las palestinas tienden la colada junto a los vestigios históricos de milenios remotos |
Ningún otro lugar del Líbano acredita
tan bien el paso del tiempo como el barrio de Al Bass, en Tiro: tal vez debido
a que ningún otro lugar del Líbano demuestra tan rotundamente que el tiempo
pasa para completar un bucle y terminar llegando al mismo sitio.
El campo de refugiados de Al-Bass desde el yacimiento arqueológico de Al-Bass |
Dijo Horacio, el gran poeta latino, que
‘El tiempo saca a luz todo lo que está oculto y encubre y esconde lo que ahora
brilla con el más grande esplendor’. Tal vez por eso en Al Bass brillan con
tanta intensidad las piedras que en su momento parecieron grises y vulgares,
tal vez por eso el drama que viven miles de familias saldrá a la luz en el
futuro, cuando arqueólogos cuyos bisabuelos aún no han nacido examinen los
restos todavía hoy habitados para reflexionar sobre nuestra condición: la humana.
La calzada romana y la necrópolis con sus sarcófagos frente al campo de refugiados palestinos |
Porque a un lado está la playa de Al
Bass y el mar, el Mediterráneo, y no cualquier Mediterráneo sino el Mare
Nostrum que surcaron los fenicios para dejar sus riberas preñadas de esbozos de
civilizaciones gloriosas, sus fondos sembrados de ánforas y pecios y su leyenda
en construcción. Detrás de la playa está el campo de refugiados de Al Bass, con
sus diez mil desarraigados palestinos sobreviviendo entre charcos y techos de
uralita. Y un poco más allá el complejo arqueológico de Al Bass, con sus vestigios
de la edad del Hierro, su necrópolis fenicia, las huellas latinas que culminan
en el más grande hipódromo del mundo romano y, con perdón, todos sus muertos,
los de todos ellos me refiero, acumulados en sarcófagos de mármol y
enterramientos que afloran sólo gracias a estudiosos y expertos venidos siempre
de lejos.
Porque en Al Bass se unen los dos
extremos más candentes del Líbano. Por un lado, las tumbas de los fenicios, aún
supurando lamentos, entremezcladas con lápidas funerarias romanas, un arco del
triunfo, sarcófagos abiertos y huesos desparramados. Y luego los palestinos,
encerrados en su guetto, sus precarias viviendas, construidas hace muchos años,
cuando no intuían que serían permanentes sino que las pensaban transitorias,
levantadas sobre un solar que, es de suponer, guarda tesoros similares al solar
vecino, literalmente sembrado, como dije, de sarcófagos, empedrados y huesos.
Bajo los pies de los enemigos de Sión duermen aún más restos, del Bronce
Tardío, de la Edad del Hierro, quién sabe de qué otro metal, y sobre los muros de piedra ancestral ondean tristonas las banderas palestinas.
Al Bass es un barrio que responde a lo
que suena: al bus, y por un solo motivo: justo a las afueras se
encuentra la rotonda más loca de la ciudad, donde paran los buses, la
parada de autobuses más importante de Tiro. Así que la parada, la rotonda, el
barrio, la playa y hasta la necrópolis de los pobres fenicios se llama así: Al
Bass. El área es muy grande, claro, y por eso resulta imposible ver a una
refugiada palestina esperar el autobús sentada sobre una tumba romana. El
yacimiento fenicio se encuentra en la esquina sudeste del campamento y,
previsiblemente, se extiende bajo sus cimientos. Un conjunto, el fenicio, que no apareció
hasta 1997, cuando muchos palestinos habían perdido ya la esperanza de regresar
a su legendario hogar y cuando muchos de los refugiados blanqueaban ya sus
huesos en enterramientos vecinos a los de sus antepasados de muchos milenios
atrás. Y aparecieron en una época crucial para el Líbano, cuando la guerra
civil se desinflaba y las excavaciones ilegales proliferaban por doquier por
una razón de peso: miles de hambrientos se paseaban ceñudos sobre miles de
restos de miles de civilizaciones a lo largo de miles de años. Porque los
palestinos parecen los últimos de una pirámide que acumula no sólo restos del
Bronce y del Hierro sino también de los griegos, y de los romanos, y de los
bizantinos.
Y podríamos seguir pero mejor vemos los muertos de siglos atrás
mezclados con restos de minutos atrás, huesos quebrados mezclados con latas de
refrescos, montañitas de colillas, servilletas arrugadas. Y eso que el sitio es
de pago y que un señor, lánguidamente apoyado en una mecedora, te cobra una
entrada. Si quieres saber más del yacimiento fenicio, entra aquí.
Y la entrada no desmerece el lugar. Un gran
Arco del Triunfo del siglo II D.C se abre al mayor hipódromo del mundo romano,
un lugar con una capacidad para cuarenta mil espectadores, un espacio escénico
que sigue utilizándose aún hoy para todo tipo de grandes eventos. Allí
despuntan las termas, más allá el teatro, aún se adivinan partes de un gran
acueducto y, entre las largas columnas de Al Bass distingo una palestina que
tiende al sol su ropa en un alambre que no es tal sino tendedero. A ese lado,
seis mil tumbas romanas, a ese otro diez mil tumbas de palestinos vivientes.
El hipódromo romano, el más grande de su época |
El campo de refugiados de Al-Bass está
tan pegado al área 3 del yacimiento arqueológico que las ropas de los
palestinos parecen ondear en sus tendederos como parte inseparable de los
vestigios históricos. Los más viejos, que cada vez son menos, llegaron a este
campo en 1948 y muchos de ellos tenían sus casas, que ya no son suyas, a menos
de treinta minutos, al otro lado de la cercana frontera con Israel. El campo
hoy parece más un suburbio cutre que un campamento en sí y tan sólo en la
memoria de los abuelos permanece el primer campamento, cuando se levantó con
tiendas de campaña y aún latía la esperanza de regresar a casa. Los primeros
ladrillos disiparon esa sensación y hoy apenas nadie tiene ya esperanza de nada
más que de sobrevivir un día más y que no te acribille alguno de los muchos
tiroteos que se registran en el barrio. La entrada al campo es especialmente
complicada y de cuando en cuando los simpatizantes de Fatah se lían a tiros con
los policías libaneses y alguien resulta herido. Supongo que en otras
circunstancias resultaría embriagador eso de abrir la ventana de tu casa y
sentir el aliento de tantas civilizaciones acumuladas bajo tu balcón. Pero no
es el caso, la verdad.
El toro de Tiro en altorrelieves funerarios |
Las sombras de Europa, la hija del rey de Tiro, Agenor, rebautizado como
Fénix, de fenicio, aún planean por estas ruinas, o eso me parece en mi delirio,
y la imagino saltando alocada con esas telas tan tenues como insinuantes mientras el sátiro dios
supremo, Zeus, planea raptarla para convertirla en su amante. Es curioso porque
el todopoderoso Zeus debió convertirse en toro para raptarla aprovechando que
la incauta macizorra se acercó a acariciarle el lomo y llevarla así a toda
prisa a la isla de Creta, donde la convirtió en reina. Y digo curioso porque el
toro es un elemento tan fenicio como hispánico, y curioso también porque el
nombre de la legendaria Europa terminaría a su vez nombrando a un continente que no
es este precisamente. Y curioso, por fin, porque en mi hotel, un fantástico
edificio en el casco histórico, y cristiano, de la ciudad, el orgullo del
Fenicio se completa en un mapa que empieza en Tiro y termina, precisamente, en mi ciudad: Cádiz,
que también siente ese orgullo milenario y fenicio. Mientras, en Al Bass, miles de huesos siguen blanqueándose en las tumbas de los romanos y de los fenicios, como decía, mientras miles de refugiados palestinos ennegrecen sus vidas en un vergonzoso gueto (otro más) de los que jalonan el Líbano.
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com
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