Estaba
por todas partes. Lo veía en la cocina, llevando tiestos, o en el interior de
la casa, bajando una bombona, limpiando el polvo, colocando bien las alfombras,
lo veía en el jardín, regando las cuatro matas y arreglando las macetas. A
veces se acercaba al salón en el que los dueños de la casa, la familia Boktoo,
veían campeonatos de golf en la televisión por satélite: el pequeño entonces se
quedaba fascinado con las imágenes, parecía petrificado por el mágico influjo
de la pantalla, la montaña de platos que acababa de recoger del mantel pendía
peligrosamente de sus bracillos hasta que algún grito le devolvía a la
realidad. Volvía entonces a la cocina, uno de sus lugares habituales, cabizbajo
y taciturno. El cabeza de familia, Alí, dueño de un antiguo y enorme barco de
los tiempos de los ingleses en el que había montado un hotelito, lo miró con
desprecio cuando le pregunté que quién era ese niño. 'No es nadie', respondió
molesto, 'nadie'. Pero eso no podía ser cierto: ese niño ERA alguien, no era un
fantasma incorpóreo porque la bombona que cargaba era corpórea: de hecho era
demasiado corpórea. No podía ser, me decía a mí mismo, pero sí, era cierto,
estaba ahí mismo, en la capital del estado indio de Cachemira, en Srinagar, me
servía el arroz, me traía el pan y se llevaba los platos sucios.
Sólo
en la capital del país, en Nueva Delhi, hay más de medio millón de niños como
este: sirven en casas, trabajan en fábricas, mendigan por las calles o hacen
cosas que no se corresponden para nada con lo que debe de hacer un niño. Dicen
las ONGs que en todo el mundo pueden ser cerca de 400, cuatrocientos, millones
de niños los que vivan en este estado, lo diré con todas sus palabras: son
esclavos infantiles, niños esclavos. La
Confederación Española de Religiosos (Confer) lo dice de un modo muy claro:
'puede que los plátanos que comemos y el café que degustamos estén empapados
del sudor de muchos niños'. Pero no es el caso que me preocupa: el chaval que
arrastra la bombona no se desloma de sol a sol en una plantación de cacao ni
tira machete para arrancar el fruto de las plataneras. Es uno de los siete
millones y medio de menores de 15 años que la Organización Internacional delTrabajo calcula existen en el planeta como empleados domésticos forzados.
En
la India dicen las ONGs que saben de esto que no cuesta mucho tener uno de
estos chavales, que por mil rupias (unos 15 euros) muchos padres están
dispuestos a vender a sus hijos, en parte porque les quitas un problema, en
parte porque creen que los compradores les darán una vida mejor, en parte
porque este mundo está podrido en grado sumo: cada año se suman a la lista del
oprobio en la India nada menos que doscientos mil nuevos niños con mucho
trabajo por delante. Porque el trabajo doméstico no acaba nunca: siempre hay
una sábana sucia, una maceta por regar, una alfombra con polvo o un cuadro
torcido. Es un trabajo sin horarios, sin descanso semanal ni, por supuesto,
salario reconocido.
Y,
por supuesto, se trata de un problema que excede a la India: según UNICEF 346
millones de niños y niñas son sujeto de explotación infantil y las tres cuartas
partes lo hacen en condiciones de peligro. En Haití pueden ser 250.000 los
niños esclavos, la mayoría de ellos en tareas del hogar o agricultura, en
Camboya el 35% de las prostitutas son niñas menores de 17 años, en Brasil más
de medio millón son esclavos domésticos y en Sudáfrica hasta dos millones, en
Bangladesh hasta trescientos mil y sólo en la capital del Perú, en Lima, hay
unos 150.000. Cifras aproximadas y extraídas tras arduas investigaciones y
aproximaciones porque las verdaderas, desgraciadamente, no las sabremos nunca. En este terrorífico informe puedes saber algo más de estos millones de dramas.
Rachid
es el chófer de los Boktoo, un joven simpático y lenguaraz. ¿Quién es este
muchacho?, le pregunto. 'Ah, sí, es de la casa', responde con franqueza,
'ayuda, limpia, siempre está por ahí, lo trajeron los Boktoo para que no
estuviera por la calle, aquí está bien, protegido, alimentado, tiene una casa y
un techo bajo el que refugiarse, está bien, está bien...'. Bueno, me queda claro:
el chaval es un empleado doméstico que corresponde a niño esclavo. ¿Puede
salir? '¿A dónde querría ir?', responde el jovial Rachid. Claro, ¿a dónde
querría ir un niño esclavo?. Por último, le pregunto su nombre: ¿cómo se llama
el chaval? Rachid contesta alegre, sin saber la connotación que el nombre tiene
en mi idioma. 'His name is Mojon'.
©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com
©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com
Lo que dice de los platanos y el cafe que degustamos es inquietante, aunque uno no sabe muy bien que debe hacer al respecto. ?Dejo de tomar cafe?
ResponderEliminarbueno, al menos debemos ser conscientes de lo que hay, yo no he dejado ni de tomar café ni de comer bananos, pero estas cosas pasan y cuantos más seamos los que lo sabemos más fuerza tienen las campañas internacionales que pretenden erradicar estas conductas...
EliminarTampoco os va a pasar nada por no tomar cafe no????
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