Laurentius Beria alcanzó un grado tan unánime de odio
y repulsa que al morir la Enciclopedia Soviética pidió a sus lectores que
recortaran con unas tijeritas la página de su biografía y la tiraran a la
basura. La siguiente edición vio ampliada la entrada del estrecho de Bering,
para que la magna obra no perdiera volumen. Beria fue un monstruo en vida, un
ser abyecto y rastrero, pelota y lisonjero, un ser detestable e hipócrita, un
asesino en serie, un asesino de masas y un genocida en toda regla. Pero
Laurentius Beria fue algo más: la esperanza fallida de la antigua URSS, el
hombre que tuvo en su mano el cambio de rumbo que hubiera cambiado el destino
del planeta tierra en la segunda mitad del siglo XX. Una paradoja, en suma,
porque, como dijo Charles Bohlen, el embajador de los Estados Unidos en Moscú
en ese momento, la muerte de Beria no causará pena a nadie: lo que sí causa
lástima es que lo mataran sus compinches, y no sus víctimas. Lo cuenta Amy Knight en su estupendo trabajo: Beria, el primer lugarteniente de Stalin, una obra imprescindible para conocer a este siniestro personaje.
El centro de Sujumi, la capital de Abjasia, es un remanso de paz desde la última guerra entre rusos y georgianos: por aquí corrió el joven Laurentii antes de dedicarse al mal |
Laurentius Beria nació en los alrededores de Sujumi,
la bella capital del díscolo estado independentista de Abjasia, pero sus
orígenes no eran abjasios sino mingrelios, que lejos de ser una enfermedad
infecciosa es una región perteneciente a Georgia e identificada con las
Cólchidas de la leyenda de Jasón y su vellocinio del oro. Bañada por las costas
subtropicales del Mar Negro, Mingrelia tiene en Zugdidi su capital, una palabra
mingreliana que significa Gran Colina, una villa somnolienta y alterada tan
sólo por los rumores de guerra que puedan venir de la cercana Abjasia. Zugdidi,
sin embargo, ha atravesado épocas de bonanza y acelere, la última con el
controvertido Zviad Gamsajurdia, el primer presidente de Georgia tras la
independencia de la moribunda Unión Soviética, el hombre que fue aplastado por
el carisma de un inútil de tomo y lomo como fue Edvard Shevernadze que, pese a
no tener tras de sí más que maneras de mafioso y corrupción generalizada,
consiguió el apoyo de todo occidente porque lo consideraban responsable, junto
a Gorbachev, de la caída de la URSS. Gamsajurdia convirtió Zugdidi, la ciudad
de sus antepasados, en su gran feudo y su bastión frente a las tropas golpistas
del segundo de Mijail, el ministro de exteriores que, con su flema tranquilota,
se ganó una fama para nada merecida.
Palacio de los Dadiani, en el jardín botánico de Zugdidi |
Zugdidi es una agradable ciudad, a pesar del primer
impacto, o precisamente gracias a ese primer contacto que lo distancia de otras
ciudades, como Gori, la cuna de Stalin, o Kutaisi, verdaderos monumentos al mal gusto
arquitectónico y casi que climático. Zugdidi tiene una amplia avenida surcada
por árboles, una proliferación creciente de cafés internet, hay pequeñas
multitudes de estudiantes que pasean por sus calles y hasta el caótico
mercadillo que rodea al mercado central tiene su interés. Además, el puente que
atraviesa un río tristón y un tanto guarrete es el punto crucial para tomar el
taxi que lleve al viajero a la frontera de juguete que separa Georgia de
Abjasia, el cúmulo de autobuses en parada término y el enclave donde encontrar
alguno de los cochambrosos hoteles de la ciudad. A pocos metros se encuentra el
jardín botánico, construido en los alrededores del palacio de los Dadiani, una
extensión de cuarenta hectáreas en cuyo centro se levanta el palacio de David
Dadiani, la última estirpe principesca de Mingrelia, cuyo hijo, Nicolás, se vio
obligado a abdicar ante el empuje del imperio ruso, tan encaprichado siempre
con las regiones caucásicas. Aparte de algunas reliquias de la virgen María,
siempre tan dudosas, y de una máscara mortuoria de Napeoleón, traída desde la
lejana Francia por la hija mayor de David, la alocada Salomé, que contrajo
nupcias con el sobrino del mismísimo Napoleón III, Charles Louis Napoleon
Achille Murat, la ciudad puede ser un tanto aburridora sin consumir grandes
cantidades del vino local. Cuidado a la hora de aceptar la invitación de esos
alegres grupitos de jóvenes ebrios: puede convertirse en una trampa alcohólica
imposible de escapar. En el gran jardín botánico puede uno evocar al simpático
Achille Murat, el marido de Salomé Dadiani, encorvado trabajando el campo ante
la sonrisa incrédula de los sirvientes mingrelianos, siervos tan acostumbrados
a ser siervos que miraban estupefactos a un señor de sangre real deslomándose
con ellos sin llegar a creerlo. Sobre los Dadiani.
Palacio de Salomé Dadiani |
Los mingrelios, además de parir seres tan abyectos
como Beria o tan controvertidos como los Gamsajurdia (el padre de Zviad era un
conocidísimo escritor local), almacenan en su ADN colectivo incógnitas tan
remotas como su propia lengua, el mingreliano, una lengua que también se la
conoce como Iveria, y que resulta tan
cercana al georgiano que usa su enrevesado alfabeto en los textos
escritos aunque se diferencia como el portugués del castellano.
Zugdidi con sus vendedores informales de chucherías |
Laurentius Beria era mingrelio, y mingrelio de los malos,
de los retorcidos y crueles. Dicen que se hizo hombre en Bakú, la actual
capital de Azerbaiyan, donde intentó estudiar pero terminó ejerciendo como revolucionario chekista, dicen que su
habilidad con los instrumentos de tortura era tan legendaria que no había
opositor que permaneciera mudo, aunque los que no hablaban durante las torturas
no volverían a hacerlo jamás. Su irrupción en las huestes bolcheviques fue tan
categórica que pronto comenzó a escalar puestos en la nomenclatura, y no sólo
gracias a sus macabras habilidades con las tiernas carnes de los prisioneros
sino, y sobre todo, a su destreza en el arte del medrar y el de la traición. El
joven Laurentius, con aspecto de empollón repelente, guardaba en su interior
una fuerza de la naturaleza, pero en malo, una Malignidad que le aupó al cargo
de jefe de la policía secreta de Azerbaiyan, la temida cheka, con sólo 23 añitos. ¡Qué miedo
debía de dar ese enano cabezón! Lisonjero y pelota, Beria se agarró con todas
sus fuerzas a su mentor, Sergo Ordzhonikidze, hasta tal punto que bautizó a su hijo con su nombre, Sergo, y que Beria lo siguió en todos los ascensos: como
comisario de industria, como parte del Politburó en Moscú, como obstáculo que
se interpuso en su camino y acabó desacreditado y muerto por culpa de su otrora
pelota, el tal Beria. Como este revolucionario de complicado nombre, Sergo
Ordzhonikidze, los cadáveres que dejó Beria a lo largo de su existencia fueron
muchos. ¡Qué decir de Nestor Lakoba, jefe del comité soviético en Sujumi, la
ciudad de Beria, amigo personal de Laurentius, quien no dudó en invitarlo a
Tbilisi al teatro para envenenarlo con algún tóxico extremadamente venenoso
porque se disgustó con sus políticas en Abjasia.
Los mingrelios son gente amable y acogedora, no todos son como Beria |
Beria disfrutaba haciendo el mal, gozaba poniendo en
compromisos a sus inferiores y se mostraba extremadamente servicial con sus
superiores. Y con el que más, por supuesto, con Iosif Dzhugashvili, el hombre de
hierro más conocido como Stalin. Si a Lakoba lo mató con veneno todavía tuvo
tiempo para torturar a su mujer, la primera dama de Abjasia, y encarcelar a su
hijo, Raouf, que miraba incrédulo al que consideraba su tío, aquel que le
llenaba de regalos su habitación en sus frecuentes visitas. Beria fue tan cruel
que lo encarceló en un campo de trabajo para niños y cuando el joven Raouf le
pidió un año después que lo dejara estudiar Beria ordenó trasladarlo a Tbilisi, la capital de Gerogia, y ejecutarlo.
No fueron las únicas víctimas de la sinrazón del
mingrelio loco. Beria acabó con los mencheviques en el Cáucaso y su venganza
dejó, sólo en Tbilisi y alrededores, más de cinco mil muertes, una minucia
comparada con lo que tenía que venir. Mientras pelotaba a sus mentores y
eliminaba a los iguales que consideraba más aventajados, el loco Laurentius
ejercía de amante esposo y gran padre: tanto que su hijo Sergo escribió un libro, Beria,mi padre, en el que no se explica la mala fama que se granjeó su progenitor, y
su esposa, Nina, incluso concedió una entrevista antes de morir, en 1990 a los 86 años,
reivindicando la figura de su añorado maridito. Y eso que Sergo no era un iletrado sino un tipo muy culto que terminó casándose con la nieta Máximo Gorki. Nadie les hablaría de la costumbre
del mingrelio de secuestrar jovencitas por las noches de Moscú para violarlas
sádicamente en su palacete soviético. Su pasión por las violaciones eran
míticas en la capital del imperio soviético y dicen que el personal diplomático
internacional flipaba viendo las grandes limusinas recorriendo la ciudad en
busca de carnaza para el remedo del profesor Franz de Copenhagen, el del TBO. En una anécdota con
maldita sea la gracia, el cruel Beria pasea en una barquichuela frente a las
costas de Sujumi junto a un alto miembro del ejecutivo soviético cuando divisan
a una bella nadadora del equipo olímpico nacional entrenando. Beria, galante y
amenazador, la iza a bordo, se insinúa y arroja al asombrado soviet al mar para
poder gozar de su premio a solas: dicen que los guardaespaldas debieron de
darse prisa para salvar al pobre mando, que no sabía nadar, mientras el salido
Laurentius violaba a sus anchas a la atleta. Alguna de ella le dejó un recado: el violador compulsivo ( y repulsivo) arrastró la sífilis para el resto de su vida.
Laurentius Beria y su esposa, Nino |
Beria, con toda su inmundicia, era, sin embargo, un
brillante organizador. Organizó la policía secreta, organizó la Lubianka, organizó las grandes
purgas, organizó la cúpula de los soviets y hasta la primera bomba atómica que
tuvo Moscú. Stalin, el hombre de hierro, el georgiano pobre y miserable que se
alzó hasta el trono del poder más omnímodo del planeta, jugó en su tablero de
poderes con las fidelidades de sus esbirros, Beria al frente, destruyendo a
unos mientras elevaba a otros, que serían nuevamente destruidos para elevar a
otros. Sin embargo, una vez que Laurentius alcanzó su lugar en el parnaso rojo,
no hubo quien lo desalojara: leía las intenciones de Stalin como nadie, tal vez
anticipándose a los pensamientos de su paisano por proceder de parecido
contexto, le exacerbaba las paranoias, el congénito miedo a la traición que tenía el de Gori, y tanta confianza obtuvo que fue Beria el que acudió al entierro de
la madre de Stalin en lugar de su jefazo, todo un insulto para las costumbres
georgianas que decía mucho de lo que pensaba el Padrecito de sus compatriotas.
El dictador confió tanto en él que le dejó casi que al frente de los nazis y el
mingrelio se dedicó, más que a luchar contra los alemanes, a purgar al
mismísimo ejército soviético, al que dejó en cuadro. Su mano se pasó de frenada
cuando pretendió arrestar al general Zhukov, el victorioso, el héroe aclamado
por sus victorias decisivas ante los hombres de Hitler, y el ejército, ajeno a
los tejemanejes de los políticos, le echó el ojo: ya me las pagarás.
Mingrelias en Zugdidi |
Punto y aparte merecen las purgas soviéticas en las
que intervino Beria. Tras la derrota nazi, Stalin, ya en plena locura, quiso
venganza, y no sólo en la sangre de los enemigos y en las tiernas y blancas
carnes de las alemanas hermanas y madres y esposas e hijas de los soldados
nazis. Su cólera llegó a sus propios vecinos, y quién mejor que un sádico como
Beria para ejecutarlo: todos los ciudadanos soviéticos que habían vivido bajo
la ocupación alemana fueron declarados sospechosos. 68.938 karachis del norte
del Cáucaso fueron trasladados al Asia Central. Con ellos, 93.139 kalmicos,
500.000 chechenos e ingusetios, 337.103 balkarios, 180.000 tártaros de Crimea,
y 33.000 búlgaros, armenios y griegos instalados también en la misma península.
Un mini holocausto que dejó un reguero de decenas de miles de muertos a bordo
de los trenes con rumbo a los desiertos kazajos. Su mal rollo era tan evidente
que en la conferencia de Teherán Winston Churchill aconsejó a sus hombres que no
intimaran con él porque nada bueno podía salir de semejante monstruo.
Beria con Svetlana, la hija de Stalin, y el Padrecito al fondo (Svetlana parece un tanto aterrorizada) |
Elevado a las alturas de la inhumanidad, Beria podría
llenar un planeta con sus muertos. Y como premio, Stalin le concede el
trabajo más peliagudo de la URSS: contrarrestar ese terrible arma
que los norteamericanos han probado con éxito en Japón: la bomba atómica. Beria
pone a trabajar a una cohorte de científicos de la mejor condición, los machaca
con sus propuestas (Beria es ingeniero pero no tiene ni idea de energía
atómica), los presiona hasta dejarlos exhaustos y enfermos, encierra en su
Abjasia natal a un grupo de prisioneros alemanes involucrados en una supuesta
bomba atómica alemana en ciernes, los revienta hasta que en agosto de 1949, en
Semipalatinsk, explota la RDS, la primera bomba soviética. Beria es un manojo
de nervios, está a punto del colapso, quiere quedar bien ante Stalin y
balbucea nervioso pensando que la explosión ha fallado: cuando comprueba que
todo ha ido bien, llama inmediatamente a su amo para comunicarle la buena nueva
pero el Padrecito, ocupado en no se sabe qué, le cuelga indiferente, lo que lo
abate aún más. Beria, el pelota, Beria, el sádico, Beria, el asesino, es
también, ahora, el jefe del proyecto de la bomba atómica. Su rostro ondea a la
diestra del Padrecito en cualquier reunión de entidad, su apellido da nombre a
calles y plazas (¿qué diría al ver que en su plaza de Tbilisi, la plaza Beria,
desemboca ahora la avenida de George W. Bush y que ahora es la plaza de la
Libertad?). La fortuna de Beria estaba tan adscrita a la de su máximo mentor,
Stalin, que a la muerte de éste el jefe de la policía política, el padre de la
KGB en su primera forma, la NKVD, el torturador, el genocida, el padre del
proyecto atómico, caería en desgracia a una velocidad pocas veces vista.
Y comienza entonces la paradoja, la muerte injusta, la
desaparición del que podría haber adelantado el fin del estalinismo en casi
medio siglo (porque Kruschev, a pesar de sus denuncias y parafernalias, no hizo
sino seguir el modelo de su predecesor, eso sí, sin purgas masivas). Beria le
sigue el juego a Stalin con su paranoia: sí, amado líder, hay un complot de los
médicos que quieren matarlo, los doctores están al servicio de las potencias
extranjeras, hay que eliminarlos, claro. Sí, amado líder, los
judíos están pensando en derribar el comunismo para instaurar el más feroz
capitalismo, habría que eliminarlos. Tan sólo la muerte de Iosif permite que la profesión de médico
siga adelante, y con ellos los judíos, porque Stalin preparaba un nuevo
pogromo, un nuevo Holocausto hebreo, como si no hubieran tenido bastante con
los del orate nazi. Pero, como decía, la paradoja comienza ahora, a la muerte
de Stalin, de ese despiadado asesino que fue tan llorado en su lecho de muerte
por el propio Beria como vomitado e insultado una vez que su cuerpo estuvo frío.
Laurentius Pavlovich Beria comenzó entonces,
sintiéndose el hombre fuerte de la URSS, su particular
desestalinización: ordenó políticas liberales en la Alemania ocupada, pretendió
devolver a Ucrania algo que se parecía más al trotskismo que al estalinismo,
dio voz a las nacionalidades incluidas en el pueblo soviético pero sometidas al
yugo eslavo del ruso ruso. Entre sus planes estaba la normalización con las potencias extranjeras (sobre todo con los EEUU), la liberación de los presos políticos de las cárceles y hasta la prohibición de la tortura. Pero también quiso reducir el papel del partido comunista en la vida normal dando entrada a técnicos, y eso fue demasiado: con un georgiano loco hemos
tenido bastante, debió de pensar su amigo Krushev, que involucró a toda la cúpula
soviética para destruir al maldito enano cabezón. En el juego entraron todos,
desde Malenkov a Molotov, pasando por Kaganovich y los posteriores presidentes
soviéticos, Brezniev y Andropov. Y, por supuesto, Zhukov, el brillante militar,
el responsable de la derrota nazi, el hombre que los georgianos, rojos de
envidia por sus logros, quisieron arrestar y eliminar para siempre. Porque
Stalin, y su lugarteniente con él, actuaban movidos por la codicia, pero
también por la envidia y no soportaban que nadie les hiciera sombra. Beria fue
juzgado a finales de diciembre de 1953 y, paradoja tras paradoja, el hombre que
tantos cargos inventó para traicionar a sus amigos y para aplastar a sus
enemigos, fue ejecutado condenado por traición a la patria, por liberalizar el
comunismo y por venderse a las potencias extranjeras. Según el comandante
Moskalenko, encargado de la ejecución, Beria murió de rodillas, llorando y
suplicando por su vida, una forma rastrera de morir para un asesino tan
demencial.
Burdas mentiras que acabaron con un mentiroso que
arrastró consigo a cientos, tal vez miles, de georgianos que ocupaban todo tipo
de cargos en la Unión Soviética amparados por las fulgurantes carreras de los
dos georgianos más universales y, al tiempo, más deleznables, Stalin y Beria.
El poder se contrabalanceó y de Georgia pasamos a Ucrania: Nikita Krushev se
convirtió, inesperadamente, en el nuevo hombre fuerte de la URSS. Georgia se hundió en una sombra que aún conserva hoy y Abjasia y Mingrelia, las regiones de Beria, viven inmersas en la pobreza, con los mingrelios exiliados a pocos kilómetros de sus casas, destruidas tras la última guerra (curiosamente contra los rusos), sus huertas abandonadas y sus tejados desfondados, recordando los tiempos en los que el más ruin de sus vecinos tomó los mandos de la mayor potencia del mundo.
© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
Jose, es una delicia leerte. Entradas trabajadas, bien estructuradas, interesantes. Mucho trabajo y de calidad en cada post. Felicidades, me encanta tu blog.
ResponderEliminarDesgraciadamente han existido muchos Laurentius Beria y me temo que seguirán apareciendo.
Un abrazo amigo!!
me abrumas, robin, muchas gracias, te sigo con interés, saludos!!
EliminarMe ha encantado el post (cuidado no vaya a ser que te acusen de imperialista yanqui!! ;))
ResponderEliminarY enhorabuena por el blog, está curradísimo.
Saludos
Gracias, Argemino!!
EliminarAcabo de descubrir su blog, gracias por hacerlo.
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