El casco histórico de Tbilisi desde el río Kurá |
Corría el año de 1818 cuando Juan Van Halen llegó a
Tbilisi para reforzar la conquista del Cáucaso. Nada extraordinario de no ser
porque Juan Van Halen era un cañaílla nacido en San Fernando, en Cádiz, y que
fue, posiblemente, el primer español dejarnos una descripción de las costumbres
del Cáucaso. Cuando Van Halen llegó a Tbilisi aún quedaban
circasianos en Circasia, vivían armenios en Azerbaiyan y las montañas del
Daguestán eran un quebradero de cabeza para el ejército ruso. Van Halen llamaba
tchetchenskis a los chechenos y tuvo entre sus cometidos su exterminio, disfrazada
de pacificación, en las guerras que cantaron Lermontov y Pushkin. De Van Halen,
Juanito en la Isla de León, ya he hablado aquí: Van Halen en los Mundos de Hachero, pero de sus pasos en el Cáucaso
apenas y pocas aventuras más apasionantes pudieron vivirse en aquellos días que
la conquista de la frontera exterior rusa, el equivalente de la norteamericana
del Far West. Van Halen recorría las llanuras georgianas preguntándose cómo
podrían los rusos afianzar la conquista de un territorio en el que aún veía las
sombras de Ciro, de Alejandro o de Mitridates.
Tbilisi y el río Kurá |
El gaditano había llegado a San Petesburgo huyendo de
la cólera de Fernando VII y los suyos, a los que se enfrentó por sus
convicciones liberales. Y fue pisar Rusia y entrar a formar parte del ejército
del zar gracias a ciertas amistades que lo presentaron como un portento en el
arte militar. Y el zar Alejandro, que deseaba modernizar su anticuado ejército,
lo envió al Cáucaso, en aquel entonces la frontera sur de todas las Rusias. Van
Halen recorre un larguísimo camino hasta cruzar las inmediaciones de la montaña
más alta de Europa, el Ebrus, viaja por Cahetia, Kartalinia o Imeretia,
'pobladas de georgianos de la comunión griega, de muchos armenios y un corto
número de católicos..'. Una región difícil, montañas habitadas por toda suerte de peligros, 'madriguera
de numerosas bandas', inclinados tanto al pillaje y la sed de venganza como al
respeto a las leyes de la hospitalidad.
El alfabeto georgiano y el cirílico conviven en las calles |
Y Juan Van Halen llega a Tbilisi, la perla del
Cáucaso, una ciudad que sorprende aún hoy, que parece hundida en un hálito de
neblina perezosa. No lo hizo por la avenida George W. Bush, que
comunica el aeropuerto con el centro, como lo hice yo, sino que entró por la
antigua carretera de las termas, porque, al fin y al cabo, Tbilisi es una
ciudad surgida al lado de unos baños termales, bañada por el río Kurá, un
nombre que proviene de Kurosh, que a su vez es la pronunciación persa del rey
Ciro El Grande y que pasó a Kurá en georgiano gracias a que Mtkvari, que se
asemeja a Kurá, significa El Lento y que el río es así, corre parsimonioso. La actual
Tbilisi está a unos kilómetros de Mshet, que fue la capital georgiana durante
veinte siglos, hasta que uno de los zares descubrió los baños termales en un
bosque repleto de caza y trasladó la capitalidad a su particular edén.
Y en Tbilisi Van Halen encuentra un pueblo belicoso,
agarrado a su cristiandad como oposición al islamismo que le había dominado
durante décadas: hasta que les liberaron los rusos. Cuenta la historia que en
1795 Agá Mehmet, un persa conocido como El Tirano, entró en la ciudad sin
apenas oposición, degollando y esclavizando a partes iguales. El Tirano había perdido sus testículos a los
doce años, castrado por el sha de Persia para servir como eunuco, pero con el
tiempo llegó al poder cargado de rencor y de sed de venganza. Entre sus
lindezas dicen que abría el vientre de sus víctimas, les ponía los intestinos
de collar y los arrojaba a las fieras. En 1795, como decía, Mehmet entra en
Tiflis como Pedro por su casa. El zar Heraclio de Georgia, sinceramente
acojonado, promete pagarle tributos regularmente, ante lo que El Tirano vuelve
a Teherán, satisfecho de su viajecito, pero Heraclio, y su hijo George, acudieron a los rusos para que los protegieran. A partir de entonces, su mayor enemigo
fue el Ruso, dicho así, en mayúsculas, un ejército con el que coqueteó en mil batallas sin emprender ninguna de
entidad hasta que Mehmet fue asesinado por uno de sus oficiales.
En este contexto, Van Halen llega a Tbilisi, en aquel
entonces un reducto de paz y refugio de las pocas familias europeas que
habitaban la región, una ciudad que le pareció a Van Halen una segunda San
Petersburgo que, no obstante, tenía algo de malsano porque le dejó una fiebre permanente durante los
dieciocho meses que estuvo en la zona. El gaditano decía que Tiflis se le
parecía a los campos de Castilla cuando están cubiertos de nieve y que las
torres le recordaban los teatros comunales donde se representaban las obras de
Cervantes. En los monumentos islámicos veía reminiscencias de la Alhambra o de
la mezquita de Córdoba y el vino de Kahetia le recordaba en gusto, color y
efectos 'al que fabricamos los españoles en la Mancha, especialmente al de
Valdepeñas...'. Van Halen bebió en las copas georgianas, que son cuernos de
toro pulidos y guarnecidos con oro o plata, cuernos tramposos que hay que tener
siempre en la mano y que impiden literalmente dejar de beber jamás bajo la
amenaza de mostrarse descortés con los anfitriones.
El comercio de la región estaba concentrado en
Tbilisi, en sus zocos y caravanserais repletos de mercaderías de Asia y del
interior de Georgia. La Tbilisi de Van Halen tenía un tráfico rodado de lo más
entretenido: camellos, búfalos y caballos cruzando continuamente la ciudad, un
desfile de mercachifles persas, turcos, leshguines, armenios, tártaros y
griegos, telas de Cachemira, ducados de oro de Holanda, pipas persas y vinos
georgianos. Tbilisi estaba repleta de fábricas: las había de gorros de borrego
de astrakan, dagas damasquinas y puñales de Korazan. Los montañeses del Cáucaso
también acudían, llevando miel, cera, pieles, paños, cueros o hierros. Poco
tiempo atrás, en estos mismos mercados, se vendían georgianas, mujeres jóvenes
que se cambiaban por un buen sable damasquino o por caballos árabes, pero los
rusos arrinconaron esta costumbre...
Viñedos en los balcones de la ciudad de Tbilisi |
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