jueves, 12 de enero de 2012

El arma secreta de Hernán Cortés: Jerónimo Aguilar, 'la Lengua'


Jerónimo Aguilar tuvo que gritar en voz alta ‘Dios, Santa María y Sevilla’ para que los españoles no lo mataran como se mataba entonces a los indios. Jerónimo había nacido en Écija pero tenía la piel tan morena y la ropa tan deteriorada que lo difícil era ver en él a un cristiano. Así lo describe Bernal Díaz del Castillo, conquistador y cronista: “le tenían por indio propio, porque de suyo era moreno y tresquilado a manera de indio esclavo, y traía un remo al hombro, una cotara vieja calzada y la otra atada en la cintura, y una manta vieja muy ruin, e un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas, y traía en la manta un bulto que eran Horas muy viejas”. Recapitulemos: de la pared verde selva sale un indio con aspecto miserable, un libro religioso en las manos y gritando 'Sevilla'. Cuenta Del Castillo que Hernán Cortés quiso verlo y preguntó por él sin caer en la cuenta de que era el hombrecillo que tenía a sus pies. ‘Yo soy’, habló mientras se arrodillaba al modo indio, y Cortés, azorado, ordenó vestirlo a la europea, con camisa, calzones y alpargata. Y hasta una montera.



Sin embargo, Jerónimo Aguilar nunca se había sentido indio sino cristiano. Mientras su compañero de penurias, Gonzalo Guerrero, el maya blanco, sentía la metamorfosis cambiando cada poro de su piel, el fraile de Écija suplicaba a Dios que lo sacara del infierno siguiendo con el dedo las páginas de un breviario que se desintegraba por días. Y Dios le agradeció su insistencia con un regalo inesperado: Hernán Cortés y sus conquistadores. Tras discutir con Guerrero, Aguilar regresa con sus paisanos bajo la apariencia de un indio que apenas balbucea el castellano. Jerónimo pagó con unas cuentas verdes su libertad: las mismas que Gonzalo pidió para sus hijos.


Nació Aguilar por segunda vez, ahora como La Lengua. Jerónimo hablaba, a estas alturas, mucho mejor el maya que el castellano. Desde este momento, el fraile cisterciense que soñaba con volver a su Écija natal, remontar el Guadalquivir hasta la torre del Oro y ver la catedral, aún en construcción, se supo atrapado. En lugar de regresar, el destino enroló a Jerónimo en una de las más grandes epopeyas de la historia de América y terminó conquistando, a la diestra de Cortés, el imperio de Moctezuma. Tanto conocía a los mayas que fue el primero en enviar a Europa un cargamento de cacao con su receta. Los mexica lo tomaban batido y mezclado con chile. Aguilar envió varios sacos a Antonio de Álvaro, abad del monasterio de Piedra, en Aragón, donde se elaboró por primera vez un chocolate muy parecido al que conocemos hoy.

Así era el Tenochtitlan imaginado por Diego Rivera en el Palacio Nacional de México D.F

Del Castillo describe a Aguilar en segundo plano, le llama ‘nuestra lengua’, lo guardan como arma secreta. Formará una pareja de traductores imparable con una mujer que acabará desbancándole: Malineli Telepatl, dama de la clase alta mexica. Esclavizada por los mayas en su infancia y ofrecida como presente a Cortés por el cacique de Tabasco, Malineli se hará inseparable del ejército español y también, por qué no, del mismo Cortés, al que dio un hijo. La Malinche, como le decían los españoles y como la conocen hoy los mexicanos en clave de traición, hizo pareja de traducción con Aguilar, ella conocedora del maya y del nahuatl, la lengua de Moctezuma, él conocedor del maya y del castellano. Perdidas quedarán en los ecos de la historia aquellas conversaciones, el implacable conquistador en castellano, el fraile de Écija traduciendo al maya, la india culminando en nahuatl. El papel de Aguilar se diluirá conforme la Malinche aprenda la lengua española. Mujer enérgica, inteligente y con dotes para la diplomacia, llegará a ser la mano derecha de Cortés.


La Malinche

            
Aún puede seguirse su vida en la conquista de Tenochtitlan a través de los escritos de Bernal Díaz, sentado frente a Moctezuma, huyendo de México en la Noche Triste, cuando los mexica se abalanzaron sobre los españoles en una sangrienta noche de venganza por la invasión de unos dioses que tenían demasiado de humanos. Se diluyó tanto el fraile que testificó contra Cortés en sus famosos juicios de residencia, reclamando la titularidad de traductor principal en detrimento de la Malinche. Pero su presencia desaparece sin más y tenemos que acudir al mexicano diccionario Porrúa, donde describen sus últimos años como apacibles. Una vida que terminó como la de su compañero de cautiverio, Gonzalo Guerrero, el maya blanco: casado con una india, Elvira Toznenetzin, quien le dio dos hijas, y dedicado a su familia como mandaban las Sagradas Escrituras de las que no se desprendió un segundo. 


 
©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com




Fotografías: murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional de México D.F.


Bibliografia:

      
Memoria del Fuego: I Los Nacimientos. Eduardo Galeano siglo XXI Editores S.L., México 1982
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo
La conquista de América, El problema del otro, Tzvetan Todorov, Siglo Veintiuno Editores
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo
El naranjo, Carlos Fuentes, punto de lectura, México, 2008
      Lo que México aportó al mundo, Ramón Cruces Carvajal, Quarzo, Editorial Lectorum, 2006, México

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