miércoles, 12 de marzo de 2014

Viaje a la Guarida del Lobo: Wolfschanze, los bunkers de Hitler en la espesura de los bosques polacos (II)

El bunker de Hitler
Adolf Hitler llegó al complejo de Wolfschanze el 24 de junio de 1941, tres días después de la invasión de la Unión Soviética, y convirtió este espectral bosque de piedras y altos árboles en un ajetreado teatro bélico. El excelente trabajo de la OT había creado el cuartel general en un lugar invisible desde el aire, disimulado entre los árboles, mimetizado con el suelo y las ramas, envuelto en redes que cambiaban según la época del año para asemejarse al color de las hojas. El complejo tenía dos campos de aviación, centrales eléctricas, una estación de ferrocarril, sistemas para drenar el agua e instalaciones para purificar el aire del interior de los bunkers, tenía un centro de telecomunicaciones, un complicado sistema de calefacción y más de dos mil personas trabajando como hormigas.

Oficina ayudantes y ejército personal Hitler en Wolfschanze, por Hachero
Oficina de los ayudantes y el ejército personal de Hitler
Los garajes de Wolfschanze, por Hachero
Los garajes del sistema de bunkers
chimenea en Wolfschanze, por Hachero

Estaban los oficiales pero también los soldados, los escoltas, había conductores, mecanógrafos, ingenieros, peluqueros, sastres, mecánicos. Una ciudad que en la mente de los nazis estaría ocupada alrededor de un año porque la victoria en el frente ruso no podía retrasarse. El entorno es hermoso, como dije, pero nada agradable: rodeado de pantanos, en verano infestado de mosquitos y con un calor que impedía respirar, en invierno era húmedo y gélido, nevaba abundantemente, parecía el infierno congelado.

La Guarida del Lobo vista desde la ventana del bunker de Bormann, por Hachero
En el bunker de Bormann
Toda la literatura sobre el lugar insiste machacona en los mosquitos. Zumbidos, picores, auténticas nubes. Unos mosquitos que yo no veo porque es otoño y los molestos bichos estarán preparándose para los rollizos turistas veraniegos. Pienso en que debieron, y deben, de ser una auténtica pesadilla porque incluso la secretaria personal de Hitler, Tradul Junge, los recuerda nítidamente en su célebre libro 'Hasta el último momento' incidiendo en qu el propio Fürher dejó de sacar a pasear a su perrito: "En las praderas pantanosas vivían enjambres de mosquitos que nos amargaban la vida. Los centinelas tuvieron que ponerse mosquiteras delante de la cara y lo mismo se hizo en las ventanas. Hitler odiaba ese tiempo, a Blondi le sacaba a pasear el sargento Tornow, jefe de perros, mientras él se quedaba en el fresco de las habitaciones de hormigón'.

Bunker de Hitler en Wolfschanze, por Hachero

bunker de hitler en Wolfschanze, por Hachero

Bunker de Hitler en Wolfschanze, por Hachero
Casa del té de Hitler
Como si el espíritu de Blondi hubiera ladrado desde el Más Allá un perrito asoma su hocico de un bunker y mueve el rabo mientras me mira alegre. Será mi única compañía en esta fría mañana otoñal, la reencarnación de Blondi y yo. Y un corazón tallado en un árbol. Judl también recuerda que los oficiales querían vivir en las barracas pero dormir en los bunkeres, donde podrían conciliar el sueño sin temer que les cayera encima el Ejército Rojo. 'Speer se construyó una urbanización entera, Göring el palacio más puro', 'a Morell (el médico de Hitler) se le permitió incluso un cuarto de baño...' De la vida diaria de estas ruinas sólo podemos imaginar a través de las palabras de esta secretaria panoli que murió en 2002. 'La instalacion apenas se podia reconocer. En vez de los bunkeres pequeños y bajos, unos pesados colosos de hormigon y hierro sobresalían por encima de los árboles. Desde arriba no se veía nada. En los tejados planos se había plantado hierba, del hormigón salían árboles naturales y artificiales: visto desde un avión el bosque no se interrumpía nunca. En el nuevo bunker, las habitaciones eran mas pequeñas y el mobiliario se reducía a lo imprescindible'.

Bunker de Göring en Wolfschanze, por Hachero
bunker de Goring
Bunker de Göring en Wolschanze, por Hachero

La casa de Göring en Wolfschanze, por Hachero

Las habitaciones hoy parecen mayores de lo que le parecían a la señora Judl y en el bunker de Alfred Jodl, el consejero estratégico de Hitler, manos amigas han dejado sucesivas pintadas en recuerdo de los nazis: neonazis de Poznan, neonazis polacos, un sinsentido más, pienso, después del genocidio que consumaron los alemanes precisamente en Polonia.

Bunker de Alfred Jodl en Wolfschanze, por Hachero
El bunker de Alfred Jodl, el oficial asistente de Wilhlm Keitel, a su vez asistente de Hitler
Bunker de Alfred Jodl en Wolfschanze, por Hachero

Bunker de Alfred Jodl en Wolfschanze, por Hachero
Botellas de vodka y pintadas neonazis de Poznan
Más allá de lo lúgubre que resulta a día de hoy este conjunto de ruinas, y de la fascinanción que despierta su similitud con esas ruinas mayas o jemeres devoradas también por la naturaleza, sorprende que en su momento de máximo apogeo los moradores lo vieran casi que como yo lo veo hoy. 'Hitler sentía predilección por las estancias amplias y a mí me sorprendía a veces que pudiera soportar su pequeño bunker con un techo bajo y unas ventanas minúsculas'.

Casa del té junto al bunker deHitler en Wolfschanze, por Hachero

"Cambié mi alojamiento en el tren especial por una cabina en el bunker, pero mi nueva residencia no me gustaba. Yo necesito la luz y el aire, y no soportaba la atmosfera del bunker. Durante el día vivía en una habitación de ventanas pequeñas, pero dormía en una inhóspita cabina sin ventanas. El aire entraba mediante una helice de ventilación en el techo, al cerrarla se tenía la sensacion de ahogo, al abrirla el aire entraba silbando y uno parecia estar en un avión"...

Bunker de Hitler en Wolfschanze, por Hachero

Dice Paul Preston en su libro Franco que Agustín Muñoz Grandes, el falangista que fue director general de seguridad en la II República y primer ministro secretario general del Movimiento, se instaló en el bunker de invitados durante el verano de 1942. Muñoz Grandes se había granjeado una exquisita fama de organizador militar en el norte de Marruecos y tenía carreta para hablar durante horas contra Serrano Suñer, que no sólo fue repetidas veces ministro de Franco sino también su cuñado, además del mando de la División Azul. Según Muñoz Grandes el fascismo español necesitaba una reforma profunda y él se ofrecía para instaurar en España un nazismo de corte alemán, una idea que dejaría a Franco a un lado y que entusiasmaba al propio Führer. Muñoz Grandes y el Führer se cayeron bien mutuamente.

Agustín Muñoz Grandes en Wolfschanze
Agustín Muñoz Grandes en Wolfschanze saludando a Hitler

El español se sentía 'confortado' por la mirada de Hitler  y el líder nazi no disimulaba su afecto por el falangista que había brillado en la invasión de la Unión Soviética. Tanta química tuvieron en este lúgubre bosque que la División 250 fue trasladada a un nuevo frente, a pesar de sus muchas lagunas, y Muñoz Grandes volvió al frente 'imbuido de un vigor nuevo'. Ladra el perrito que arrastra el espíritu de Blondi y salgo del embrujo que me causa el espectro del falangista conspirando junto al mismísimo Hitler contra Franco en este sombrío rincón de la antigua Prusia.

El bunker de invitados de Wolfschanze, por Hachero
Aquí se alojó Muñoz Grandes durante su estancia en Wolfschanze

Viaje a la Guarida del Lobo: Wolfschanze, los búnkers de Hitler en la espesura de los bosques polacos (I)

corazón en la Guarida del Lobo, por Hachero

En el tronco de un árbol reluce flamante un corazón dibujado a punta de navaja. El corazón enmarca dos iniciales apenas reconocibles ya y el entorno, frío y gris, repleto de fantasmas y ecos de órdenes terribles, parece protestar por esta prueba de amor. Lo miro atento, intento descubrir qué clase de enamorado se entretiene en tallar una muestra de cariño en un lugar con tan malas vibraciones. Porque unos metros más allá aún resisten en pie la casa de Hermann Goering, el lugarteniente de Hitler, y más allá se adivina, entre brumas, el poderoso bunker del propio Fürher. El terreno está tapizado de hojas otoñales, procedentes del por otra parte tétrico y hermoso bosque de fresnos y arces, si afinas el oído aún parecen resonar los Heil de las tropas alemanas. ¿Es el corazón acaso una prueba de que el amor triunfa o más bien de que los turistas son un cáncer que desnaturaliza con sus manazas cualquier cosa que toquen? De todos modos no parece el sitio más idóneo para recordar el amor porque, y según Traudl Junge, la secretaria personal del Führer, el tiempo aquí es tan desapacible que el propio Hitler renunciaba a pasear a su querida mascota, el perrito Blondi, que quedaba en manos de un sargento para sus tareas más escatológicas mientras el amo permanecía al resguardo, en su bunker.
Wolfschanze por Hachero

Llego a Wolfschanze temprano una fría mañana de noviembre, el suelo cubierto de hojas rojizas, conduciendo un desvencijado Ford Fiesta desde la cercana ciudad de Ketrzyn, la Rastemburg alemana, donde misteriosamente en la década de los años cuarenta ningún vecino cayó en la cuenta de que apenas a cinco kilómetros de la ciudad se levantaba este entramado de bunkers en el que vivió el propio Hitler durante casi tres años. Y si ellos no supieron verlo, imaginen a los aliados, buscando como locos al escurridizo líder de la locura aria. Es más: casi que cuesta al visitante de hoy comprender qué es eso que ve, invadidos los restos por la naturaleza al modo de la selva del Yucatán en las ruinas mayas o de la jungla camboyana en Angkor Wat.

yo en el bunker de hitler, por Hachero

La fría mañana ayuda a sentirse aún más solo, la niebla levita entre los troncos de los arces, se enreda en los fresnos, juguetea con las altas y desnudas copas de las hayas. El suelo cruje en ocasiones, resbala en otras, la humedad reina con una altanería tan grande que su sirviente el musgo se enseñorea de todo lo que sobresale del suelo. ¿Es un tronco o un trozo de pared? ¿Es una estalactita o un hierro retorcido? Aquello parece un montículo natural que sobresale del terreno pero una pintura amarilla anuncia que estamos ante un colosal búnker que ha explotado desde su interior.

Aquí estaba el barracón de las conferencias donde Hitler sufrió el atentado
Restos de la sala de conferencias donde Hitler sufrió un atentado
Wolfschanze por Hachero

bunkers de la Guarida del Lobo, por Hachero

Las gruesas paredes han aguantado la deflagración pero el techo se ha levantado como un sombrerito para caer tan sólo unos centímetros más allá. Los restos de los ochenta edificios, cincuenta de ellos bunkers, son reconocibles a ratos, camuflados entre la maleza, guiado el visitante por un rudimentario plano que venden en la recepción, marcados los lugares más emblemáticos con gruesos números que sirven de orientación. Aquí vivió el Fürher, allá su guardia personal, esta era su casita del té, aquello el bunker de Bormann, el de Jodl, el de Keitel.

Bunker de invitados en Wolfschanze, por Hachero

Búnker de invitados en La Guarida del Lobo, por Hachero
El búnker de invitados da una idea de la dimensión de techos y paredes
El tétrico y sombrío bosque de Görlitz era el principal recurso de los vecinos de la zona para hacer sus picnics y excursiones hasta que en el otoño de 1940 un nutrido grupo de soldados alemanes ocupó la zona y construyó el que sería el mayor secreto de la Segunda Guerra Mundial: la Guarida del Lobo, Wolfschanze, así en mayúsculas para los estudiosos, el lugar donde habitó el demonio, así en minúsculos para rusos, judíos, izquierdistas, gitanos, polacos y demás víctimas de Hitler. A lo largo de dos kilómetros y medio la Organización Todt (OT) levantó un complejo tan inexpugnable que aún hoy resiste el paso del tiempo, la voladura de los nazis y de los soviéticos, y la inexorable incursión de la naturaleza. La OT estaba formada por la crema de los ingenieros del ejército alemán y empleó entre dos mil y tres mil prisioneros para levantar una cadena de bunkers y edificios civiles que permaneció en secreto durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. La OT tenía mano de obra de sobra para levantar este complejo y mil más: los cálculos más conservadores hablan de un millón y medio de esclavos para sus operaciones, amén de otro tanto de obreros legales. Al frente de la OT se encontraba Fritz Todt (pincha aquí), de quien cogió el nombre, un brillante ingeniero enamorado de la doctrina nazi y responsable último del amplio dédalo de autopistas de la Alemania de los años treinta. En su nómina otros nombres que suenan bastante más, como Ferdinand Porsche, el creador de los míticos vehículos deportivos.

bunker de Wolfschanze, por Hachero

Bunker de Hitler en La Guarida del Lobo, por Hachero
Búnker de Hitler
La paradoja de Todt fue que su gran obra de Wolfschanze, la guarida del lobo, fue también su tumba. El 8 de febrero de 1942 Fritz discutió agriamente con el propio Führer porque consideraba que la guerra en Rusia estaba irremediablemente perdida y Alemania se encaminaba a un desastre de grandes proporciones. Las palabras debieron de ser de órdago y aún resuenan por el tétrico bosque. Un altercado que le produjo un estado tal de depresión y agotamiento que resultó evidente a sus compañeros. Horas después, Todt subió a un avión que no pudo ascender más de 30 metros antes de explotar con toda su tripulación a bordo, un accidente que nunca pudo investigarse porque el propio Hitler detuvo cualquier intento de encontrar las causas del siniestro.

bunker de hitler en la Guarida del Lobo, por Hachero
Interior del bunker de Hitler
Wolfschanze por Hachero

A finales de 1944 Hitler se sabía ya perdido, tras el fracaso de Stalingrado y el contraataque soviético y decidió abandonar el complejo el 20 de noviembre. Antes de irse del que había sido su húmedo hogar durante casi tres años ordenó destruirlo por completo y los artificieros nazis se esforzaron a fondo. Colocaron explosivos en los bunkers principales, sobre todo los que habían dado cobijo a los gerifaltes nazis, pero la OT había hecho un trabajo tan excelente que las instalaciones apenas sufrieron daños. Cuando el ejército soviético encontró el cuartel general se quedó tan de piedra como los mismos bunkers pero decidieron también volarlo: para nada, como mucho alguna pared derrumbada, alguna cubierta movidita, más grietas.

Monumento en Wolfschanze, por Hachero
El monumento recuerda a los militares polacos heridos y muertos durante los diez años que duró el desminado… ¡¡diez años quitando minas!![
Monumento a los desminador que desminaron Wolfschanze, por Hachero
Un monumento recuerda a los desminadores polacos que fallecieron mientras retiraban las más de 54.000 minas que sembraron los alemanes
En uno de los bunkers usaron hasta ocho toneladas de TNT y el edificio, en su soberbia, levantó caballerosamente su techo para volver a colocarlo en el mismo lugar. Eso sí, los alemanes habían plantado 56.000 minas en el recinto y tanto rusos como polacos estuvieron doce años desminando la zona. 'No salga de la zona', avisa antipático el recepcionista, 'ya sabe: bum bum'. Un monumento recuerda a los artificieros polacos que murieron en el desminado, un trabajo que debió ser de tan agotador como frustrante.

Bunker de Bormann en la Guarida del Lobo, por Hachero


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