miércoles, 10 de febrero de 2016

Viaje a Mardin: kurdos, libros infantiles y una larga historia (I)

En Cizre los niños kurdos pasan más tiempo lanzando cocktailes molotov que leyendo libros como los que me da Osmán


En una enorme mansión del centro de la ciudad de Mardin, Osman Baran quiere enseñarme algo: un libro infantil. Es más: muchos libros infantiles. Se empeña en que me los lleve a España y se los enseñe a todo el mundo. Gracias, le digo, pero me incomoda pensar en llevar esa enorme colección de libros infantiles en la mochila. 'Por libros como estos ha muerto gente en el Kurdistán', me dice serio y entonces bajo los ojos y los hojeo. Me parecen inocentes dibujos infantiles, están subtitulados y los libros además pueden leerse en dos direcciones.

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'Están escritos en turco y en kurdo y eso siempre ha sido un acto revolucionario', me dice Osman a través de mi amigo Yan, un arquitecto de Estambul que traduce al español. ¿Revolucionario un libro infantil? Miro circunspecto a Yan, con sus enormes pantalones bombachos, miro ceñudo a Osman, con su enorme bigote y su cara de oso grandote.

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Pues sí. Los libros infantiles pueden ser revolucionarios y prácticamente cualquier cosa podía alcanzar esa categoría. Por ejemplo, en 2006 el alcalde de la cercana ciudad de Diyarbakir, Abdullah Demirbas, del partido Paz y Democracia, inauguró una estatua dedicada a la lucha contra el maltrato infantil y la fiscalía lo llevó a juicio porque pensó que era una clara alusión un niño kurdo de 12 años muerto por la policía turca durante una protesta. Las acusaciones de la fiscalía turca durante la primera década del siglo XXI alcanzaron ribetes de surrealismo por juicios como estos:

- Imprimir anuncios en turco y kurdo para concienciar sobre la lucha de los Derechos Humanos

- Traducir el sistema libre de software Ubuntu al kurdo

- Publicar libros para niños en kurdo y turco

- Publicar libros en lengua kurda sobre cómo mejorar la salud en zonas rurales

- Publicar un libro con nombres kurdos para bebés

- Repartir felicitaciones con la palabra kurda del nuevo año kurdo: Newroz

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Hoy cosa ha cambiado levemente pero Osman recuerda orgulloso que fue su padre, Aziz, uno de los luchadores locales de la causa kurda. 'Mi padre levantó el primer cine de la ciudad, el primer festival de teatro, impulsó la publicación de libros escritos en turco y kurdo', comenta apasionado este antiEdipo completamente rendido a su papi. 'Llévese los libros', me insiste, y sin saber muy bien por qué aparezco en mi hotel con una colección completa de libros infantiles escritos en kurdo. Y con ellos me llevo la historia de los Baran, que el bueno de Osman se empeña en que escriba minuciosamente, desde 1927, cuando su abuelo, Aziz, fue expulsado de la ciudad tras la rebelión de Sheikh Said, que pretendía resucitar ese Califato que ahora levanta el Estado Islámico algo más al sur. 'La historia de mi padre es la historia de los kurdos en el siglo XX', dice, 'primero el genocidio cristiano, luego las revueltas por la identidad religiosa, más tarde la desaparición de la conciencia de etnia, luego los devaneos con los partidos comunistas y ahora la lucha por la integración'.

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Las calles de Mardin son color miel y repletas de enormes mansiones que por la noche resultan tétricas y oscuras pero encantadoras

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El propio Sheikh Said murió ahorcado en 1925 indignado con un Ataturk que no quería más etnias que la turca en Turquía ni más religión que el Laicismo. Una afrenta que atormentaba a muchos kurdos piadosos, que no habían dudado en asesinar a cientos de miles de cristianos a las órdenes de los tres Pachás, culpables para siempre del genocidio de armenios y asirios como muestra de su lealtad al imperio otomano, un genocidio que ha pasado a la memoria kurda como Seifo, 'el año de la espada'. Claro que aquellos tiempos ya quedaron atrás y los tres Pachás y el mismo imperio otomano eran el recuerdo de una grandeza que ya no se vería más: era la hora de recuperar su identidad, pensaron antes de caer borrados por el enérgico Ataturk.

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El abuelo de Osman, Aziz, diluyó su espíritu kurdo en un mar de aculturación en el que cualquier etnia distinta de la turca no existía por decreto. Los kurdos fueron denominados entonces 'turcos de las montañas', y el esplendor pasado, (los kurdos se consideran descendientes de los Medos), se diluyó igualmente, a pesar de suponer un tercio de la población del país. Aziz encontró esposa en Diyarbakir y regresó a su ciudad natal cuando la revuelta se calmó para probar suerte en el transporte porque los seres humanos, pensaba, siempre necesitan comer y beber, dormir en una cama, vestirse e ir a otros lugares. Todo lo demás es accesorio, irá y vendrá, pero lo básico siempre será lo más seguro. Por eso, y una vez hicieron dinero con el transporte, acondicionaron la gran casa familiar como hotel. Era el año 1952 y todo funcionó hasta la muerte del patriarca, quien dejó como heredero al joven Aziz, el padre de Osman, con sólo 17 años, un joven que decidió estudiar economía para afianzar el pequeño imperio familiar.

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Y así, el joven heredero que rezaba cinco veces y cuyo padre había luchado por imponer la sharía descubre de pronto el marxismo y cae fascinado por las teorías del alemán. Tanto que en 1974 el hasta entonces rentable hotel cayó fulminado por las deudas. Y Aziz, obsesionado por las injusticias sociales, se presentó a las elecciones como kurdo marxista en una época de militares anticomunistas y de kurdos que no sabían que eran kurdos. Y encima perdió por sólo 125 votos. Aziz vuelve a intentarlo nuevamente en 1978, continúa Osmán, ahora en coalición con un amigo que admira a Mao Zedong, ¡¡un maoísta kurdo en las desérticas llanuras de la Anatolia turca!!. Así, de coalición en coalición, Aziz llega al Partido Turco Socialista del Proletariado, uno más de las decenas de partidos comunistas que jalonaba la Turquía de los años 70, y logra, ya en 1980, un tercio de todos los votos de su ciudad: Mardin. Pero el gafe acompañaba al ya político Aziz y el 12 de septiembre de 1980 el ejército irrumpe en la escena política con un golpe de estado marcado por una premisa: todos turcos, todos hermanos. Así pues, sobran las etnias diferentes, sobran llamadas religiosas a instaurar la sharía, sobran las guerrillas revolucionarias y étnicas (como el PKK de Abdullah Ocalan). Y el Aziz político, marxista, socialista y maoísta huye porque es sospechoso doble, por kurdo y por rojo, y huye hasta la (para mí) exótica Iskenderum, en la actual Irak, y tan asfixiado está el hombre que desempolva su espíritu empresarial cubierto durante años por gruesas capas de marxismo y triunfa con un negocio de avituallamiento de barcos.

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Con el tiempo, y los militares lejos del poder (aunque no tanto), Aziz vuelve a casa, ya algo menos marxista pero siempre un izquierdista convencido y vuelve a deambular de partido en partido hasta que, en 1998, consigue el cargo de gobernador y hasta un puesto como parlamentario en Ankara (aunque el sistema electoral turco del momento invalida a los vencedores si el partido no logra un mínimo del 10% de la votación total). Sus últimos años los pasa en un quiero y no puedo, expulsado de la política por la nomenklatura y no por los votantes. Aziz se da a la bebida, a internet y a los cigarros que su madre le liaba compulsivamente. Ahora, ciego y casi paralizado, Aziz ofrece consejo a los kurdos que quieren escucharlo, les recuerda cómo sus compañeros terminaron muertos o en prisión y que la burocracia y la represión terminaron por minar su alma. Pero no la del pueblo kurdo, me dice su hijo, Osmán, mientras une en un hato todos los libros infantiles. No hay escapatoria: tendré que llevarme el lote entero, pero el rato y la historia han merecido la pena...

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jueves, 14 de enero de 2016

Viaje a Diyarbakir: en el quinto lugar más sagrado del islam



En el centro de la ciudad antigua de Diyarbakir eleva su minarete una gran mezquita. Los vecinos la llaman Ulu Cami y presumen de que es el quinto lugar más sagrado del Islam, tras las mezquitas de La Meca, Medina, Jerusalem (Al Aqsa) y Damasco (los Omeya). En el patio los fieles salen de rezar con evidente satisfacción, cae la tarde en Diyarbakir y los vecinos, kurdos casi todos, vuelven a casa tras sus oraciones. Miro el templo como lo han mirado miles de personas en los últimos dos mil años porque la mezquita, hoy tan sagrada para los musulmanes, fue antes catedral cristiana y antes incluso, y sin que llegue a averiguar muy bien qué, templo pagano, tal vez romano. Y antes, quién sabe qué más.

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Hace muchos años, cuando esta ciudad se llamaba Amida, y hablo del siglo I D.C. en el centro del casco antiguo se levantaba un templo que ya entonces era muy antiguo. Pero llegaron unos tipos estrafalarios predicando unas ideas nuevas sobre un dios muy poderoso que repartía amor en lugar de castigos y los vecinos de Amida se sintieron atraídos por la nueva buena. Nadie recuerda de dónde venían esos hombres y hasta hoy se especula que pudieron venir de Jerusalem, enviados por San Juan, o tal vez desde Antioquia, enviados por San Pedro, o quién sabe, puede que vinieran de Edessa, hoy Urfa, patria de Abraham y lugar asignado por los primeros cristianos a Santo Tomás.

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La cosa es que esta última opción tiene sus defensores porque la iglesia que se levantó se llamó Santo Tomás y nadie cree que se le haya puesto ese nombre porque sí. Sea como sea, la historia nos devuelve los ecos de una época en la que la antigua Amida era el centro de una región cargada de profetas y visionarios, de apóstoles y enviados de dios: los armenios también tienen aquí una importante iglesia, la de Surp Giragos (una importancia que creció en 2012, cuando en su interior se celebró la primera misa armenia en la región tras el genocidio de 1915) y aseguran que San Bartolomé y Tadeo pasaron por aquí camino a Armenia y que hasta en un año tan temprano como el 325 D.C un obispo local llamado Simón de Amida participó en el primer concilio ecuménico de Nicea, lo que da idea de la importancia de esta población en la cristiandad más remota.

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Un centro cristiano, en todo caso, que desapareció hace ya milenio y medio y que convierte las historias de los antiguos asirios, o griegos, o tal vez armenios (o lo que fueran) en un sueño lejano del que apenas resta nada más que ecos perdidos rebotando en las estrechas calles del casco histórico. Porque la ciudad ya no se llama Amida sino Diyarbakir, los campanarios no son ya tales sino minaretes de mezquitas y de los armenios y asirios apenas queda un puñado escondido en alguna calle remota.

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Hoy la ciudad es turca y conocida por dos asuntos: su muralla, que es la segunda más larga del mundo (pincha aquí), y por los kurdos, que la han convertido en la capital oficiosa (y especialmente combativa) del Kurdistán, ese país que sólo existe, mal que bien, en el norte de Irak (pincha aquí). Por eso las crónicas antiguas muestran una ciudad que hoy parece irreal, extinguida, perdida en la memoria, una ciudad que tuvo más de treinta iglesias cristianas pertenecientes a un montón de ritos distintos, desde los apostólicos armenios a los sirios ortodoxos, desde los católicos sirios a los católicos árabes, de los griegos ortodoxos a los nestorianos, desde los caldeos a los jacobitas: un centro de estudios y discusiones sobre el cristianismo que atraía eruditos y aspirantes de toda Mesopotamia. Hoy, como decía, apenas queda un puñado de ellos que se reúnen frecuentemente todos juntos como para insuflarse algo de ánimo ante la ola de islam que los rodea.

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El caso es que si Amida conoció el cristianismo desde sus primeros días, también conoció el islam desde su inicio. Tanto, que la antigua iglesia de Santo Tomás cayó en manos de los primeros musulmanes en una fecha tan temprana como 639 D.C. quienes la conviertieron en lugar de culto para Allah. Las tribus árabes enfervorizadas por el recién nacido Islam derrotaron a las fuerzas del emperador Heraclio y establecieron una continuación del califato que dirigía en aquel momento el compadre de Mahoma, Abu Bakir, que terminó por dar nombre a la ciudad (Diyar-Bakir, aunque Atatürk era tan turco que le cambió el significado: tierra del cobre, en su idioma.)

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Una mezquita que desde el principio tuvo su interés porque hoy acoge cuatro escuelas distintas del islam, una mezquita en la caben cinco mil fieles y que hoy se enseñorea del centro de la ciudad desde su captura. Claro que la sombra de aquel minarete del 639 no es la misma que hoy porque en el año 1091 D.C. la comarca sufrió un terremoto que generó a su vez un incendio que calcinó un edificio que era una suma de templos y hubo que levantarlo otra vez. Atrás dejó la primera mezquita, la última iglesia y los misteriosos templos de la Antigüedad y, sobre todo, el ambiente de buen rollo que parece hubo durante los primeros años porque los invasores aceptaron a los cristianos en el interior del templo (que era suyo, por cierto) hasta el 770 D.C., unos años que debieron de ser llamativos al rezar todos en su interior, es de pensar que con cierto orden y concierto.

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El caso es que miro las columnas y tienen pinta como de griegas, miro los relieves y me parecen asirios, miro el conjunto y tiene algo de romano. Las inscripciones tienen aire a ejercicio caligráfico, la piedra negra basáltica refrenda la robustez de la construcción y el interior me recuerda a la mezquita de los Omeya en Damasco. Ya no queda ni el recuerdo de aquella iglesia de Santo Tomás más allá de las conversaciones de los asirios de la ciudad: 'era nuestra iglesia', me dice ceñudo el párroco de la iglesia de la Virgen María, también en Diyarbakir, como recordando, quién sabe, una vida pasada en la que él también peregrinó por los desiertos de la Anatolia buscando almas a las que convertir. La mezquita actual fue parte del imperio Selyúcida pero su pórtico oriental, por ejemplo, parece otra cosa y hay quien dice que pudo ser un teatro romano. Las columnas y los capiteles, desde luego, tienen poco de islámico y tan sólo las piadosas musulmanas sentadas a sus pies me recuerdan que estoy en tierra de Dar el Islam. Hay partes que pueden proceder de edificios bizantinos. El interior de la mezquita, eso sí, ha cambiado porque antes parecía que dentro existía un auténtico bosque de columnas que hoy ha dado paso a un espacio abierto y tan desierto en su interior como las extensas planicies que rodean la ciudad.

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En todo caso, un lugar sagrado con mucha más historia de la que se ve a simple vista. Salgo de la mezquita y un nutrido grupo de muchachos corre calle abajo mientras a lo lejos un furgón policial grita algo en turco. Es una bofetada de realidad: Amida no existe, la iglesia de Santo Tomás tampoco, estoy en Diyarbakir, territorio kurdo, territorio combativo, territorio del islam. Y la Ulu Cami, me recuerda un joven a mi lado, es su quinto lugar más sagrado...

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miércoles, 13 de enero de 2016

Viaje a Israel: revivir al mar Muerto para que siga muerto


Intento hundirme pero no hay modo: el agua me expulsa de su fondo. La superficie aparece moteada de voluminosos cuerpos que experimentan la misma sensación: son peregrinas rusas que aprovechan un alto en el pío camino de Jerusalem para sentirse gráciles plumas que nadie puede hundir. El mar Muerto es un reclamo turístico para sus dos orillas, la de Israel y la de Jordania, y añade un elemento distinto al turismo religioso o al interés geopolítico de la región. Pero el mar Muerto tiene un problema que nadie sabe exactamente cómo resolver: se está secando y eso crea una de esas paradojas que tanto me gustan: el mar Muerto se muere y los países limítrofes quieren revivirlo para que siga estando muerto.

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El problema radica en la crónica carencia de agua de la región. Israel, Jordania y hasta Siria toman agua de los afluentes que vierten sus corrientes en este mar tan salado, desde el río Jordán a otros menos conocidos, una carrera contrarreloj y contra la evaporación que comenzó un siglo atrás y que amenaza de muerte al mar Muerto. Una pena porque no sólo está muerto y salado y lleno de rusas que chapotean agobiadas en un elemento que las supera: también es el punto más bajo del planeta tierra, 400 metros bajo el nivel del mar, lo que convierte la concentración de sal en sus aguas, (diez veces más alta que en el océano, 340 gramos de sal por litro de agua) en una broma macabra para los sedientos y en una oportunidad para los empresarios que levantan balnearios y spas en sus orillas.

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Una broma que nadie quiere que desaparezca porque se iría parte de nuestra historia, desde Cleopatra fascinada por las curiosas aguas a Ludwig Burckhardt arrastrándose vestido de beduino para descubrir la cercana ciudad de Petra. Por eso Israel y Jordania abrirán un canal entre el mar Rojo y el mar Muerto, un canal que abastecerá de agua potable a las ciudad de Aqaba, en Jordania, y a la de Eilat, en Israel, un proyecto de 900 millones de dólares. La conducción principal transcurrirá por territorio jordano y transportará agua salada del mar Rojo mientras que el agua potable vendrá de territorio israelí situado más al norte. El problema radica en mantener un equilibrio entre el aporte de agua y la salinidad del singular mar. El canal tendrá 180 kilómetros y transportará unos 50 millones de metros cúbicos para desalar que irán a los grifos del sur de Israel, otros 30 millones de metros cúbicos para Jordania y un plus de agua dulce proveniente del lago Tiberíades para los grifos del norte de Jordania. Unas cantidades bíblicas pero que no acaban ahí porque las bombas seguirán enviando unos cien millones de metros cúbicos de agua residual proveniente de las desaladoras al mar Muerto, una cantidad que parece mucha pero que sólo incrementará el nivel de este mar tan salado en unos 10 centímetros al año, un combate desigual porque el ritmo de secado es de cien centímetros anuales, una cantidad que asombraría a los vecinos de un siglo atrás que verían cómo la orilla ha descendido 25 metros después de perder un tercio de su masa de agua.

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El proyecto no deja de generar polémica y la Asociación Amigos de la Tierra, de Israel, se opone a esta idea porque ve en peligro de morir, paradójicamente, al mar Muerto, que moriría dos veces al recibir aguas nuevas que puedan traer bacterias y algas ajenas a este extraño ecosistema con mucho de sistema y muy poco de eco. Sin la ayuda del canal, el mar Muerto desaparecerá en unos cincuenta años. Con el canal, tal vez tarde unos años más pero tal vez muera convertido en un mar distinto del mar actual. Lo que sí parece cierto es que el mar Muerto está condenado a muerte y eso preocupa a los que tratan de mantenerlo vivo para que siga ofreciendo su peculiar muerte a sus visitantes...

lunes, 14 de diciembre de 2015

Viaje al golfo de Cádiz: con el rey de España Felipe VI


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El monarca saluda a sus marineros y me pregunto qué sentiría yo si me devolvieran el saludo desde un buque con el nombre de mi madre...

El capitán general de las Fuerzas Armadas de España pasa revista al grueso de su flota de guerra. Presidiendo el desfile naval, Felipe VI saluda militarmente, levanta un brazo, otea el horizonte, su figura se recorta solitaria elevado sobre el puente de mando. Nada es baladí en esta estampa: cuando mi nombre sea un galimatías a medio borrar en una lápida olvidada, el suyo seguirá impreso en los libros de historia como integrante de un linaje que reinó un país.

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Tal vez por eso Felipe, el sexto de su estirpe, resiste estoico la lluvia de fotografías que los corresponsales de prensa arrojan sobre su rostro.

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No hay gesto que escape, no hay mueca que no se escudriñe, no hay mirada que no se capte. Pero Felipe VI ni siquiera parece caer en la cuenta: somos parte de su entorno habitual.


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Cuál es el mecanismo mental de un rey, me pregunto entonces, el mecanismo que te eleva sobre el resto de mortales, que en este caso son súbditos, es decir, que se subordinan, que se someten, que son inferiores en casta y en alcurnia, pueblo en todo caso, gentes que habitan tus dominios y que acatan las órdenes que tú les das, cómo piensa una mente que desde su más tierna infancia se sabe diferente, integrante de una familia aparte, distinta, 'mejor'...

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Sea como sea, y haya avanzado el mundo lo que haya avanzado, un rey no deja de ser un rey, cúspide absoluta de la sociedad según la pirámide que el tiempo ha cincelado a base de leyes y de mandobles, el jefe de todos, lo queramos o no. Y ahí está todo un rey, Felipe VI, número que sigue a Felipe V, que en su día pudo tener tantos o más detractores que este, el VI, pero que ahí permanece en los anales, materia para el estudio, retrato en el Prado, fotografía en los libros de historia, estatuas ecuestres, nombre de calles, avenidas, parques y jardines, del mismo modo que este, el VI, lo será en su momento para las generaciones futuras y su imagen ilustrará monedas, sellos, pósters, portadas y banderas, ya monte a caballo, capitanee un velero o tome una copa de vino (español).

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Claro que el anterior Felipe, el V, no heredó el trono exactamente del mismo abolengo, el de los Borbón, sino del anterior, el de los Austria, al que sí pertenecía plenamente su tío abuelo, el de Felipe V, que no era otro sino Carlos II, lo cual viene a demostrar que aunque troncos distintos al final todos comparten una suerte de gen que te hace volar sobre el resto de los mortales porque eres rey, o duque, noble en todo caso. Felipe V, que ya era Borbón, nació en Versalles, era el nieto de Luis XIV, el rey Sol, y bisnieto de Felipe IV de España, quien a su vez era nieto de Felipe II y parte de la casa de los Austria, el más poderoso monarca que ha tenido España, y de Carlos I, que también era V de Alemania. Reyes, en todo caso, reyes para siempre y para todos, sin importar si eran alemanes, ingleses o franceses, si guerrearon sus padres o se casaron sus primos. Gentes nacidas para un oficio hereditario. Reinar.

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El rey pasea por el interior de la fragata siendo el centro de las miradas, no sólo ya de la prensa sino de sus marineros, que se deshacen en parabienes por mostrarle el funcionamiento de todos los aparatos del buque del mismo modo que a su antepasados les mostraban los tercios de Flandes o tribus amerindias arrancadas de sus islotes para mejor comprensión de la grandeza de sus posesiones.

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¿Y cómo se acostumbra una persona a ser rey? ¿Cómo soportas que a tu alrededor decenas, si no cientos, de ojos se posen en tu figura, que te lancen hordas de fotos, que ningún gesto se escape del escrutinio general? ¿Alejándote de tu pueblo, viéndolo como yo veo unas hormigas por el pasillo de mi casa, de mi habitación, de mi salón, pequeñas presencias molestas pero partes integrantes de mi propiedad? No deja de sorprenderme ese estoicismo y al tiempo desapego para ser el centro de gravedad de cualquier acto que se celebre a lo largo de toda una vida. La vida del rey. Del Rey.

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Al menos su padre, que también fue rey, Juan Carlos I, debió de ganarse un trono que la dictadura de Franco le arrebató a su padre, Juan, del mismo modo que la II República se lo arrebató a su abuelo, Alfonso XIII, también Borbón, claro está. Felipe VI, probablemente gracias a Dios, no ha tenido que bregar con semejantes cuitas terrenales, desagradables todas, y ha podido dedicar su niñez y su educación a prepararse para lo que hoy es: rey, pero no cualquiera sino el primer rey de la historia de España que tiene títulos universitarios y posgrado. Por eso podemos deducir que ha tenido más tiempo para pensar en cómo reinar, y no si podría llegar a reinar, más tiempo para saberse rey, y no para imaginarse rey, más tiempo para despegarse del suelo y dedicarse a la tarea del monarcado, y no a patearse el suelo recordando quién fue su abuelo, a qué estirpe pertenece y cómo derrochar simpatía para volver al sitio que Él, en su infinita bondad, le ha deparado por sangre: la corona.

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Felipe VI carece pues de ese bagaje, que en su padre fue necesidad, aunque, es de pensar, tendrá otro: mejor educación, mayor conocimiento teórico, más elementos de juicio, menos presión. ¿Y eso lo convertirá en mejor rey? Sólo Dios, que está siempre de su parte, lo sabe. Si mira atrás verá de todo: a su padre, abdicando tras ciertos escándalos desagradables pero con un apoyo popular innegable, a su abuelo Alfonso huyendo de España sin honra ni trono, a su antepasado Fernando VII, tal vez el rey más indigno que ha tenido la corona patria, a Carlos III embelleciendo Nápoles, a Carlos V guerreando por Europa agarrado siempre a un crucifijo, a los Reyes Católicos conquistando Granada y flipando con esos indios que traía el tal Colón de sus extraños viajes, a Juan de Castilla matando infieles.... Un hito que no puedo ni imaginar porque no conocí a mis abuelos y no tengo mayor noticia de quiénes fueron mis bisabuelos, por no hablar ya de antepasados más antiguos...

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En todo caso, y sea la alcurnia lo que quiera que sea, prefiero considerar la monarquía carne de folclore y para ello nada mejor que esta anécdota. Corría el año 2012 y Cádiz celebraba el bicentenario de la constitución de 1812, la PEPA. El rey de España, Juan Carlos I, visitaba la ciudad y una multitud de entusiastas seguidores agitaba banderitas rojigualdas en la plaza de España. Una señora destacaba por sus gritos y vivas al rey y me acerqué micrófono en mano para conocer de primera mano el motivo de su admiración. 'Señora', le pregunté, '¿es usted monárquica?. La señora me miró con aire guasón y contestó 'no hijo, yo soy de Cádiz Cádiz'...

martes, 8 de diciembre de 2015

Viaje a Estambul: pescando en el puente Gálata


El sol se pone sobre Estambul y la silueta de una mezquita se dibuja en el horizonte amarillo. Un haz brillante se interpone entre la imagen y mi cámara y rompe la foto con su inoportuna presencia. ¿Un haz brillante? ¡¡Es el sedal de un pescador!! Los hay por cientos ahí arriba, en el puente Gálata, no hay manera de evitarlos, caen por decenas, los clientes de las teterías del piso inferior asisten divertidos a un paisaje de ensueño, el Cuerno de Oro, la miríada de mezquitas, las colinas hiperpobladas, el ajetreo de transbordadores, un espectáculo que se incrementa con los peces que suben del mar a las manos de los pescadores y que añaden un punto de surrealismo al canto del muecín...

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Por estas aguas navegaron genoveses antes de levantar un barrio en la orilla norte del Bósforo, naufragaron bizantinos seguros de haber construido una segunda Roma, se aburrieron tanto unos soldados ingleses que idearon un novedoso juego de cartas al que llamaron bridge (puente) y dicen que desfilaron celtas y hasta judíos de Crimea. Hoy el Bósforo es una inmensa pecera a la que los vecinos de Estambul lanzan ávidos sus anzuelos esperando que pique el pescadito, el puente de Gálata un mar de cañas, sedales y boyas, y las siluetas de las características mezquitas turcas un entrelazado proyecto de peces que saltan desde el suelo hinchadas sus branquias.

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La torre Gálata sobre el puente Gálata y su multitud de pescadores

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La torre Gálata custodiaba la entrada al cuerno de Oro, sobre el que se levanta el puente de los pescadores, con una inmensa cadena que en épocas de guerra bloqueaba la entrada al interior de la ciudad y a sus muchos tesoros. Hoy la torre Gálata asoma su pináculo sobre el marasmo de viviendas del barrio de Karakoy, la antigua Gálata, como queriendo ella también lanzar su tejado al agua y ver si atrapa una lisa de muelle. Nadie diría que esta construcción se levantó en 1348 sobre otra torre aún más antigua que cayó durante la cuarta cruzada, nadie diría que los turcos creen firmemente que en 1630 Hezarfen Ahmet Çelebi consiguió volar hasta la parte asiática del Bósforo al lanzarse desde su cúspide con unas alas artificiales, una hazaña que su hermano Lagari superó tres años después al lanzarse al vacío a bordo de un cohete cargado de pólvora. Nadie diría que tantas cosas han pasado por aquí arriba, ahora que el aire sólo escucha el rasgar de las cañas de pesca y las sirenas de algún transbordador que cruza las aguas.

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Porque yo estoy en el puente, no en la torre, un puente de 490 metros que parece una fiesta del anzuelo más que un símbolo de Estambul. No es un puente milenario, como esa torre, sino que es el heredero del puente que ordenó construir la madre del sultán Abdul Mejid allá por el 1845 y que tomó una forma más parecida a la de hoy en 1912, ya con Mehmet V en el trono, cuando lo convirtieron en puente rodante impulsado con energía hidráulica.

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En 1992 se inauguró el actual, para solaz y alegría de los pescadores estambulitas, que han adornado la estampa de postal con sus cañas y sus boyitas de colores. Tal vez cuando regrese a este puente tenga un rival desde el que los pescadores echen sus cañas, un puente que lleva rondando oficinas y despachos más de cinco siglos, desde que su autor, Leonardo Da Vinci, lo dibujara pensando en estas aguas y en este Cuerno de Oro. Un mamotreto de 240 metros con un solo vano que el sultán Bayaceto II recibió con escepticismo y sus asesores desaconsejaron por creerlo inviable. En 2006 el gobierno turco decidió reactivar el proyecto, quinientos años después, y ahora se estudia cómo y dónde levantarlo. Una oportunidad, en todo caso, para estos pescadores que podrán colonizar nuevas alturas sobre el Bósforo y cercar a los pobres peces que nadan entre Asia y Europa esquivando transbordadores, fuerabordas, redes de pesca y una cortina de sedales y anzuelos cada día más tupida...


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