lunes, 16 de junio de 2014

Viaje a Filipinas: Maximino Rodríguez, el último de Mindanao


Las embajadas de los EE.UU, Gran Bretaña y Australia renuevan cada pocas semanas un tétrico aviso dirigido a sus ciudadanos en las Filipinas: por favor, no visiten Mindanao, no vayan a Basilan, ni se les ocurra pisar las islas Jolo. El riesgo de secuestro es tan alto que el personal de los consulados tiene estrictamente prohibido visitar esta tormentosa región y cualquier turista que se salte la recomendación pone de los nervios al personal de Manila. El peligro se llama Abu Sayyaf, una organización considerada terrorista por todos los gobiernos occidentales, responsables de asesinatos, secuestros y emboscadas en el sur de Filipinas y autores de algunas de las acciones terroristas más espectaculares del sudeste asiático. Sus objetivos favoritos son los extranjeros, occidentales si es posible, periodistas o diplomáticos si pueden elegir, cristianos sobre todo.

Al llega a la isla de Basilan los niños trepan en busca de monedas

Padre Max por Hachero

‘Pues yo llevo a Dios en cada zapato’, me asegura el leonés Maximino Rodríguez, Max para los amigos, cuando le digo que tiene a Dios de su lado. ‘Cuando yo llegué, en 1962, esto era el paraíso’, asegura abriendo mucho los ojos, como si los recuerdos se le agolparan en la mente. ‘Los bandidos, que los había, huían a nuestro paso porque les asustábamos’, recuerda con cierto pesar, ‘pero ahora.....’. Ahora el paraíso se ha trocado infierno y los avisos de las embajadas convierten el sur de Mindanao en un desierto turístico. Y, por si fuera poco, la ciudad de Zamboanga, la capital de la región, sufre una ola de misteriosos crímenes a los que nadie pone autor ni causa: les llaman ‘crímenes sin motivo’ y en la plaza principal ondea un enorme cartel con la cifra de los asesinados sin causa aparente: 260. ‘Son muchos, ¿verdad?’, pregunta el padre Max, que juraría que al pasar le habían añadido uno más. ‘Será que han matado a otro esta noche’. Pero se equivoca el padre Max porque en un rato comprobaré que el número no ha crecido: al menos en las últimas horas.

Rumbo a Basilan por Hachero

¿Qué lleva a un leonés a vivir en un lugar tan peligroso? El padre Max mira al cielo pero su mirada se topa con el techo: ‘Dios’, señala. ‘Al principio la congregación de los claretianos me envió a Basilan y allí pasé diez años pero llegó un momento en el que vivir allí se hizo completamente imposible’. Basilan, resuena el nombre en mi cerebro, Basilan, el terror de las embajadas angloparlantes, el centro neurálgico de Abu Sayyaf, escenario de sus primeras correrías, de sus luchas intestinas y de la encarnizada pelea que mantuvieron (y mantienen, dicen ciertas voces anónimas) con los cuerpos de élite del ejército estadounidense. Surgidos a principios de la década de los noventa en torno a la figura de un líder mesiánico, Abdujarik Janjalani, al que sucedió su hermano pequeño, Gadaffi, los extremistas de Abu Sayyaf se declaran salafistas, han combatido en Afganistán contra los soviéticos, en Argelia junto al GIA y mantienen lazos íntimos con Al Qaeda y Jema Islamiyya. Si quieres conocer mi viaje a Basilan, pincha aquí.

Padre Max por Hachero

Para el padre Max y los habitantes de Zamboanga, la ciudad latina del sudeste asiático, como les gusta denominarse, sus vecinos de isla no dejan de ser una pandilla de ladrones obsesionados por el dinero. Dodo es originario de Basilan y habla horrores de sus paisanos. ‘Los conozco, alguno es de mi barrio, no son más que bandidos y muy poco inteligentes’, me asegura con cierto espanto, ‘sólo son radicales islámicos fanatizados y yo no les tengo ningún miedo’, dice mientras juega a los bolos. Es usted muy valiente para no tenerles miedo, le dejo caer, pero me responde, ‘no, lo que ocurre es que no tengo un centavo y ellos lo saben...’. El padre Max redunda en la visión que todos comparten, los terroristas de Abu Sayyaf no son más que bandidos, pero el claretiano va más allá y lo relaciona con aquellos crímenes sin motivo. ‘La culpa es del dinero’, comenta el padre Max, ‘todos quieren dinero, el consumismo ha entrado con una fuerza tremenda en estas sociedades, y por eso Abu Sayyaf no se conforma ya con secuestrar extranjeros: ahora también hace kidnappings (sic) de musulmanes, empezaron pidiendo cien mil pesos (menos de 2000 euros), pero luego subieron a los dos millones... ¡¡y ya van por veinte!! ¡¡Quién tiene aquí veinte millones!! (unos 36.000 euros).

Basilan por Hachero

Algo de cierto debe de haber en esta afirmación, sobre todo si viene de un hombre que ha pasado aquí cincuenta y dos años. De hecho, las últimas víctimas de Abu Sayyaf son dos jóvenes hermanas vecinas de Zamboanga, mitad filipinas y mitad argelinas, dos cineastas musulmanas que grababan un documental sobre la pobreza del campesinado en las islas Jolo, uno de los lugares más peligrosos del archipiélago. Aunque las busca la policía sin éxito todos parecen saber dónde están, dónde han dormido y hacia dónde se dirigen. Dodo les tiene miedo a estos bandidos y utiliza el secuestro de las dos chicas como prueba definitiva: sólo quieren dinero y no les importan las reivindicaciones políticas que sí preocupan a otros grupos guerrilleros, como el Frente Moro. ‘Secuestraron a mi amigo Edgar aquí, en Zamboanga, lo metieron en una barquichuela y lo trasladaron a Jolo, donde lo tuvieron retenido hasta que cobraron un rescate de varios millones de pesos: ahora Edgar no da un paso sin cuatro guardaespaldas...’. Los miembros de Abu Sayyaf son capaces de recorrer cientos de kilómetros en pequeñas embarcaciones para encontrar rehenes: en el año 2000 llegaron hasta Borneo para secuestrar a diez turistas occidentales, en 2001 recorrieron cientos de millas para secuestrar a un grupo de turistas en la isla de Palawan y en 2004 asesinaron a 116 pasajeros de un superferry en Manila. Los intentos de rescate suelen acabar en baños de sangre y rehenes decapitados. Un horror tropical digno de Apocalypsis Now pero sin la figura del capitán Kurtz que le dé algo de interés a toda esta locura.

Zamboanga por Hachero


En estas circunstancias, vivir en el sur de las Filipinas es un ejercicio de valentía permanente. O tal vez de temeridad. ‘En España hace tanto frío como aquí calor pero al menos ya estoy acostumbrado a todo esto...’, se justifica el padre Max mientras me muestra el colegio que parece haber levantado casi con sus propias manos. ‘Cuando llegué aquí esto era un solar’, comenta orgulloso. Los estudiantes desfilan aplastados por el intenso calor y lo saludan con amplias sonrisas. Son ‘sus niños’, ‘su familia’ a decenas de miles de kilómetros de su León natal. ‘Hace un par de años estuve por allá de visita pero mi casa es esta’. Su casa pues es amplia: todo el colegio, a pesar de que ya no tiene la fuerza para viajar por este paraíso extraviado. Ahora se dedica a tareas menores, ayudar en la sacristía, recibir visitas, leer la prensa que le llega con cuentagotas desde España. Como contrapunto parece saberlo todo de su hogar de adopción. Por ejemplo: no confía en ver el final del conflicto que azota Mindanao y que va más allá de los terroristas de Abu Sayyaf, que al fin y al cabo son los últimos en llegar. El conflicto que enfrenta al gobierno de Manila, cristiano, con los terratenientes y señores de la guerra del sur, musulmanes, nos retrotrae al pasado histórico en el que las tropas españolas batallaban sin cesar con los moros del sur por cuestiones religiosas. El conflicto ha costado ya más de doscientas mil vidas desde mediados de los años setenta, cuando los musulmanes exigieron con las armas un estado propio. A base de muertos, atentados, estados de excepción y negociaciones, el inicial Frente Moro de Liberación Nacional pasó a convertirse en el Frente Moro de Liberación Islámica, del que se escindieron los traviesos orates de Abu Sayyaf, pero aquellos con una intención política que hacía posible las negociaciones para lograr acuerdos (que no llegan nunca, por cierto). Con Abu Sayyaf es diferente porque no quieren nada coherente.

padre Max por Hachero
Con el padre Max en su colegio de Zamboanga
El último proceso de paz se desarrolla ahora, un proyecto de autonomía islámica, que comenzó llamándose ARMM (Autonomous Region in Muslim Mindanao) y que ha pasado a ser conocido como Bangsamoro, un plan que espera que 2016 sea el último año de guerra. El padre Max tuerce el gesto y asegura con pena: ‘el final de la violencia no la verán mis ojos’. Y acto seguido desgrana el cúmulo de particularismos del ARMM y del proyecto Bangsamoro: la región estaría formada por tierras musulmanas, como Basilan (pero no su capital, Isabela), Maguindanao, Sulu, Tawi Tawi y Lanao del Sur. Enclaves tan liosos que, por ejemplo, la capital de la ansiada autonomía mora sería Cotabato aunque es una ciudad que está fuera de su jurisdicción porque la que debía ser capital, Zamboanga, es cristiana y se niega a pertenecer a un estado musulmán. ‘Un lío’, concluye el padre Max, que repite a modo de mantra que los acuerdos están adoptados  pero ‘el demonio está en los detalles’. Hay que hacerle caso porque este leonés no ha tenido un percance en los años que lleva allí, y eso que se nota a la legua que no es de estas tierras: alto, blanco y de pobladas cejas, el padre Max recorre en una frase mil idiomas, pasa del castellano con acento leonés al inglés con acento filipino, y de éste al chabacano con acento nativo, una suerte de castellano antiguo mezclado con frases y palabras en idiomas locales, principalmente el tagalo.

Zamboanga por Hachero

Pero cuando menciona a los amigos caídos, el padre Max parece fijar mejor sus recuerdos en castellano. Así, por ejemplo, recuerda emocionado al padre Gallardo, el filipino Rhoel Gallardo, secuestrado, torturado y finalmente asesinado en el año 2000, o a su compañero Bernardo Blanco, también español y claretiano como él, quien resiste también en Zamboanga con una actividad frenética en una lucha permanente por la paz y el recuerdo de las semanas que estuvo secuestrado por Abu Sayyaf. ‘Los secuestran y luego los liberan aunque al pobre padre Gallardo lo trataron realmente mal’, dice el padre Max con una emoción contenida. Pero se repone pronto y piensa en el Vaticano: ‘cuántos mártires han dado estas tierras que ni siquiera han llegado a oídos de Roma’, dice pensativo. Y no deja de tener su razón porque los primeros españoles llegaron a Zamboanga en 1635 pero la primera mezquita de las Filipinas data de 1380 y el mismísimo Magallanes falleció no lejos de aquí aseteado por los hombres de un cacique musulmán, el célebre Lapu-Lapu con el que todo filipino bromea cuando se encuentra un español. ‘¡Cuántas santos se han perdido porque los papeles no llegaron jamás al Vaticano!’, vuelve a lamentarse el padre Max, cansado tal vez de una burocracia tan enredosa que convierte a la española en eficiente y moderna. ‘Fíjese cuántos mártires van a beatificar ahora en Tarragona’, comenta, ‘más de quinientos, y los de aquí permanecen en una especie de limbo, dieron sus vidas y nadie los recuerda...’. Un lugar propicio para el martirio porque si no te matan los de Abu Sayyaf te puede matar cualquiera cuando caminas por la calle.

Zamboanga por Hachero
Cartel que recuerda los muertos por lo que aquí llaman 'crímenes sin motivo'
‘La culpa es de las drogas’, asegura el padre Max en relación a los ‘crímenes sin motivo’, y yo lo miro circunspecto. ‘La culpa es de las drogas’, me dice más tarde Vincent Paul Elago, concejal de seguridad en Zamboanga y, se supone, conocedor de los entresijos de la ciudad, y entonces dudo de mi primera apreciación. ‘Aquí tenemos una droga muy parecida a la cocaína que se llama shabú y estamos seguros de que estos crímenes están relacionados con su consumo’. El shabú es un excitante muy adictivo que se fuma en ambientes marginales y que provoca un agotamiento psicótico que puede degenerar en violencia sin sentido. El caso es que, por una causa o por otra, Zamboanga se enfrenta, por si no tuviera poco, a una epidemia de crímenes sin motivo. El shabú tiene posibilidades pero Vicent tiene otras conjeturas: ‘supongo que habrá de todo: crímenes pasionales que se cometan entre comunidades interreligiosas, ajustes de cuentas... Esto no deja de ser el trópico e imagine usted a un musulmán que descubre a su mujer con un amante cristiano...’. Un joven profesor del Ateneo, fue el último en caer mientras caminaba por la calle: dos jóvenes en moto le dispararon en la cabeza desde corta distancia y todavía la gente se pregunta por qué.

Zamboanga por Hachero

Zamboanga por HacheroLa última víctima de los crímenes sin motivo es un profesor de la universidad de Zamboanga, Justine, cuyo nombre está en todo el perímetro del centro educativo

El padre Max recuerda entonces las playas de Basilan, su exuberante vegetación, la sonrisa de los niños. ‘Era el paraíso’, repite y yo me digo entonces que quiero conocer esa isla. ‘Ni se le ocurra’, me dice. ‘Quitéselo de la cabeza’, me aconseja el jefe de los bomberos de la ciudad, Dominador Flores. ‘Imposible’, me espeta Vernon Padilla, capitán de los transbordadores que unen Zamboanga con Isabela, la capital de Basilan que lleva el nombre de la reina española Isabel II. Tras una tira y afloja, el capitán Padilla cede: ‘bueno, pero yo iré con usted y sólo podrá pisar el muelle: si Abu Sayyaf descubre que está en la isla habrá lío’. Me monto en el transbordador rodeado de gente que quiere acompañarme: mi primo Arnold, el capitán Padilla, un escolta privado, dos soldados del ejército, curiosos que me miran divertidos y, como colofón, un tifón que se dirige a Manila. Basilan está a poco más de una hora de Zamboanga, llueve torrencialmente y uno de los soldados no deja de observar el horizonte por si aparece una lancha con piratas. Me parece surrealista. Isabela, la capital de Basilan, se me antoja una sucesión de chabolas que no son más que un fiel reflejo de las de la isla de enfrente, Malamavi. En primera línea de costa un sinfín de casitas de madera a modo de palafitos reciben al visitante. Están intercomunicadas por planchas de madera y la pobreza es evidente e insultante. Los troncos de manglares ya extintos dan una idea de la insalubridad de la costa y del material del que están hechos los barrios. De entre los tejados sobresalen medias lunas que anuncian las mezquitas que sirven de eco a los mensajes extremistas de Abu Sayyaf.

Padre Max por Hachero

De la antigua colonia de españoles, suizos, alemanes y norteamericanos que campaban a sus anchas no queda absolutamente nadie. Si acaso algún agente de los servicios especiales norteamericanos que hicieron aquí algo más que la guerra a principios de los años dos mil. Los niños se acercan en piraguas a pedir monedas y uno de los soldados los expulsa sin contemplaciones. ‘Quién sabe que traen’, murmura. Los soldados tienen miedo. Parece que hayamos entrado en un territorio hostil. Los pasajeros bajan con tranquilidad pero a pie de muelle los soldados que me ven se asustan y temen trabajo extra: usted no puede estar aquí, me indica uno con gestos. El capitán Padilla les explica mi presencia pero me encierran en las oficinas portuarias. ‘No se asome a las ventanas, si lo ven está muerto’. Comienzo a pensar que todo es una gran broma que acabará con litros de cerveza pero recuerdo entonces los avisos de las embajadas anglófonas y sospecho que no. Tiro fotografías desde las ventanas pero los soldados me hacen gestos para que me retire. No sé si tienen miedo o pecan de prudencia. ‘A Isabela aún es posible ir pero no más allá, y aún así el riesgo es demasiado grande’. Las palabras del padre Max resuenan otra vez en mi memoria y me resigno: no me dejarán salir. El siguiente transbordador me reclama con su bocina: apenas he pasado una hora en la isla de Basilan cuando nuevamente me devuelven a Zamboanga.

padre Max por Hachero

Llegando a la isla de Basilan por Hachero

Los reportes hablan de ojeadores de Abu Sayyaf en busca de potenciales rehenes, pero también de unas fuerzas armadas, las filipinas, con muchos oficiales corruptos que, al modo checheno, venden a los rebeldes las armas y la munición que luego emplearán contra ellos. Los reportes anónimos hablan de agentes norteamericanos probando nuevas técnicas en el interior de esta isla de los demonios. Los reportes dicen una cosa y dicen otra pero lo único cierto es que en la isla predomina la pobreza y la marginación. Tal vez por eso los terroristas de Abu Sayyaf siguen siendo una amenaza palpable, presente en el ambiente, a pesar de los miles de millones invertidos por Manila y los Estados Unidos en su erradicación. Los han descabezado muchas veces pero, a modo de la legendaria Hidra, parece reponer cada cabeza cortada con dos nuevas.

Basilan por Hachero

‘Esto era el paraíso’, repite el padre Max recordando los tiempos felices, cuando llegó enviado por la Iglesia para mantener una presencia, la católica española, que se remonta a casi cinco siglos. A pesar de todo, Maximino no piensa en volver y repite su aversión al frío. ‘Ya no me acostumbro al frío, pero al calor sí...’ Sonríe cuando le digo que parecen los últimos de Filipinas, él y el padre Blanco. ‘De Filipinas no creo’, dice sonriendo, ‘pero de Mindanao sí que somos los últimos...’. Los últimos de Mindanao.

Reportaje aparecido en Interviú Nº 1952 de 23 de septiembre de 2013

martes, 10 de junio de 2014

Francisco del Puerto de Santamaría: la desconocida historia de un guaraní de Cádiz


El 20 de enero de 1516 un adolescente del Puerto de Santamaría llamado Francisco bajó a tierra recién descubierta junto al capitán de su barco sin saber que dejaba atrás su condición de cristiano para siempre y jamás. Embarcado como grumete, el joven soñaba con descubrir tierras nuevas y emular a los pendencieros que escuchaba cada día en las tabernas de su ciudad pero cuando quiso darse cuenta era prisionero de unos indios que nunca habían visto a un español y que lo vieron como todo un exotismo. Tuvo que esperar diez años para volver a ver a un paisano pero llevaba tanto tiempo viviendo como un guaraní que se sentía más identificado con ellos que con sus propios padres.

Francisco soñaba con embarcarse en una de esas naves que veía en los muelles del Puerto y de las que escuchaba ecos que contaban maravillas de unas tierras recién descubiertas. Un buen día se presentó en Sanlúcar de Barrameda, de donde tenía planeado zarpar Juan Díaz de Solís, un lebrijano que tenía fama de ser el mejor piloto español, y le pidió unirse en la aventura rumbo a lo desconocido. Francisco debió apellidarse Fernández porque no consta en la relación de tripulantes ningún otro con ese nombre, y además así lo dice el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, en su ‘Historia general y natural de las Indias’:

…y aquel río entra por muchas bocas, haciendo muchas islas y a una de ellas pusieron el nombre Isla Francisco del Puerto; porque un hombre así llamado y natural del Puerto de Santa María en España, que es a dos leguas de Cádiz, le hallaron allí en aquella isla, que le había dejado Johan Diaz de Solís, cuando descubrió aquel río, y se quedó él, siendo grumete y le habían criado los indios, y sabía ya la lengua de ellos muy bien: el cual fue útil y conveniente a los cristianos.

Un guaraní de Cádiz por Hachero

Después de escuchar exageraciones en cantinas y plazas, el joven portuense tuvo lo que tanto soñó: bordeó la costa del Brasil, conoció Punta del Este y hasta formó parte de la primera expedición occidental que navegó por el río de La Plata, al que llamaron ‘Mar Dulce’. Si lo que pretendía era vivir aventuras, Francisco superó a todos los mequetrefes de taberna: aislado en tierra desconocida, asesinados sus compañeros por unos indios que, además, se los comen, obligado a transformarse en guaraní. Una década después, otro explorador, el italiano Sebastián Gaboto, lo encuentra cuando recomponía los pasos de Solís buscando el fin del continente. El portuense, es de suponer que alegre por el reencuentro con los suyos, le confiesa que aquella zona recibe visitas de occidentales con cierta frecuencia. Así, según Gaboto, Francisco relató la llegada de una armada portuguesa al mando de Cristóbal Jacques, quien prometió volver. La vida de Francisco es un completo misterio, incluso el por qué los visitantes no se lo llevaron de vuelta. Amadeo Soler, originario de la zona donde vivió el portuense, recupera sus recuerdos en Cuentos de Sancti Spiritus.


Vivía con mis padres en el Puerto de Santa María, cerca de Cádiz y, atraído por las conversaciones que corrían acerca de la conquista de las Indias, tuve noticias de una escuadra que andaba por la costa a cargo de un renombrado piloto del reino llamado Juan Díaz de Solís. Sentía el irresistible deseo de embarcarme en algún viaje plus ultra. (…)

(…) Entramos en el gran estuario de aquel río que denominamos mar dulce, internados en el cual vimos en la costa muchas casas de indios cuyos habitantes nos hacían señas para que descendiéramos. Confiados en esas expresiones amistosas, bajamos en un lugar con la esperanza que allí encontraríamos víveres frescos. (…) No bien pusimos los pies en tierra, y sin darnos tiempo para asumir cualquier tipo de defensa, los indios se nos echaron encima ante el estupor de los que habían quedado en las naves contemplando la escena, impotentes de acudir en socorro. Ellos vieron cómo fueron masacrados en tierra sus compañeros, inclusive su capitán, y poco después se alejaron de la costa.

(…) Se apoderaron de mí y me llevaron en seguida para sus casas, de modo que no fui testigo del desenlace de aquel ataque. Según supe ahora, al encontrarme con mis ex compañeros Melchor Ramírez y Enrique Montes los indios se dieron un festín de carne humana comiéndose a los cristianos muertos. De acuerdo con lo que la tripulación pudo divisar desde lejos, en el sitio del suceso hubo apresto de fogatas y humos y algunos expresan que vieron claramente con la ayuda de catalejos el comienzo del banquete. (…) Diez años han pasado desde aquella fecha aciaga para los conquistadores y aquí me tenéis después de haber convivido con los naturales cuyas costumbres he asimilado, mientras he tratado de que ellos se aviniesen a las mías. (…) 

guaraní de Cádiz por Hachero

Gonzalo Fernández de Oviedo, en su ‘Historia general y natural de las Indias’, Madrid, Imprenta de la Real Academia de la Historia, 1852.

Amadeo Soler, Cuentos de Sancti Spiritus, hoy Puerto Gaboto, Puerto Gaboto, Rosario, 1985

domingo, 8 de junio de 2014

Viaje a Ecuador: los indígenas de Otavalo tienen prohibido cortarse las trenzas



Los indígenas de San Luis de Otavalo son tan de estampa que el ayuntamiento de la ciudad prohíbe a los peluqueros cortar las trenzas de los menores de edad sin el consentimiento de sus padres. No es broma, pincha aquí para ver la noticia<. Dicen las crónicas que los jóvenes indígenas del siglo XXI preferían peinados modernos, imitando quién sabe si a Cristiano Ronaldo o a Justin Bieber, que los viejos del lugar temblaban al imaginar a un quichua punki, o hippy, o rasta, o tal vez rocker. No es un tema baladí, debieron de pensar las mentes pensantes de la ciudad, porque el 60% de los vecinos son indígenas de postal, indígenas que salieron en trompa de su valle ancestral para desaparramarse por medio mundo, una catarata de indígenas que uno puede asombrarse de que haya tantos en el Retiro de Madrid como en la ile de France sin que su número parezca descender en su hogar ancestral. El pelo es sagrado en la cosmogonía de los otavalos, el nombre de los indígenas del que deriva el nombre de esta ciudad al norte de Ecuador, muy cerca ya de Colombia.

Otavalo por Hachero

Pasear por sus calles y plazas es lo más parecido a zambullirse en un documental de la National Geographic (o de la BBC), los otavalos están por todas partes, serpenteando coloridamente por sus calles coloniales, entre restos del mercado y columnas desconchadas. Porque si algo caracteriza a este pueblo, eso es su vestimenta. Ellas lucen una enorme cantidad de collares dorados, llamados Gualcas, unas sartas que deben de ser amarillas porque el maíz y la riqueza tienen este color, una colorida muestra identitaria que se enrosca por sus cuellos hasta formar una sensación de agobio parecida a los de las mujeres jirafa de Tailandia.

Otavalo por Hachero

Pero, y por si no fueran las cuentas lo suficientemente llamativas, las indígenas además visten apuestas sus camisas bordadas, siempre blancas y con final en los tobillos, una manta de algodón enorme que da dos vueltas al cuerpo, con los bordes atractivamente bordados con hilos multicolores y que ellas llaman Anaco Blanco para distinguirlo del Anaco Negro, que superponen al anterior y que adornan con historiografías de árboles, pachamama y mares, vestimentas ya excesivas pero que no conforman ni la mitad porque le sigue lo que llaman Mama Chumbi, una gran faja a fin de cuentas que les da seguridad y fuerza y sobre la que se superpone la Chumbi, que puede medir hasta tres metros y que necesita otras seis o siete vueltas sobre la Mama Chumbi para que el cuerpo recupere cierta forma femenina.

Otavalo por Hachero

Otavalo por Hachero


Y ni aún así habremos terminado. La Fachalina es el paño, bien blanco bien negro, que va sobre la camisa y que se sostiene con prendedores de cobre o plata, y no olvidemos la Huma Watarina, una prenda de lana de color negro con franjas blancas que representa la dualidad de la cosmovisión andina y que lo mismo sirve para enfrentar la noche al día que el hombre a la mujer, amén de mitigar el gran frío de estas tierras montañosas porque, desvelémoslo, no deja de ser una gran manta. Y si las gualcas son imprescindibles, no olvidemos las Orejeras, que pueden constar lo mismo de una moneda de plata que de un crucifijo, y que no los veremos de diario porque, plata al fin y al cabo, se reserva para las fiestas. La cinta para el cabello y el sombrero, que impusieron los conquistadores españoles, coronan la vestimenta de unas mujeres que deben de acabar exhaustas con tanta capa textil.

Otavalo por Hachero


Los hombres tienen costumbres algo menos churriguerescas en sus modas, y las camisas, pantalones, alpargatas y ponchos son suficientes para encarar la calle sin miedos pero volvemos a la trenza, siempre la trenza, que en los otavalos tiene tanta importancia como para involucrar a los peluqueros. Antiguamente el otavalo dejaba crecer el pelo por delante y por detrás de la cabeza atándose un hilo para que no les nublara la vista, un hermoso concepto de la greña que se cambió por el más prosaico de la trenza a la espalda. Los otavalos, que en el fondo son unos guasones, llegan a asegurar que la trenza es 'un sexto sentido que permite una comunicación más fluida con el medio ambiente...'. 'Sin trenza uno se queda sin brújula', comentan en esta noticia. Para conocer mejor a los otavalos, pincha aquí.

Otavalo por Hachero

Otavalo por Hachero

La ciudad avanza imperturbable hacia su quinto milenio, que no es poco, desde que el infame Sebastián Moyano la fundara allá por el año 1534, dos años después de que este conquistador andaluz sufriera su punto más bajo: mató un burro de un golpetazo, que ya es decir, y huyó a las tierras descubiertas poco antes para terminar su vida convertido en un monstruo que lo mismo demostraba un genio militar derrotando a los ejércitos incas que una crueldad sin límites con los pueblos conquistados. El actual asentamiento se levanta sobre el enclave que el sanguinario vencedor de Atahualpa eligió, como ya hizo con Cali, Pasto, Popayán o Guayaquil en su loca búsqueda de Eldorado. El núcleo de Otavalo creció rápidamente porque estos indígenas, no sólo otavalos sino también poritacos, guancas, guamaraconas y kayambis, eran muy prolíficos y hacendosos elaborando artesanías y cultivando sus tierras así que pronto fueron captados por la corona de España.

Otavalo por Hachero

Sin embargo los indígenas con los que me cruzo deben de ser el resultado de la selección de las especies porque, y dicen las crónicas, en los últimos quinientos años han sufrido de todo: primero los invadieron los incas, que dejaron muy diezmada su población. Más tarde Belalcázar y sus colegas, que no se andaban con sutilezas, dejaron a los núcleos de indígenas medio acabados. Finalmente llegaron los invasores invisibles: la viruela, el sarampión. Por si fuera poco, Belalcázar se llevó a más de cuatro mil vecinos para su loca búsqueda de Eldorado, la mayoría de los cuales no volvió a poner un pie en sus frías tierras. Y aún así, las comunidades de Otavalo siguieron produciendo tal cantidad de bienes que su nombre era sinónimo de riqueza y de impuestos. Tanto que el propio Simón Bolívar, en su gesta liberadora, pasó por sus tierras en 1829 y le concedió el título de ciudad, en lugar de la simple villa que era entonces (y que me atrevo a decir sigue siendo hoy).

Otavalo por Hachero

El mercado de las artesanías está hoy gris y frío. Las grandes mantas bordadas con paisajes imposibles tiemblan sacudidas por las ráfagas de viento. El día grande es el sábado, como pasa en todas partes, pero cualquier mañana basta para hacerse una idea de la cantidad de manufacturas que comercia la región. Alfombras, ponchos, pantalones de mil colores, sombreros, verdura que parece brotar de las esquinas, helados, collares, mangos, chancho asado, pieles recién curtidas. Un universo de color tan firmemente arraigado a sus ancestrales costumbres que me asombro de no encontrar un puestecillo dedicado a la seña de identidad por excelencia. La trenza.

Otavalo por Hachero

miércoles, 4 de junio de 2014

Viaje a Senegal: en la ciudad colonial de Saint Louis


Corría el mes de junio de 1816 cuando la fragata Meduse partió del puerto francés de Rochefort rumbo al senegalés de Saint Louis sin sospechar siquiera que estaba destinado a convertirse en un icono de la desgracia. La fragata se las prometía muy feliz porque su misión era todo un logro patriótico: recuperar la colonia de Saint Louis de manos de los invasores británicos tras la debacle de Napoleón. Sin embargo, todo lo que podía salir mal, salió mal, y la tragedia de la tripulación aún perdura hoy a través del famoso lienzo del pintor francés Gericault titulado La balsa de la Medusa, un óleo que congela en el tiempo una de las escenas que imaginó a bordo de una frágil embarcación sobre la que se arremolinaba centenar y medio de náufragos de los cuatrocientos pasajeros iniciales.

La balsa de la Medusa

Tan sólo quince personas consiguieron sobrevivir a las dos terribles semanas que permanecieron a merced de las olas, soportando hambre y frío, devorando los cuerpos de los que fallecían y de los que mataban porque consideraban culpables de su desgracia, penetrando por la puerta grande en la más salada locura. La desgracia ocurrió en 1816 y la fragata Meduse se dirigía al puerto de Saint Louis en el camino inverso que, apenas dos siglos después, habrían de emprender miles de senegaleses en busca de los puertos europeos donde presumían cascadas de miel y montañas de pan.

saint louis por hachero

El puesto de Amina en el mercado de Saint Louis resume toda la ciudad. Decadente, aplastado por una pátina de polvo que desluce el brillo de un antiguo esplendor, con un aire colonial escondido tras sus desconchones, enérgico y ajetreado, con un nosequé naif que mueve a la compasión. Amina, con sus ochenta primaveras, se esfuerza por vender patatas y cebollas en una calle polvorienta y sin asfaltar bajo todo un universo de molestas moscas que forman nubes y tiñen de negro las sombrillas de los vendedores. Una vez se abandona el centro histórico, Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000, Saint Louis se interna en el clásico cliché del África que tanto molesta al visitante occidental: caótica, polvorienta, pobre, intensa.

saint louis por hachero

Amina está contrariada porque su hijo Mustafá ha vuelto del desierto del Sahara, y lo ha hecho andando, en lo que era su tercer intento por alcanzar Europa. 'La próxima lo logrará', dice la anciana con una amplia sonrisa de esperanza en la que muestra una boca desdentada. Su historia no es nueva en este blog, ya la conté aquí

saint louis por hachero

Saint Louis por Hachero

Doscientos años después, el mar sigue ofreciendo imágenes tan impactantes como las de la Medusa. En el barrio de Guet Ndar, entre rebaños de cabras, niños desnudos y cantos del muecín, Hassan y sus amigos me hablan del callejón sin salida de sus vecinos. Hassan, y los demás, han sido pescadores aunque ahora deambulan con un rosario en la mano aprovechando el ramadan y buscando la mejor posición a La Meca. Guet Ndar es el barrio de los pescadores, un barrio superpoblado y, tal vez por eso mismo, inmerso en un ambiente que parece invitar a eso de 'tonto el último'.

saint louis por hachero
Hassan y sus amigos se quejan amargamente: 'ya no quedan buenos pilotos'

'Cada vez hay menos pilotos', se quejaba amargamente Hassan mientras el almuédano rompe el breve silencio de la tarde con su llamada a la oración, 'todos se fueron a las Canarias y ahora no hay quien maneje bien los barcos y se pesca mucho menos'. En el momento álgido de la inmigración ilegal a bordo de cayucos, en 2006, cuando cientos de jóvenes enfilaron proa al norte y muchos perdieron la vida en el intento, el barrio perdió algo más que una multitud de jóvenes: se fueron los que tenían el know how, como el que dice. Lo peor de todo, además, es que muchos de aquellos jóvenes se fueron para revivir la tragedia del Medusa y fueron cientos, tal vez miles, los que acabaron bajo las aguas y quién sabe si no hubo quien responsabilizara al piloto y terminara devorándolo también... Así está la situación hoy: pincha aquí.

deportados llegando a Saint Louis por Hachero

Los deportados desde España llegaban a Saint Louis pensando que aterrizaban en Barcelona...

Saint Louis por Hachero

En la desembocadura del río Senegal los cayucos imitan a la balsa de la vergüenza, las tripulaciones parecen pirámides humanas, o esos castillos catalanes llamados 'castellers'. El río arrastra en su llegada al mar un laberinto de cayucos, desechos de difícil encuadre y magníficas aves que contribuyen con su graznidos a incrementar un caos ya de por sí notable. Cuesta trabajo encontrar el Patrimonio de la Humanidad en mitad de esta anarquía pero a poco que enfocas la vista se alza, con una dudosa majestuosidad, un puente de hierro, oficialmente el puente Faidherbe, entre nosotros: el puente Eiffel. Y digo Eiffel porque fue el propio Alexandre Gustave el que lo diseñó para, misterios de la vida, acabar salpicando el mapamundi de sus obras: he visto diseños de Eiffel hasta en Iquitos, en pleno centro amazónico del Perú. El destino final del puente fue África aunque, dicen las crónicas, el objetivo estaba más cerca de Francia: el Danubio. Lo cierto es que Saint Louis está más allá de la desembocadura, en un estrecho islote de dos kilómetros de largo, una antigua ciudad colonial fundada con el nombre del rey de Francia del momento, Luis XIV, y con el honor de ser la primera ciudad colonial fundada por europeos en el África occidental según wikipedia, no sabría yo qué decir

saint louis por hachero
El centro de Saint Louis contrasta con las caóticas calles del barrio de los pescadores...

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A Saint Louis le dicen muchas cosas, desde la Venecia africana a la capital del jazz senegalés, apelativos que durante mi estancia sólo me causaron extrañeza. Claro que no perseguía objetivos turísticos y que los vuelos de Air Europa devolviendo inmigrantes ilegales no me dejaron tiempo para mucho más... Tan sólo la casa de Hadji Diouf, el famoso futbolista de la selección senegalesa que jugaba en Inglaterra. 'Mi hijo juega en el Bolton', me dijo su madre con cierta cara de mosqueo cuando captó mi disimulo: 'sí, claro, Diouf, lo conozco', mentí piadosamente. Una casa enorme, llena de habitaciones a su vez llenas de gentes que iban y venían, una enorme pantalla de televisión en un salón, una visita que nunca supe explicar, ni explicarme, un futbolista al que nunca vi pero al que ya no puedo olvidar. Una casa que me recordó aquellas crónicas de Kapucinsky en las que la fortuna puede convertirse en pesadilla cuando los familiares, los conocidos, los familiares de los conocidos y los conocidos de los familiares se instalan en tu hogar para aprovechar tu buen momento. O, visto de otra forma, el vibrante ritmo social del África negra, acogedor, encantador y dispuesto siempre a regalarte una sonrisa. En esta página puedes seguir la vida de Saint Louis y conocer su agenda cultural y social.

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Saint Louis tiene un pasado que enlaza directamente con la isla de Gorée, uno de los centros esclavistas más famosos de África. Construida en 1659, fue la primera ciudad francesa en África, aquí nació la Compañía Francesa de las Indias Occidentales y aquí también comenzó el negocio esclavista de los galos con las consabidos intercambios de objetos de hierro, baratijas y telas por marfil, polvo de oro, aceite de palma y, poco después, esclavos. La ciudad creció como cruce de caminos entre el África negra y Europa y apenas un siglo después ya superaba los diez mil habitantes y los británicos, ávidos cuan cucos de ocupar las tierras de sus eternos enemigos, la hacen suya temporalmente. Más tarde, en 1827, una década después de que Francia la recuperara de manos de los británicos y los náufragos de la Medusa fueran ya leyenda, el asentamiento se convierte en la capital política de Senegal.

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Sin embargo la isla de Gorée le ganó siempre en actividad esclavista y la prohibición de esta ominosa práctica en 1848 dejó a ambos enclaves sin un rumbo definido. No decayó, empero, la actividad comercial de Saint Louis, gracias a su privilegiado emplazamiento y a que París la nombró capital de sus colonias en el África occidental (lo que encuadraba no sólo Senegal sino también Mali, las Guineas y Costa de Marfil). Saint Louis entró en el siglo XX con una sonrisa tan amplia como el iceberg que hundió el Titanic y así se le debió de quedar, enorme y congelada, porque apenas unos meses entrado el siglo veinte su importancia decayó de pronto. Francia comenzó a invertir ingentes cantidades de dinero en un punto algo más al sur, situado frente a la ominosa isla de Gorée, conocido como Dakar, un sitio que albergó a partir de entonces un enorme puerto. La independencia de la colonia, en noviembre de 1958, significó el mazazo definitivo para Saint Louis: Dakar se erigía en capital del nuevo país y Saint Louis quedó sepultado en un pasado de esplendor y oprobio. El oprobio de sus tiempos de esclavista, cuando desfilaban alrededor de diez mil esclavos cada año por sus playas se contrarresta ahora con la llegada de turistas, la panacea para los locales aunque un goteo insignificante como para pensar que será la solución de la ciudad. Unos turistas que se cruzan con los jovenzuelos que sueñan con Europa y que están dispuestos a revivir los días de la balsa de la Medusa si es necesario. Antes, obligados. Ahora, de motu propio. Europa en el horizonte.

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