viernes, 11 de enero de 2013

Viaje a Turquía: las lustrosas carpas del lago del profeta Abraham



En los jardines de Balikli Göl nadan ufanas y confiadas unas enormes carpas que no temen a nada. Y no temen a nada porque no hay nada a lo que temer: el que ose pescarlas perderá la vista y vagará ciego para siempre y jamás. Así que las carpas aletean felices, comen hasta reventar, se multiplican sin descanso. A las orillas de los grandes estanques se acercan devotos y peregrinos, compran bolsitas con comida y se la tiran a los peces mientras se hacen fotos. 




La piedad se demuestra de muchas formas y en la sagrada ciudad de Urfa adopta forma de carpa gorda y lustrosa viviendo la dicha de disponer de un ejército anónimo e infinito que se preocupa por su bienestar. Y es que cada una de estas carpas es un tronco de una pira y cada gota de este estanque una llama de un fuego inextinguible. 





Cuenta la leyenda que el profeta Abraham, que nació aquí, se exasperaba con la proliferación de ídolos paganos y que un buen día subió a la montaña que enseñorea la ciudad y los destruyó sin contemplaciones. El rey Nimrod sintió la afrenta como personal y construyó una poderosa catapulta para vengarse del barbudo profetilla lanzándolo desde la cima pero el bueno de Yahvé dispuso un lecho de rosas y Abraham rebotó entre pétalos. ¡Nimrod estaba furioso! Tanto que mandó construir una pira, atar al profeta de las narices y prenderle fuego. ¡Pero Yahvé tenía otros planes y a un gesto suyo el fuego se tornó agua y los troncos, peces! ¿Quién osaría comerse un pez que procede del mismo Yahvé? ¡Ciego quedarás si pescas una de estas carpas! Y las carpas, que tal vez conozcan la historia, nadan alegres, ufanas, como decía, despreocupadas porque nadie levantará un dedo, ni un anzuelo, para freírlas en la cazuela. Arriba en la montaña, dos enormes columnas corintias guardan mudo testimonio, dicen los vecinos, de aquel enorme tirachinas del frustrado rey Nimrod, prueba irrefutable de que nada tiene que ganar el que se enfrenta a un hijo de Dios. Sobre todo si detrás de su ira se halla el deseo carnal por una bella dama, en este caso la hija de Abraham, Zeliha, de la que se encaprichó el monarca sin mucho éxito...


 Con ser mucho, no lo es todo. En la muy antigua ciudad de Urfa está la cueva en la que se refugió el santo Job de las perrerías que le dedicó el ahora trocado en colérico Yahvé cuando decidió poner a prueba su paciencia durante siete años con distintas pruebas (o putadas) que afectaron a su salud, a su cartera y a su familia. Como el siete es un número mágico en el Antiguo Testamento, Abraham vivió siete años en una cueva que hoy frecuentan los devotos, una cueva excavada al pie de la montaña del tirachinas. Los peregrinos, que tienen en alta estima al profeta Abraham, aprovechan su visita a Urfa para conocer la cueva del mismo modo que los troncos de la pira, aquellos que se mueven, respiran, están gordos y alguno salta. 



En Urfa también vivió durante siete años un pastor llamado Moisés antes de viajar a Egipto y convertirse en el profeta por antonomasia. Por si fuera poco, en Urfa vivió también Jetro, descendiente de Abraham que además de dar nombre a un célebre grupo de música un tanto hippy dio esposa al profeta Moisés, la tal Séfora, un profeta para los musulmanes, los judíos y los drusos y que tenía siete nombres, como siete fueron los días que tardó Yahvé en crear la tierra (contando el descansito, claro). ¡Y qué decir del profeta Elías, el que subió al cielo en un carro de fuego! Pues que también anduvo por aquí. Pareciera un parque temático pero en lugar de ratones gigantes, profetas y visionarios.

Los jardines de Baliklli Göl y el estanque de Abraham de noche y de día
 


























Por eso hoy los turcos, y los musulmanes en general, peregrinan a la muy sagrada Urfa, una ciudad con mayoría kurda pero muy integrada en Turquía y casi que en la Humanidad: debe de ser porque la la acumulación de profetas e iluminados es tan alta que no apenas hay piedra que no haya sido rozada por algún halo de santidad. Y los magníficos jardines de Balikli Göl, desde los que ha crecido la ciudad, son buena muestra de ello, con hordas de devotos cargados de comida para peces, rezando en la mezquita de Halil Ur Rahman o frecuentando los píos lugares de una Antigüedad prolífica en devoción, en santos y profetas, cuando la ciudad se llamaba Edessa y tenía en cada vecino un enviado de Yahvé.





©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
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