viernes, 10 de enero de 2014

Viaje a Huelva: en las aparentemente muertas aguas del río Tinto






El río Tinto es tan peculiar que sus aguas no son azules sino rojas y su ecosistema está tan muerto que la NASA lo ha estudiado para encontrar vida (en otros planetas). El río Tinto es tan singular que su contaminación no tiene parangón porque esas aguas tan rojas de ácidas que son fueron contaminadas por la propia naturaleza, con alguna ligera ayuda humana, eso sí, y se trata de una contaminación tan característica que está protegida como bien de interés cultural con categoría de sitio histórico. Contaminación protegida por ley. Con todo eso tenemos una paradoja explosiva: un río de aguas rojas contaminado por la Naturaleza y protegido legalmente precisamente por esa contaminación. Un paseo por sus riberas es similar a un paseo por el planeta Marte, un viaje a la desolación más desconcertante y el tren turístico que rememora los viajes mineros de finales del siglo XIX recorre algunos de los rincones menos accesibles para el paseante aprovechando locomotoras y vagones de la antigua compañía minera.



El río Tinto es un monumento a la historia, con mayúsculas: la Historia, y también al desastre, también con mayúsculas, el Desastre.



A la Historia porque las primeras minas arrancaron en el segundo milenio antes de Cristo, su primeras fundaciones datan del periodo del Bronce final, continuaron en la época del Hierro y fueron los iberos los primeros en explotar comercialmente el potencial de sus pedregosas riberas y traspasaron su descubrimiento a los fenicios, a los romanos, a los árabes, a los castellanos y a los británicos. Por aquí han pasado su cedazo todo tipo de razas y cabellos de todo color, gentes de lo más variada en pos del cobre, del hierro y del manganeso, a veces encontrando plata, otras oro. Viendo algunas minas de la actualidad uno puede imaginarse cómo era la actividad de entonces, como en estas de oro en la selva de Ecuador, Nambija.


Pero también es un monumento al Desastre, que mencionaba antes, porque, de tan contaminado, es un paisaje protegido y las administraciones se esfuerzan en 'mantener las peculiares características de las aguas'. ¿Y cuáles son estas características? Pues unas aguas mineralizadas hasta un nivel de decir basta, con sulfuros de metales pesados procedentes de depósitos hidrotermales compuestos por rocas de pirita y calcopirita, un complicado proceso en el que unas bacterias, llamadas arqueobacterias, oxidan esos minerales transformando los sulfuros en ácido sulfúrico. Como resultado final, se liberan los metales pesados y el río acepta resignado entonces su nombre, Tinto, mientras el ácido sulfúrico convierte las aguas en rojas negruzcas y eleva el PH a un nivel tan ácido que la vida en su interior es tan difícil que sólo sobreviven unos microorganismos que se alimentan exclusivamente de minerales. La acidez es tan alta que en algunos puntos más que agua el líquido es ácido sulfúrico concentrado. He visto otras aguas rojas pero no tienen nada que ver, mirad estas del desierto de Túnez.




A esas extrañas formas de vida se las conocen como 'organismos procariotas y eucariotas', entre estos últimos algunos hongos y algas endémicas del propio río, unos increíbles seres que llamaron la atención de la NASA cuando preparaba su viaje a Marte. No fue la única agencia espacial: la ESA, que es su homóloga europea, también eligió este desolado entorno para organizar una expedición en la que se probaron robots, trajes de astronauta y equipos médicos.


Los científicos que han estudiado el río han coincidido en señalar que la frenética actividad minera a lo largo de miles de años ha ayudado a crear este cauce tan fantasmagórico pero su conclusión va más allá porque están seguros de que sin el hombre las aguas serían, y eran, igual de rojas: básicamente el terreno rezuma minerales y el hombre se ha deslomado por recogerlo, pero sin el hombre el río estaría igual de muerto. O de aparentemente muerto. Porque la acidez de sus aguas no excluye la vida sino que convierte el agua en un sistema cerrado que se nutre de la energía del sol y de los metales que lleva el agua y desarrolla un ecosistema que no precisa oxígeno y que, para terminar de enredar la madeja, puede estar detrás del intenso color rojo de las aguas. Aquí puedes leer un interesante estudio sobre las paradojas del río y el papel que han jugado los nuevos descubrimientos.



Un extraño paisaje, en definitiva, mezcla de pesadilla de explorador de mundos perdidos en una galaxia remota y devastación tras un desastre nuclear. Tan terrorífico resulta este entorno que los tramos alto y medio del río, unos cincuenta y siete kilómetros, han sido declarados Paisaje Protegido por la Ley 4/1989 y hasta la Junta de Andalucía lo declaró Sitio Histórico. Los tonos ocres predominan en sus orillas pelonas de vegetación y sólo a muchos metros de distancia se atreven los árboles y arbustos a crecer, pero lo hacen con miedo, observando en la distancia que el extraño río rojo no le dé por desbordarse y abrasarlos también a ellos.


El río llora sangre desde su mismo nacimiento, en la Sierra del Padre Caro, en la serranía de Nerva, el Tinto brota tinto, tintorro más bien, y parece que barrunte todos sus nombres: Luxia para los iberos, Urium para los romanos, Saquia para los árabes, nombres que eclipsó el Tinto, tan gráfico que sus cien kilómetros, hasta desembocar junto al río Odiel, parecen un homenaje al más popular de los caldos ibéricos.


El río Tinto tiene tanta historia que los iberos fueron sus primeros grandes mineros pero puede que no tan primeros. En la mismísima Biblia se menciona un curioso reino: hacia el siglo X antes de Cristo las naves de Salomón, el rey de Israel, volvían cada tres años cargadas de oro de un lejano y misterioso lugar llamado Tarsis, o lo que es lo mismo: el reino de Tartesos, situado algo más allá de las columnas de Hércules y sito en el Bajo Guadalquivir, un lugar gobernado por el mítico Argantonio y en los Nueve Libros de la Historia el griego Herodoto describe un río llamado Tartessos que rodeaba una ciudad rica en minas y en minerales. La mítica Tartessos sigue hoy desaparecida y hay quien la sitúa en las marismas del parque de Doñana, algo más al sur, e incluso quien la identifica con la descripción que dio Platón de 'una gran isla, más allá de las columnas de Hércules, rica en recursos minerales y fauna animal'. Aquí puedes ver el reportaje de National Geographic sobre el reino de Tartessos


Y aquí puedes encontrar horarios y entradas para darte un paseo por este extrañísimo lugar: pincha aquí para ir al parque minero


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