domingo, 23 de septiembre de 2012

Fernando I del Perú y de Eldorado: la extraña historia de un pelele sevillano coronado rey del Amazonas



Fernando de Guzmán nació en el seno de una familia noble de Sevilla y murió rey de un imperio sin más fronteras que el verde de la selva. De las descripciones que lo mientan no queda más remedio que concluir: era un idiota. Pero no cualquiera: era un idiota útil que cayó en las redes de un grupo de delincuentes que jugó con su poco seso y lo elevó a la categoría de señor de Eldorado hasta que dejó de servirles.

La noticia de la más que posible existencia de Eldorado resonaba en todo el imperio y Hernando Pizarro, hermano del conquistador del Perú, no dudó en enviar un nutrido grupo de exploradores en pos del mito. Un mito que, como describe genialmente el escritor colombiano William Ospina en su trilogía sobre la loca expedición (El país de la Canela, Ursúa, y un tercer libro aún por aparecer, supuestamente se llamará La serpiente sin ojos) que tenía una alternativa por si eso del oro no terminaba de aparecer: grandes bosques de árboles casi mágicos que ofrecían canela como los limoneros ofrecen limones. Desde el antiguo reino inca, el oficial Pedro de Ursúa organizó una expedición de aventureros con lo que tenía más a mano. No se explica de otro modo que personajes como Lope de Aguirre, avejentado, cojo y de malas pulgas, participase en semejante proyecto. Aguirre fantaseaba con romper con la corona, pero su vida no le había permitido más que bregar como carne de cañón. Un ejército con 350 españoles y mil indios, más cientos de negros y mujeres, que no contaban en estas crónicas, se internó en la Amazonía buscando una ciudad de oro y grandes bosques de canela.

Desde el inicio de la aventura Aguirre rumia la posibilidad de hacerse con el mando, tantea a sus compañeros, mercenarios como él, sin nada que perder, y llega a la conclusión de que tiene el terreno abonado. Un aventura tan cinematográfica que para siempre quedará Aguirre unido al histriónico Klaus Kinski en aquella extraña película, Aguirre, la cólera de Dios, el trabajo de Werner Herzog. Ursúa dirige la expedición con desgana, más preocupado en retozar con su amante que en una cabal travesía. Aguirre, sin mucha oposición, mata a Ursúa y, conjurado con los suyos, elige como hombre de paja a un pelele. Fernando de Guzmán acepta liderar la expedición como general, liderarla de boquilla, claro, porque Lope de Aguirre ya es amo y señor del pequeño ejército. Desorientado por el cambio que ha tomado su vida, el cargo se le sube a la cabeza y repudia a la Corona española. El nuevo general firma unas capitulaciones ante un improvisado altar, presentes los sacerdotes de la expedición, los soldados, los esclavos y, de fondo, la selva. Los sublevados, embriagados por la jungla, se plantean volver sobre sus propios pasos y conquistar el Perú, pero creen tener más campo por delante. El delirio es total y colectivo y la expedición parece embriagada por alguna droga selvática más que por la soberbia de un loco y la ambición de unos fantoches.


Aguirre decide sustanciar su delirio con la primera independencia americana. En el documento, que obliga a firmar a todos casi que a la fuerza, se inscribe como ‘Lope de Aguirre, traidor’, para dejar constancia por escrito de la sublevación. “Caballeros, a todos nos conviene, para coronar por Rey a nuestro general, mi señor, en Panamá, que aquí lo elixamos y tengamos por Príncipe; y para esto yo digo que me desnaturo de los reinos de España, y que no reconozco por mí rey al de Castilla, ni por tal le tengo ni lo he visto... y de hoy más obedezco y tengo por mi Príncipe Rey y señor natural a D. Fernando de Guzmán, al cual entiendo coronar por Rey del Pirú”. A bordo de sus precarias embarcaciones, varios bergantines construidos por carpinteros de la expedición, sin más rumbo que la corriente, los rebeldes bajan el río Marañón y se internan en el Amazonas. A su alrededor paisajes nunca vistos, aves coloridas, indígenas hostiles y una extensión de árboles tan grande que no hay lugar para descansar la vista. Dice la crónica del viaje de Toribio Ortiguera que “puso don Fernando casa de príncipe con muchos oficiales y gentiles hombres.... comió desde entonces solo y servíase con ceremonias de príncipe.... comenzaba sus cartas, conductas y provisiones de esta manera: Don Fernando de Guzmán, por la gracia de Dios príncipe de Tierra Firme y de Pirú y del reino de Chile”.


El soberano de pacotilla quiso sacudirse la influencia de Lope temiendo que acabara con su vida. Otorgó cargos sin consultar al vasco y decidió la muerte de Aguirre. Pero el viejo soldado se olió la jugada, avisado por sus fieles, y se anticipó al sevillano. Guzmán murió en la época de lluvias de 1561 de dos disparos de arcabuz. Sus hombres de confianza, los que eligió para sustituir a Lope de Aguirre, fueron sus asesinos. El viejo soldado contó en una histriónica carta dirigida a Felipe II sus hazañas: “Y luego a un mancebo, caballero de Sevilla, que se llamaba D. Fernando de Guzmán, lo alzamos por nuestro Rey y lo juramos por tal, como tu Real persona verá por las firmas de todos los que en ello nos hallamos, que quedan en la isla Margarita en estas Indias; y a mi me nombraron por su Maese de campo; y porque no consentí en sus insultos y maldades, me quisieron matar, y yo maté al nuevo Rey y al Capitán de su guardia, y Teniente general, y a cuatro capitanes, y a su mayordomo, y a un su capellán, clérigo de misa, y a una mujer, de la liga contra mí, y un Comendador de Rodas, y a un Almirante y dos alférez, y otros cinco o seis aliados suyos, y con intención de llevar la guerra adelante y morir en ella, por las muchas crueldades que tus ministros usan con nosotros”. La expedición nunca volvió al Perú: salió por la desembocadura del Amazonas y llegó a la isla Margarita, donde Lope de Aguirre fue decapitado por los hombres de la Corona que tanto odiaba.


Bibliografía:
Ramón J. Sender, ‘La aventura equinoccial de Lope de Aguirre’
Toribio Ortiguera, Lope de Aguirre o La cólera de Dios

© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com


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