lunes, 25 de febrero de 2013

Luis Hernández Pinzón: La guerra del guano


Luis Hernández Pinzón y Álvarez de Vides despuntó en una guerra sucia y de mal aspecto, la guerra del guano, que es como decir la guerra de la mierda. Triste modo de pasar a la historia para alguien que llevaba el apellido de los descubridores, de los que descendía, aunque, a decir verdad, Luis fue un soldado excepcional que ni siquiera chapoteando en aquel campo de batalla fétido y en descomposición permanente mancilló su apellido, el de los descubridores de América, sus antepasados nacidos, como él, en Moguer (o en Palos de Moguer, como se conocía en aquella época).


            
Hernández Pinzón llegó al Perú como comandante general de la escuadra del Pacífico, una flota científica que tenía como supuesto objetivo propagar por las antiguas colonias el aroma del rencor no resuelto de su antigua metrópoli. Lo de científico no era más que una baladronada para atemorizar a los que consideraba enemigos. Y en aquel momento, el Perú era más que un enemigo un hermano alejado al que se le ha cogido una manía espantosa. Desde la independencia del país andino, España estaba indignada. Habían llegado a acuerdos, firmaron paces y entonaron loas a la historia común pero en el trasfondo el encono mordía las esquinas. Además, en el tratado de independencia el Perú se comprometía al pago de unas elevadas indemnizaciones pero dilataba su pago y España se enfadó, ofendida como ya estaba. En estas circunstancias, Madrid envía una escuadra científica formada por naves de guerra a las costas del Pacífico americano: mal rollo. Y al mal rollo se unió la mala suerte. Una pelea en una finca del norte del Perú dejó a un español muerto y varios malheridos. España elevó la indignación hasta un grado de opereta y obvió que en el Perú el asesinato fue denunciado con vehemencia temiendo la reacción del antiguo colono.




España envió un 'Comisario especial y extraordinario de la Reina' para tratar el asunto, una broma macabra que en la antigua colonia no fue bien recibida porque el título se remontaba a los tiempos de la metrópoli. Además, consideraron que se trataba de una intromisión inaceptable en los asuntos internos del país. Madrid elevó el grito al cielo y ordenó al onubense invadir el Perú. Y Hernández Pinzón así lo hizo. Zarpó del puerto de El Callao, a pocos kilómetros de Lima, y se presentó el 10 de abril de 1864 en las islas Chincha, unos islotes repletos de excrementos de aves, y arrió la bandera andina e izó la nacional. Acto de guerra que fue recibido como tal. Los peruanos sólo poseían tres buques de guerra así que el incidente les convenció a invertir a toda prisa en adquirir nuevo material. No sólo eso. La invasión de la isla de la mierda atemorizó a los vecinos de Ecuador, que se apresuraron a fortificar la localidad costera de Guayaquil, por si las moscas. Es más. Aterrorizó a los vecinos del sur, los chilenos, quienes firmaron una alianza con el Perú para defender la independencia de ambos países. La inquietud prendió en el subcontinente y después de Perú, Chile declaró la guerra a España. 


Los disturbios se extendieron por la costa pacífica y pronto estuvieron involucradas Bolivia y Ecuador. Para más inri, la actuación del penúltimo Pinzón provocó no sólo la unión de los países sudamericanos sino que tuvo parte de culpa de la revolución española de 1868, supuso el fin de la flota mercante de Chile y el retraso de varias décadas en la armada de guerra del Perú. Al final, cuarenta y tres españoles murieron en este simulacro de guerra en la que España nunca apostó por una victoria. En 1880 España reconoció la independencia del Perú, que se había producido sesenta años antes, y tres años más tarde restableció relaciones con Chile. En el tintero quedó el proyecto del comisario especial de vender el guano hasta conseguir comprar, con el beneficio obtenido, el hiriente peñón de Gibraltar.


Bibliografía

Las relaciones entre el Perú y Francia, Fabián Novak, Pontificia Universidad católica del Perú, Lima, 2005
El combate de la Concepción, Nicanor Molinare, Centro de estudios guerra del Pacífico, Santiago de Chile, 2009



©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com

viernes, 22 de febrero de 2013

Viaje a Georgia: la Tbilisi del gaditano Juan Van Halen (y II)





Dice Van Halen que Tbilisi está atravesada por el río Kur, que corre entre rocas escarpadas, y que 'la moderna ciudad se extiende sobre las alturas de la derecha de este río, siguiendo a la antigua, edificada en forma de anfiteatro a la falda de una colina donde se eleva un antiguo castillo'. Ya en aquella época la policía trataba de derribar las casas viejas para igualarlas a las modernas, y pienso en una vecina del casco histórico desesperada porque su casa se cae a trozos que me llama en italiano para que cuente en España lo que está viviendo... Decía Van Halen que la mayor parte de las casas no tenían más cimientos que la roca viva, sobre la que estaban edificadas. Unas rocas que el gobierno ruso aprovechó cuando derribaron la fortaleza de la ciudad pero de la que dejaron los calabozos con los reos dentro: Juan Van Halen sufrió al encontrar alojados a lo que le pareció más bien anacoretas que presos, tan abandonados le parecieron.


De las aguas termales que dan nombre a la ciudad, Van Halen dice que el agua brota hirviendo a través de las rocas con efectos muy eficaces para los reumatismos y cierta clase de heridas, grutas que solo reciben luz por una lumbrera estrecha abierta en la cúspide de la bóveda de ladrillos, al estilo árabe. Antes los encargados eran tártaros y no sé si el abuelo que me propina una severa paliza con una indefensa desnudez es tártaro o no. 'Apenas han pasado un par de minutos aquel hércules coge de la mano al neófito, lo saca y lo tiende a lo largo boca arriba en una tarima de madera, del largo y ancho necesario para el cuerpo, y comienza una operación curiosa. Con efecto, estruja el cuerpo dándole vueltas como si manejase una esponja y frotando fuertemente sus coyunturas: cuando principia la transpiración y parece el cuerpo más flexible, lo vuelve a hacer entrar en el agua...'



De las georgianas dice que son hermosas según las provincias, y que cuanto más al Cáucaso, mayor es la belleza de sus moradoras... Mingrelianas, circasianas y chechenas se llevan el galardón máximo del cañailla... Claro que también observa que son muy raras las mujeres públicas, y que el adulterio tampoco se estila demasiado, aunque los padres están dispuestos a vender a sus hijas por cualquier cantidad de dinero. Y si no las venden, las casan por conveniencia y los novios no llegan a verse hasta el final de la boda, cuando los padrinos levantan el velo de la novia y, dice Van Halen, superada la primera sorpresa, 'se abrazan los novios y empiezan las pasiones donde acaba la etiqueta..'

En la Georgia de 1819 habitaban el país, según Van Halen, 420.000 cristianos y 320.000 musulmanes, el comercio estaba en manos de los armenios ('tan inclinados a la avaricia y a los cálculos mercantiles, que se dejarían matar por no perder una onza de algodón...'). De los tártaros dice que su corpulencia es notable, tienen ojos negros, tez color cobre y semblante ceñudo, 'generalmente son valientes sin fanfarronada, laboriosos y hospitalarios, apasionados por la guerra, a la par que inútiles para combatir en regla...'. Sobre los georgianos, que son muy válidos para las guerras en Asia, morenos y de ojos negros, aire presuntuoso y fiero, capaces de grandes sacrificios pero una vez resentidos: falsos y taimados.


De los circasianos dice que son capaces de cambiar a 'los muchachos de tierna edad y sobre todo a las mujeres' a los turcos a cambio de armas para luchar contra los rusos. De los circasianos dice también que cuando llegaban a edad avanzada, 'eligen el rincón más oscuro y retirado de la casa, donde aguardan meses a la muerte con la más estoica tranquilidad', mientras los familiares se reparten sus posesiones.


De los chechenos el gaditano admira también su ferocidad contra el poder extranjero y las deudas de sangre con las que solucionan sus cuitas. 'No hay ejemplo de haber visto desarmado nunca a ningún tchetchenski: mueren o se dan la muerte, jamás, ni aún para dormir, se desprenden de su horrible y ancho puñal...'. Un arma terrible que, según Van Halen, empozoñan con veneno que mata enemigos hasta que lo vuelven contra sí mismos para evitar caer en manos hostiles.

Iglesia de la Virgen María Mtekhi

En este contexto, el zar Alejandro nombró enviado especial a Aleksei Yermolov, el legendario general que sirvió de inspiración a Pushkin, con una doble misión: pacificar la región y enfriar el conflicto con los persas. Yermolov era muy conocido por sus campañas contra Napoleón y también por sus batallas contra los montañeses de Chechenia pero la condecoración que recibió del mismo Sha (la orden del Sol de Persia) le hizo ver que tenía un portento en el ejército. Yermolov acosó a los chechenos hasta arrinconarlos y tiene entre sus haberes la fundación de Grozni, la hoy capital de Chechenia, en el enclave de un enorme bosque que protegía a los montañeses de los ataques rusos. Eso sí, no quedó ni uno sólo de aquellos altísimo árboles que eran la enseña de la región. Yermolov logró una victoria contundente contra los chechenos en Andrewski, la capital del montañoso país (Grozni es obra rusa), donde los veinte mil habitantes que la poblaban quedaron reducidos a un centenar de ancianos refugiados en la mezquita.


A las órdenes de Yermolov, y bajo la mirada del zar Alejandro, Van Halen sirve de ejemplo a los oficiales de cómo modernizar un ejército, la aspiración suprema del enérgico Alejandro. De Yermolov, Van Halen deja una descripción de amigote de juergas: 'de estatura elevada, de formas hercúleas y muy bien proporcionadas, constitución vigorosa y actitud marcial; sus facciones, sin ser duras, eran muy marcadas; su fisonomía rebosaba dignidad y energía, y sus miradas penetrantes y vivas, al fijarse en cualquiera, anunciaban un alma sin remordimientos y el genio de un hombre superior'.


Después de la campaña en el Daguestán, Juanito Van Halen recibe unas cartas en las que le hacen saber que el rey le perdonaba su insurrección, le sobreseía los procedimientos y sus amigos le conminaban a volver para reincorporarse a la oposición que encabezaba otro militar, Riego. Impaciente por regresar y dejar atrás una región tan extraña como llena de emboscadas, Van Halen solicita al zar su reincorporación a los ejércitos españoles, una petición que apoya su amigo Yermolov, aunque el soberano ruso, nada amigo de las revueltas antimonárquicas, lo tomó casi que como una afrenta. El zar olvidó que le había concedido la orden de San Jorge, máxima condecoración del imperio por valor en el combate, y la de San Vladimiro, que convertía al de San Fernando en noble ruso, se le olvidaron sus campañas en el Daguestán, en Chechenia y en el Nagorno Karabagh, y ordenó su expulsión de los ejércitos rusos y que se le deportara hasta la frontera con el imperio austríaco. Van Halen abandonó Tbilisi dejando lágrimas en los ojos de su amigo Yermolov y cabizbajos a sus camaradas para ser trasladado a la frontera de la Galitzia austríaca.
 
Y dejó también, por supuesto, la primera descripción de esa extraña parte del mundo, el Cáucaso, la Iberia de los antiguos griegos, en su libro 'Dos años en Rusia'.






© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com

Viaje a Georgia: la Tbilisi del gaditano Juan Van Halen (I)


El casco histórico de Tbilisi desde el río Kurá


Corría el año de 1818 cuando Juan Van Halen llegó a Tbilisi para reforzar la conquista del Cáucaso. Nada extraordinario de no ser porque Juan Van Halen era un cañaílla nacido en San Fernando, en Cádiz, y que fue, posiblemente, el primer español dejarnos una descripción de las costumbres del Cáucaso. Cuando Van Halen llegó a Tbilisi aún quedaban circasianos en Circasia, vivían armenios en Azerbaiyan y las montañas del Daguestán eran un quebradero de cabeza para el ejército ruso. Van Halen llamaba tchetchenskis a los chechenos y tuvo entre sus cometidos su exterminio, disfrazada de pacificación, en las guerras que cantaron Lermontov y Pushkin. De Van Halen, Juanito en la Isla de León, ya he hablado aquí: Van Halen en los Mundos de Hachero, pero de sus pasos en el Cáucaso apenas y pocas aventuras más apasionantes pudieron vivirse en aquellos días que la conquista de la frontera exterior rusa, el equivalente de la norteamericana del Far West. Van Halen recorría las llanuras georgianas preguntándose cómo podrían los rusos afianzar la conquista de un territorio en el que aún veía las sombras de Ciro, de Alejandro o de Mitridates.
Tbilisi y el río Kurá
El gaditano había llegado a San Petesburgo huyendo de la cólera de Fernando VII y los suyos, a los que se enfrentó por sus convicciones liberales. Y fue pisar Rusia y entrar a formar parte del ejército del zar gracias a ciertas amistades que lo presentaron como un portento en el arte militar. Y el zar Alejandro, que deseaba modernizar su anticuado ejército, lo envió al Cáucaso, en aquel entonces la frontera sur de todas las Rusias. Van Halen recorre un larguísimo camino hasta cruzar las inmediaciones de la montaña más alta de Europa, el Ebrus, viaja por Cahetia, Kartalinia o Imeretia, 'pobladas de georgianos de la comunión griega, de muchos armenios y un corto número de católicos..'. Una región difícil, montañas habitadas por toda suerte de peligros, 'madriguera de numerosas bandas', inclinados tanto al pillaje y la sed de venganza como al respeto a las leyes de la hospitalidad.

El alfabeto georgiano y el cirílico conviven en las calles

Y Juan Van Halen llega a Tbilisi, la perla del Cáucaso, una ciudad que sorprende aún hoy, que parece hundida en un hálito de neblina perezosa. No lo hizo por la avenida George W. Bush, que comunica el aeropuerto con el centro, como lo hice yo, sino que entró por la antigua carretera de las termas, porque, al fin y al cabo, Tbilisi es una ciudad surgida al lado de unos baños termales, bañada por el río Kurá, un nombre que proviene de Kurosh, que a su vez es la pronunciación persa del rey Ciro El Grande y que pasó a Kurá en georgiano gracias a que Mtkvari, que se asemeja a Kurá, significa El Lento y que el río es así, corre parsimonioso. La actual Tbilisi está a unos kilómetros de Mshet, que fue la capital georgiana durante veinte siglos, hasta que uno de los zares descubrió los baños termales en un bosque repleto de caza y trasladó la capitalidad a su particular edén.


Y en Tbilisi Van Halen encuentra un pueblo belicoso, agarrado a su cristiandad como oposición al islamismo que le había dominado durante décadas: hasta que les liberaron los rusos. Cuenta la historia que en 1795 Agá Mehmet, un persa conocido como El Tirano, entró en la ciudad sin apenas oposición, degollando y esclavizando a partes iguales. El Tirano había perdido sus testículos a los doce años, castrado por el sha de Persia para servir como eunuco, pero con el tiempo llegó al poder cargado de rencor y de sed de venganza. Entre sus lindezas dicen que abría el vientre de sus víctimas, les ponía los intestinos de collar y los arrojaba a las fieras. En 1795, como decía, Mehmet entra en Tiflis como Pedro por su casa. El zar Heraclio de Georgia, sinceramente acojonado, promete pagarle tributos regularmente, ante lo que El Tirano vuelve a Teherán, satisfecho de su viajecito, pero Heraclio, y su hijo George, acudieron a los rusos para que los protegieran. A partir de entonces, su mayor enemigo fue el Ruso, dicho así, en mayúsculas, un ejército con el que coqueteó en mil batallas sin emprender ninguna de entidad hasta que Mehmet fue asesinado por uno de sus oficiales.


En este contexto, Van Halen llega a Tbilisi, en aquel entonces un reducto de paz y refugio de las pocas familias europeas que habitaban la región, una ciudad que le pareció a Van Halen una segunda San Petersburgo que, no obstante, tenía algo de malsano porque le dejó una fiebre permanente durante los dieciocho meses que estuvo en la zona. El gaditano decía que Tiflis se le parecía a los campos de Castilla cuando están cubiertos de nieve y que las torres le recordaban los teatros comunales donde se representaban las obras de Cervantes. En los monumentos islámicos veía reminiscencias de la Alhambra o de la mezquita de Córdoba y el vino de Kahetia le recordaba en gusto, color y efectos 'al que fabricamos los españoles en la Mancha, especialmente al de Valdepeñas...'. Van Halen bebió en las copas georgianas, que son cuernos de toro pulidos y guarnecidos con oro o plata, cuernos tramposos que hay que tener siempre en la mano y que impiden literalmente dejar de beber jamás bajo la amenaza de mostrarse descortés con los anfitriones.


El comercio de la región estaba concentrado en Tbilisi, en sus zocos y caravanserais repletos de mercaderías de Asia y del interior de Georgia. La Tbilisi de Van Halen tenía un tráfico rodado de lo más entretenido: camellos, búfalos y caballos cruzando continuamente la ciudad, un desfile de mercachifles persas, turcos, leshguines, armenios, tártaros y griegos, telas de Cachemira, ducados de oro de Holanda, pipas persas y vinos georgianos. Tbilisi estaba repleta de fábricas: las había de gorros de borrego de astrakan, dagas damasquinas y puñales de Korazan. Los montañeses del Cáucaso también acudían, llevando miel, cera, pieles, paños, cueros o hierros. Poco tiempo atrás, en estos mismos mercados, se vendían georgianas, mujeres jóvenes que se cambiaban por un buen sable damasquino o por caballos árabes, pero los rusos arrinconaron esta costumbre...

Viñedos en los balcones de la ciudad de Tbilisi

lunes, 18 de febrero de 2013

Viaje a Israel: en las viviendas palestinas demolidas por el ejército hebreo



Yihad quiere sorprenderme: le enseñaré la casa de un amigo que explotó en un autobús, me propone. Subimos cuesta arriba en un barrio palestino con los caminos de tierra y, arriba del todo, señala con un orgullo triste un solar. ¿Dónde está la casa?, le pregunto. 'Aquí, esto es la casa'. Pero no hay construcción alguna, tan sólo un descampado sobre el que revolotean unos plásticos empujados por el viento. De la vivienda vecina sale un tipo con cara de pocos amigos: es el dueño de la casa que ya no está. Su hermano fue uno de esos suicidas que salpicaban los informativos de la televisión de imágenes desagradables, se inmoló en un autobús y mató a nosecuántos, el ejército apareció al cabo de unos días rodeando un par de bulldozers y echó la casa familiar abajo. ¿Y qué culpa tenía este hombre, me pregunto, de lo que hizo su hermano? ¡Y qué culpa tenía mi madre, mis hermanos, mis tíos! El tipo gesticula colérico en el solar que antes fue su hogar, tan sólo Yihad calma su ira con una conversación monocorde y de tono bajo. Yihad es un palestino que vive en un campo de refugiados del centro de Belén y que se ha empeñado en mostrarme los vericuetos de su ciudad y del que ya hablé aquí.

Yihad y el hermano del suicida hablan sobre lo que antes fue la casa familiar del terrorista
Era la semana santa de 2004, apenas unos días después del asesinato del jeque Yashin, ya saben, aquel tipo ciego que dirigía Hamas desde una silla de ruedas y al que reventó un misil israelí (identificable sólo quedó algún tubo de metal de la silla de ruedas). No sería la única demolición de la que tuve conocimiento. Días después, en las afueras de Jerusalem, una familia espera sentada a la frondosa sombra de los árboles frutales de su jardín la llegada del bulldozer israelí. Veo mucha gente y no sé diferenciar quién es familia y quién no lo es. La casa tiene dos plantas y un sótano que parece más habitado que el resto de la edificación. Tiene altos techos, una escalinata, hay niños que corren, mujeres sentadas en sillas de plástico. Los hombres son todos mayores, muy mayores en según qué casos. ¿Cuál es el delito de esta familia?, me pregunto. El delito es, a su vez, su penitencia: uno de los hijos de la familia militaba en un grupo terrorista, me dicen, lo han detenido cuando pretendía inmolarse en no sé dónde, aunque la familia duda de esa versión porque, dicen, no se lo imaginan inmolándose en ninguna parte. Pretendo grabar su testimonio con una cámara de video que me han prestado unos palestinos porque la mía me ha sido requisada por las autoridades israelíes en el aeropuerto. Les grabo mientras relatan toda su epopeya: no sólo uno de los suyos ha sido detenido sino que varios más han sido muertos y ahora el estado israelí ha decretado un nuevo castigo: la casa familiar debe caer. Ya se ha ido el bulldozer: sin contemplaciones ni miramientos la estruendosa maquinaria entró en el jardín y, con un certero golpe en un pilar, la estructura se derrumbó. Las mujeres lloran sentadas en sus sillas de plástico, el edificio entero se tambalea, se hunde en según qué partes, pero milagrosamente sigue en pie. Eso sí, es inhabitable y amenaza con un derrumbe total en cualquier momento. Mis anfitriones hablan a la cámara, una mujer me habla de su hijo, mártir dice ella, y de cómo explotó en un bar llevándose por delante no sé cuántos estudiantes: doble castigo el suyo, ya no tiene hijo ni casa.


No sé quién y no sé cuántos. No puedo especificar más porque la cámara, una vez estuvo el trabajo hecho, desapareció misteriosamente en manos de sus dueños palestinos, que no me dejaron ni una copia del trabajo. Era el año 2004, cuando el paroxismo de las demoliciones, las inmolaciones, los atentados en los autobuses y la Intifada tenían visos de llevarse por delante la salud psíquica de todos, palestinos e israelíes. Y, sin embargo, diez años después las demoliciones siguen su curso, aunque ya no haya inmolaciones ni atentados en autobuses.



Yihad (Guerra Santa en árabe) me propone ahora visitar al amigo que provocó la demolición. 'Era amigo mío', asegura, 'explotó en un autobús, te enseñaré su tumba', dice mientras me lleva a un pequeño cementerio cerca del barrio. ¿Y qué culpa tienen los familiares?, me pregunto y le pregunto, ¿no se están creando más enemigos y más rencor los israelíes?, vuelvo a preguntarme, y Yihad mira al cielo como el que no tiene más respuesta que observar el tranquilo vuelo de un par de gorriones que no conocen fronteras ni checkpoints. La respuesta es obvia, me temo: al estado israelí no le importa granjearse algunos enemigos más, ya los considera a todos así, y el plan de judaización de todo el territorio palestino es mucho más grande y ambicioso que el de proteger incluso a sus propios ciudadanos de la ira de algún familiar colérico por la pérdida de un pariente y de su propia casa: total, todo será, antes o después, israelí, no podemos pararnos por minucias, parecen decir las frías declaraciones del ejecutivo de Tel Aviv. Y eso que dice el artículo 33 del Convenio de Ginebra que 'no se castigará a ninguna persona por infracciones que no haya cometido'. Sin embargo, se hicieron, se hacen y, probablemente, se seguirán haciendo, aunque no todas se hacen como venganza: las hay que se ejecutan simplemente por motivos económicos y estratégicos (o mejor dicho: de limpieza étnica).


2011 marcó el récord de demoliciones en lo que aquí conocemos como Tierra Santa: 622 estructuras palestinas terminaron por los suelos, de las cuales 222 fueron hogares familiares. Es decir: el 36% del total. Un hito que no pudieron superar el año pasado, es decir, en 2012, cuando fueron 604, de las que 'sólo' 189 eran viviendas. El resto de estructuras viene a referirse a refugios para animales, cisternas de agua y demás infraestructuras básicas de los vecindarios, incluidas carreteras y caminos. Aquí están las cifras de 2012  y en este exhaustivo informe, las de 2011, el año del récord. 

Unas cifras frías y lejanas que esconden el drama que vivieron el año pasado 880 palestinos, la mitad de ellos niños, un número cercano al de 1094 personas que sufrieron lo mismo en 2011, y que es prácticamente el doble de las que sufrieron esta pérdida un año antes, en 2010. Según el Comité Israelí contra la Demolición de Hogares, el ICAHD, una ONG israelí que se enfrenta a esta ominosa forma de lucha,  desde 1967, año en el estado hebreo comenzó estas prácticas, son más de 26.000 los hogares que los bulldozers israelíes han demolido, hogares todos ellos, por si queda alguna duda, de propiedad palestina. El valle del Jordan es el lugar favorito para estas demoliciones: en 2011 una de cada tres viviendas fue derribada aquí, y, según asegura la misma ONG (recordemos: una ONG israelí), se trata de una medida con mucho de política porque 'para un estado palestino viable el valle del Jordan representa una esencial reserva agrícola', además de suponer la entrada al hipotético estado. Ya lo dijo Netanyahu en 2011, ¡nada menos que ante el congreso de los Estados Unidos!, 'Israel nunca cederá el valle del Jordán, ni alcanzará un pacto pacífico bajo ninguna circunstancia, porque para el estado de Israel es vital mantener el control de la zona a lo largo del río Jordán'. Antes de la ocupación de 1967 en este valle vivían unos 320.000 palestinos, aunque hoy sólo son algo más de 65.000. Aquí tienes una espléndida referencia con galería de fotos de esta práctica enAl-Khas, que está en Belén, y en Beit Hanina (en Jerusalem este) 


La estrategia, como decía, tiene ya años y ha variado en función de las circunstancias políticas y de seguridad. La medida de destruir las casas de los familiares de los terroristas, se instauró en el verano de 2002, en un intento de frenar los atentados suicidas que trajo la segunda Intifada y que inundó los informativos de medio mundo con aquellas desagradables imágenes de autobuses despanzurrados y trozos de cuerpos esparcidos por calles enteras. Una solución que duró poco más de tres años, hasta que el 31 de enero de 2005 Israel suspendió su política de demolición de casas de terroristas palestinos tras las recomendaciones hechas por un comité militar designado por el ministerio de Defensa. Una decisión limitada a las demoliciones con carácter disuasorio, y no a las 'tácticas', es decir, que sólo afecta a las de familias de suicidas y atacantes, y no a las que ejecutan los militares para extender el perímetro de las zonas militares de Gaza (y en las que entran las que encabezan este artículo). Decía la comisión de investigación que el efecto disuasorio había sido mínimo y que las demoliciones alentaban a los palestinos a cometer más atentados dentro de un círculo vicioso sin fin. Además, aseguraron que sólo en una veintena de casos los padres convencieron a sus hijos de no participar en ataques contra Israel por miedo a perder las viviendas: un exiguo logro porque en el resto tan sólo se alimentó el rencor. Sin embargo, descartadas ya las demoliciones por causas de terror, siguen las tácticas, muchas encubriendo la estrategia estatal de estrangular cualquier intento de estado palestino, y parece bastante obvio pensar que los palestinos así desalojados alimentarán el mismo rencor al estado que las que fueron expulsadas por motivos de terror. Un argumento que no debió de impactar mucho en el ejecutivo israelí porque la medida volvió con fuerza en enero de 2009 y, a pesar de lo injusto (castigar a unos por el delito de otros) es la que más ruido hace aunque supone menos del 10% del total de las demoliciones.



Naciones Unidas y la propia ICAHD piden el fin de esta ominosa política que ya no tiene en la violencia, a día de hoy,  una explicación (siquiera cicatera): ¿qué culpa tengo yo de que mi hijo sea un terrorista? Los beduinos del Jordán son los más afectados: el 57% de las estructuras derribadas en los últimos años les pertenecen y el 82% de los desplazados son beduinos. Dice ICAHD que el objetivo es la confinación de cuatro millones de residentes de la West Bank, Jerusalem Este y Gaza a enclaves reducidos que impidan la formación viable de un estado palestinos mediante la Judaización de los territorios ocupados, una estrategia que busca controlar directamente el 85% de la tierra dejando en manos palestinas el 15% de la tierra, en enclaves inconexos y que no tengan posibilidad de controlar ni su propio espacio aéreo, fronteras ni la esfera electromagnética de las telecomunicaciones. En este proyecto no tienen cabida, obviamente esos molestos beduinos que ocupan amplísimas extensiones, siendo tan pocos.. Dice el relator para los derechos humanos en los territorios ocupados, el profesor Richard Falk, que 'la presión de las  autoridades israelíes para expulsar a las comunidades beduinas de sus tierras es deplorable e ilegal', una táctica que se extiende más allá de esas comunidades y por las que Israel controla más del 40% del territorio de Cisjordania a través de 149 colonias y 102 puestos exteriores (que no son más que nuevas colonias aunque ilegales incluso para las leyes israelíes), una ingente cantidad de núcleos que albergan a más de 500.000 personas en permanente expansión.


Yihad mira la tumba de su amigo con una sonrisa y me devuelve la mirada: 'no', asegura, 'yo no lo haré, mi lucha es otra', dice mientras volvemos a su casa, en un campo de refugiados. 'Hasta los veinte años no pude salir del barrio porque donde ahora hay calles abiertas antes había checkpoints que nos impedían el libre tránsito'. Las torretas de los controles parecen ahora monumentos al pasado, descascarilladas y el cemento rajado, aunque Yihad no las tiene todas consigo: no se fía de que vuelvan cuando menos lo espera. El dédalo de callejillas ha sido su prisión durante dos décadas, y con él todos los suyos. Dos décadas en las que, paradójicamente, hubieran firmado que uno de esos bulldozers que les dejan sin tierras cada día entraran en el barrio y se lo llevara todo por delante.


 © José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
losmundosdehachero@gmail.com

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