viernes, 31 de enero de 2014

Viaje a Zamboanga: en la capital de Mindanao se habla el chabacano




Saludar a alguien en Zamboanga, al sur de la isla filipina de Mindanao, no deja de resultar una experiencia turbadora para un español. ‘¿Qué tal tú?’, te espeta cualquiera con desparpajo y uno no sabe si le está vacilando o es que ha entendido algo mal. ¿Cómo que qué tal yo? Si además el desconocido quiere entablar conversación y se preocupa por saber cómo te llamas, añadirá: ‘¿Cosa tu nombre?’ y un no menos turbador: ‘¿habla usted chabacano?’, seguido de una mención a los heroicos episodios de la conquista española que puede terminar con un amable: ‘mucho gusto de conocer contigo’. Las frases de esta peculiar lengua van desde la reconocible: ‘hace mucho tiempo no hay yo mira contigo’, para decir que no te ven regularmente, a la no tan fácil ‘Jendeh gayot bastante un lenguaje lang’, para decir que eso de hablar una lengua nunca es suficiente.

chabacano Hachero

Vicente es concejal en el ayuntamiento de Zamboanga y hoy me invita a una ‘fiesta’ en un barrio un tanto apartado de la capital. En una vereda exuberante y en el zaguán de una casa de madera una banda de músicos con instrumentos de viento y un bajo eléctrico se esfuerzan por interpretar ‘Aquellos ojos verdes’. ‘El chabacano’, me cuenta, ‘es una lengua que nació aquí, en Zamboanga, y más concretamente en el fuerte del Pilar, que fue el primer puesto avanzado del ejército español en la isla de Mindanao’. Los vecinos de la ciudad están tan orgullosos de su lengua que prefieren ignorar que la palabra, chabacano, en España tiene una connotación tan negativa que sólo puede resultar una afrenta para los chabacanoparlantes. Pero no lo es, y ellos mismos luchan por separar el estigma de la palabrita del idioma que con tanta dignidad conservan tras tantos siglos.




‘El chabacano comenzó en el fuerte del Pilar’, continúa Vicente, ‘porque los españoles trajeron trabajadores de todas las Filipinas, los había de Cebú, de Ilo Ilo, venían de Manila, y el idioma común era el castellano, aunque no todos lo hablaban bien y cada cual introdujo palabras de su cosecha’. El resultado es, como decía, desconcertante para un español. Según la fuente, este idioma oscila entre un 60% y un 80% de palabras castellanas, unidas por unas reglas gramaticales un tanto heterodoxas para un castizo. El resto del vocabulario une palabras de islas filipinas como Cebú o las Visayas con palabras portuguesas, quechuas del Perú y hasta Nahuatl del extinto Tenochtitlan, o México, una amalgama de lenguas que aclara bastante el origen de los primeros colonos: más que españoles de España, españoles del continente americano, los que lo tenían más fácil para poblar las Filipinas.

chabacano Hachero

En la oficina de turismo de Zamboanga, pegada al fuerte del Pilar, Isabel se lamenta: ha llegado usted tarde, me dice, la celebración del chabacano fue hace dos días atrás, y nos acordamos mucho de la reina de España. ¿Ein? ¿De la reina de España? Sí, de la reina Sofía, la de España, que estuvo aquí hace unos años y nos honró con su presencia. Los pasos de la reina se adivinan por doquier en este enclave recóndito, apartado de las rutas turísticas por el conflicto bélico entre el gobierno filipino y los rebeldes musulmanes (sobre todo por los terroristas de Abu Sayyaf), un peligro que las embajadas se encargan de recordar con mensajes de pánico que sitúa aún más lejos a la que con orgullo denominan Ciudad Latina del Sudeste Asiático. Un lugar que sorprende con carteles en un extraño castellano, avisos en un castellano aún más raro, mezclas de inglés y castellano, expresiones que uno entiende sin comprender y hasta poemas reconocibles sin ser reconocidas. Tiene un algo al criollo de Haití, en el que creía entender el francés pero sin poder reconocer una sola palabra porque es más africano, con acento galo, que francés en sí. Sin embargo, el chabacano no es único ni exclusivo de Zamboanga: al menos tiene seis dialectos, que son: caviteño, ternateño, ermiteño, zamboangueño, cotabateñ, castellano Abakay, aunque el más conocido y reconocido es el de Zamboanga, donde lo habla casi toda la población.
chabacano Hachero

Junto al fuerte de Nuestra Señora del Pilar, en el que los españoles soportaban los embistes de los piratas musulmanes atrincherados en las cercanas islas de Basilan y las Jolo, la imagen de la Virgen consume velas, feligreses de rodillas y austeras cruces. Una señora reza en voz alta y confirmo luego mis sospechas: es el padrenuestro, pero el padrenuestro en chabacano:

Tata de amon talli na cielo,
bendito el de Usted nombre.
Manda vene con el de Usted reino
Hace el de Usted voluntad aqui na tierra,
igual como alli na cielo.
chabacano Hachero
chabacano Hachero
chabacano Hachero

chabacano Hachero

Zamboanga no sólo es una isla de este extraño castellano en otra isla en la que resuena el tagalo con murmullos en árabe del Corán. También lo es del cristianismo, católicos romanos, dicen con orgullo, un cristianismo que llevaron los primeros jesuitas, responsables también del chabacano para muchos estudiosos, que resistieron a aquellos piratas incluso cuando los militares españoles dejaron temporalmente la isla aburridos ya de luchar contra tanto Sandokan de los mares de China. La imagen de la virgen del Pilar que corona uno de los muros exteriores del fuerte fue colocada allí en 1719 y desde entonces ha adquirido una fama extraordinaria de milagrosa y protectora: tanto que en cualquier momento uno se encuentra allí a la feligresía, de rodillas y entregada. Desde 1903 la ciudad de Zamboanga estuvo gestionada por los nuevos colonos, los norteamericanos, que la situaron en el epicentro de la que denominaron Isla de los Moros, la de Mindanao, aunque los habitantes del lugar mantuvieron su peculiar idioma contra viento y marea y aún hoy se diferencian del resto de la región por su idioma y su cristianismo militante.
chabacano Hachero

chabacano Hachero

‘Tonight we will eat Lechón’, me dice Arnold, que a la sazón es primo mío por estas curiosas historias de la Historia. Arnold Hachero prefiere el inglés pero un inglés salpicado de expresiones y palabras en castellano. Y el lechón tiene un aire al que tantas veces he comido en Colombia, y que allí llaman ‘lechón tolimense’, que al clásico asado de cerdo patrio. Un lechón invariablemente acompañado por una interminable sucesión de botellines de cerveza San Miguel, una marca que resulta tener su origen en el barrio de San Miguel, en Manila. La huella del castellano en las Filipinas no deja de ser general y de sorprender en zonas donde nadie lo entiende pero manejan ciertas palabras: ‘treinta, treinta, treinta’, grita una pescadera en el mercado de Puerto Princesa, en la isla de Palawan, ‘cuarenta, cuarenta’, le responde el del puesto vecino. Los números se dicen en castellano, en el restaurante te sorprenden con una caldereta o con pollo en adobo, si es lunes te dirán eso, que es lunes, la farmacia es la botica y si te mueres te mandarán al cementerio. Pero uno tan sólo acierta a cazar alguna palabra perdida en el maremagnum del idioma tagalo. El chabacano es distinto por esa extraña forma de conservar el castellano, ‘corrupted spanish’, dicen ellos mismos entre risas, pero tal vez no, tal vez sea un ‘future spanish’, un idioma que lleva un nombre que en España viene a significar ‘ordinario, de mal gusto, grosero’ pero que en la otra parte del planeta es un orgullo, una identidad mantenida contra viento y marea, una lengua que nos recuerda que España fue un imperio y que los españoles tienen una memoria tan débil como fuerte el empeño de los chabacanoparlantes en mantener vivo ese recuerdo aunque sólo sea en el otro lado del mundo.

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Viaje a Filipinas: en la iglesia de Miag-ao, patrimonio de la Humanidad y construida sin arquitectos


Desde que Magallanes pusiera un pie en las Filipinas el desencuentro entre los cristianos y los musulmanes ha sido tan evidente que los combates entre el Frente Moro y el ejército filipino tienen un nosequé a dejá vu. Ambos mundos, el islámico y el cristiano, se empujan mutuamente, los musulmanes desde el sur, sembrando de mezquitas el perfil de las ciudades, los cristianos desde el norte, multiplicando campanarios y cruces. No hay que soñar mucho para imaginar la vida de aquellos religiosos católicos (y romanos, apostillan siempre en Filipinas) de siglos atrás sudando la gota gorda bajo un sol tropical que convierte en particulares infiernillos sotanas y casullas, y con un ojo puesto en la exhuberante vegetación por si aparecían los temidos moros reclamando su lugar. En la tropical isla de Panay, a pocos kilómetros de su capital, Ilo Ilo, en las conocidas como islas Bisayas, se levanta uno de los ejemplos más gráficos de un pasado totalmente desconocido en España. Y eso que hablo de un ejemplo construido por españoles durante el mandato de la corona española y de frailes que sufrieron los tormentos que hoy ocupan portadas cuando los cometen los orates de Abu Sayyaf.

miag ao hachero
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Concretamente hablo de la iglesia de Santo Tomás de Villanueva, uno de los cuatro templos filipinos que la Unesco ha reconocido como patrimonio de la Humanidad, todas construidas por religiosos españoles de esos que en la península ibérica nos suenan a chino filipino. Fray Francisco Máximo González es uno de ellos, un agustino que debía de soñar tanto con el paraíso celestial como con los moros y que decidió edificar una mezcla de ambos: su iglesia, se dijo, será inexpugnable. Corría el año 1786, la conquista de las islas que el explorador malagueño Rui López de Villalobos, en un acto un tanto pelota, denominó Filipinas en honor de su querido monarca, Felipe II, aún arrojaba tantas expectativas como frailes y soldados muertos, y el pobre fray Francisco quiso levantar muros entre su feligresía, cada vez más abundante, y sus detractores, cada día más sádicos. Así que ni corto ni perezoso se marcó una fantasía arquitectónica que quita el hipo incluso a los que no somos aficionados al noble pero insulso arte de visitar templos. Un lugar que desconcierta aún más cuando comprobamos que el tal fraile Francisco, y los frailes que lo sucedieron, en el extraño puente marítimo de la época entre Acapulco y Manila, no tenían mucha idea de arquitectura y sí de la fe con la que enfrentarse a los temidos moros. De hecho se limitaron a idear este templo fortaleza y a supervisar las tareas de los artesanos locales, que fueron quienes realmente levantaron la iglesia.

miag ao hachero

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El lugar se llama Miag Ao, un nombre que más que a tagalo en España suena a chino, y aparte de la iglesia apenas tiene otro aliciente. Cuando mi prima Maria Fe, filipina y tagala ella, se empeña en enseñarme el dichoso templo suspiro y me imagino procesionando entre figuritas divinas y santos locales con nombres que mezclan el fervor castellano con el exotismo tropical. ¡¡ Pero no !! Al primer vistazo ya se adivina que la iglesia guarda algo, tal vez un secreto, tal vez muchos, puede que ecos en eterno rebote de batallas tras batallas. La portada, con motivos que harían palidecer a nuestra curia, está flanqueada por dos campanarios que recuerdan más bien a las torres de algún castillo leonés. Sus muros son tan gruesos que uno puede imaginar el impacto futil de grandes bolas de cañón mientras dentro el cura reparte hostias y bendiciones sin inmutarse. Dicen que guardan pasadizos secretos y que nunca sabremos todos sus secretos porque la mezcla de castillo medieval, iglesia barroca y estilo plateresco local ha tenido que ser remodelado varios veces por culpa de terremotos e incendios.  Incluso parece ser que esta iglesia no es la original sino que hubo otras dos previas construidas en alguna otra parte que no termino de averiguar, la primera de ellas en 1731, y que esta, la última, y más ferrea presumo, comenzó su andadura en 1787. Pero no importa, el templo se levanta magnífico bajo el aplastante sol tropical, sus muros que son contrafuertes y sus ventanales que parecen escapados de alguna película del conde de Montecristo. Se terminó en 1797, es decir, más de medio siglo después de su primer intento, y cuando estarían ya habituados a defender la fe a gorrazos.

miag ao hachero

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Y cuando decía que el motivo de la portada haría palidecer a nuestra curia actual, no lo digo por sembrar una duda: ya me dirán qué pinta si no el bueno de san Cristóbal ataviado de indígena agarrando cocos de un frondoso palmeral para su querido Cristo, encaramado en la espalda del santo mientras señala con su dedito el fruto deseado. Los motivos locales en las representaciones arquitectónicas del cristianismo en lugares remotos siempre tiene un puntito que mueve a la dulzura condescendiente pero que nos plantea dudas como la de qué pensará un devoto siríaco, un maronita o un armenio, iglesias anteriores al catolicismo, cuando se enfrente al sombrerito de la virgen del Rocío o el barroquismo suicida de la Macarena. ¿Verá un disparate del tamaño del cocotero bajo el que se esfuerza san Cristóbal en esta extraña iglesia fortaleza con motivos tropicales?

miag ao hachero
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El cristo de ojos azules y melena rubiasca que ilustraba mi catecismo, ¿es el reflejo de este cristo de ojos achinados que ansía el agua de coco que su discípulo, aún por nacer, por cierto, le dará en una brevedad que se le debe de antojar eterna? La cerveza local, que para más inri se llama San Miguel, me lleva a imaginar el fin de fiesta al estilo de Canaa, lo que no deja de tener su interés si consideramos que el vino aquí, mas que de coco, es de arroz.

miag ao hachero

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La Unesco se decidió a convertirla en patrimonio de todos en 1993, junto a otras tres iglesias españolas de los tiempos de la colonia, aunque de todas me quedo con esta por este punto a templo de Mowgli, o tal vez de Apocalysis Now, un espacio que dentro recuerda más a una nave industrial que a un templo, olvidada la planta de cruz latina y todas esas virguerías de pijos que se podían permitir sus colegas de Europa, sin más asedios que los de sus propios hermanos de fe. Dentro el espacio es largo y corrido y busco desesperado un motivo ornamental que justifique mi entrada en tan sacro lugar. Pero no, no lo hay, las ventanas ofrecen alguna sombra curiosa, los túneles misteriosos, si los hubiera, estarán sellados, o hundidos, o tal vez disimulados y silenciados por el cura párroco (hoy es su día libre, para mi decepción). Su resistencia a los incendios es asombrosa: ardió durante la guerra contra los españoles, en 1898, en 1910 sufrió otro incendio, y otro más durante la ocupación japonesa, y por si fuera poco en 1948 se medio derrumbó por un fortísimo terremoto y todo para terminar siendo patrimonio de la humanidad gracias sobre todo al empeño que puso Imelda Marcos, la de la fabulosa colección de zapatos, en sus tiempos en el Vaticano. Y eso sin hablar de tifones y olvidando los raids destructivos de los moros.

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Viaje a Hong Kong: picnic urbano en la ciudad de las 300.000 empleadas domésticas

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Dice la estadística que en Hong Kong trabajan, al menos, ciento cuarenta mil filipinas como empleadas domésticas, un número parejo al de las indonesias, un número enorme al que debe añadirse una miríada de otras nacionalidades hasta alcanzar las trescientas mil almas. ¡Una ciudad sólo en sirvientas! Cada domingo reciben el día libre y salen por decenas de miles a aprovechar las horas de asueto por donde buenamente pueden y las dos nacionalidades más numerosas, filipinas e indonesias, se reparten la isla central de Hong Kong para organizar picnics callejeros, desconcertantes fiestas improvisadas.

hong kong por hachero

Las indonesias toman los alrededores del parque Victoria: están por todas partes, encaramadas sobre los pasos de las autopistas, formando grupos en los pasadizos, sentadas sobre cartones, charlando en grupo, ensimismadas con sus teléfonos móviles. Se las distingue bien porque muchas son musulmanas y se tapan pudorosas con sus hiyabs, intercambian sonrisas cómplices y sobre el verde tapiz de hierba del parque Victoria ensayan ejercicios de lucha, saltan, corren, están inmóviles bajo la sombra de los árboles: son una colorida multitud que lo ocupa todo y, al tiempo, parecen no ocupar nada.

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Las filipinas, en cambio, se esparcen por la parte que aquí se conoce como Central, también ocupan túneles, pasos elevados, soportales y estaciones de metro, pero su entorno es aún más desconcertante: organizan bailes y rifas y cantan en calles surcadas por enormes rascacielos: allí unas chicas danzan bajo un cartel de Armani, más allá picotean algo a las puertas de un lujoso comercio de Louis Vuitton, ese grupo juega a las cartas bajo el reflejo plateado de Prada y aquel de allí se divierte en torno a un karaoke improvisado con un Ipad bajo la enorme y ultramoderna mole de la sede del Banco de China. Los grupos se reparten por islas y las filipinas de aquel pasadizo hablan en bilocano, las de más allá en iloano y aquellas en cebueño, todas se entienden en tagalo, la lengua franca que une tanto en su tierra como en Hong Kong. Todas sonríen felices de reunirse en grupo, de sentirse un poquito más cerca de casa, de un hogar que ven muy de cuando en cuando, tan sólo al acabar su contrato, cuando deben, por contrato, de abandonar el país, o la ciudad, o lo que sea Hong Kong. Gina, que es filipina, y también empleada doméstica, y además de todo es una Hachero y por tanto prima mía, tan sólo ha visto a su hijo dos veces en cinco años, la primera con ocho años de edad, la segunda con trece. Por eso sueña con reunirlos a todos, con trabajar donde viva su familia, su marido, cuya foto le vigila desde el movil, con su hijo, vestido de graduado en un fin de curso en el lejano Ilo Ilo, por eso sueña con establecerse en Canadá, donde le pagarían el triple y podría traerse a su familia y no encontrarse a un hijo crecido y desconocido que la mira avergonzado porque no sabe que decirle a su madre. Las sonrisas de las miles de empleadas domésticas esconden dramas que ni siquiera adivinamos porque hoy, que es domingo, todo es fiesta y alegría.

hong kong por hachero

La justicia de Hong Kong quiere poner algún tipo de freno a esta creciente algarabía que parece habérseles ido de las manos. Durante años, Evangelina Barao, una empleada filipina, ha litigado en pos de la residencia permanente: no todo va a ser trabajar por 500 dólares al mes, parecía decir. Pero con ese dinero no sobrevives ni una semana en la meca del consumo así que todo seguirá igual porque los tribunales le quitaron la idea hace pocos meses. El próximo domingo, muy de mañana, decenas de miles de empleadas filipinas e indonesias acudirán cargadas de cartones, con barajas de cartas, periódicos, guitarras, comidas tradicionales, cotilleos acumulados y teléfonos móviles, muchos teléfonos móviles porque, al fin y al cabo, están lejos de sus casas pero no incomunicadas. En Hong Kong la incomunicación es imposible. Lo que si seguira siendo imposible para mi prima Gina y los cientos de miles de empleadas domesticas es dar un paso que les mejore el dia a dia y vean crecer a unos hijos a los que apenas reconocen cuando vuelven por fin a sus hogares.

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