viernes, 31 de enero de 2014

Viaje a Hong Kong: picnic urbano en la ciudad de las 300.000 empleadas domésticas

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Dice la estadística que en Hong Kong trabajan, al menos, ciento cuarenta mil filipinas como empleadas domésticas, un número parejo al de las indonesias, un número enorme al que debe añadirse una miríada de otras nacionalidades hasta alcanzar las trescientas mil almas. ¡Una ciudad sólo en sirvientas! Cada domingo reciben el día libre y salen por decenas de miles a aprovechar las horas de asueto por donde buenamente pueden y las dos nacionalidades más numerosas, filipinas e indonesias, se reparten la isla central de Hong Kong para organizar picnics callejeros, desconcertantes fiestas improvisadas.

hong kong por hachero

Las indonesias toman los alrededores del parque Victoria: están por todas partes, encaramadas sobre los pasos de las autopistas, formando grupos en los pasadizos, sentadas sobre cartones, charlando en grupo, ensimismadas con sus teléfonos móviles. Se las distingue bien porque muchas son musulmanas y se tapan pudorosas con sus hiyabs, intercambian sonrisas cómplices y sobre el verde tapiz de hierba del parque Victoria ensayan ejercicios de lucha, saltan, corren, están inmóviles bajo la sombra de los árboles: son una colorida multitud que lo ocupa todo y, al tiempo, parecen no ocupar nada.

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Las filipinas, en cambio, se esparcen por la parte que aquí se conoce como Central, también ocupan túneles, pasos elevados, soportales y estaciones de metro, pero su entorno es aún más desconcertante: organizan bailes y rifas y cantan en calles surcadas por enormes rascacielos: allí unas chicas danzan bajo un cartel de Armani, más allá picotean algo a las puertas de un lujoso comercio de Louis Vuitton, ese grupo juega a las cartas bajo el reflejo plateado de Prada y aquel de allí se divierte en torno a un karaoke improvisado con un Ipad bajo la enorme y ultramoderna mole de la sede del Banco de China. Los grupos se reparten por islas y las filipinas de aquel pasadizo hablan en bilocano, las de más allá en iloano y aquellas en cebueño, todas se entienden en tagalo, la lengua franca que une tanto en su tierra como en Hong Kong. Todas sonríen felices de reunirse en grupo, de sentirse un poquito más cerca de casa, de un hogar que ven muy de cuando en cuando, tan sólo al acabar su contrato, cuando deben, por contrato, de abandonar el país, o la ciudad, o lo que sea Hong Kong. Gina, que es filipina, y también empleada doméstica, y además de todo es una Hachero y por tanto prima mía, tan sólo ha visto a su hijo dos veces en cinco años, la primera con ocho años de edad, la segunda con trece. Por eso sueña con reunirlos a todos, con trabajar donde viva su familia, su marido, cuya foto le vigila desde el movil, con su hijo, vestido de graduado en un fin de curso en el lejano Ilo Ilo, por eso sueña con establecerse en Canadá, donde le pagarían el triple y podría traerse a su familia y no encontrarse a un hijo crecido y desconocido que la mira avergonzado porque no sabe que decirle a su madre. Las sonrisas de las miles de empleadas domésticas esconden dramas que ni siquiera adivinamos porque hoy, que es domingo, todo es fiesta y alegría.

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La justicia de Hong Kong quiere poner algún tipo de freno a esta creciente algarabía que parece habérseles ido de las manos. Durante años, Evangelina Barao, una empleada filipina, ha litigado en pos de la residencia permanente: no todo va a ser trabajar por 500 dólares al mes, parecía decir. Pero con ese dinero no sobrevives ni una semana en la meca del consumo así que todo seguirá igual porque los tribunales le quitaron la idea hace pocos meses. El próximo domingo, muy de mañana, decenas de miles de empleadas filipinas e indonesias acudirán cargadas de cartones, con barajas de cartas, periódicos, guitarras, comidas tradicionales, cotilleos acumulados y teléfonos móviles, muchos teléfonos móviles porque, al fin y al cabo, están lejos de sus casas pero no incomunicadas. En Hong Kong la incomunicación es imposible. Lo que si seguira siendo imposible para mi prima Gina y los cientos de miles de empleadas domesticas es dar un paso que les mejore el dia a dia y vean crecer a unos hijos a los que apenas reconocen cuando vuelven por fin a sus hogares.

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