domingo, 27 de julio de 2014

Viaje a Erevan: la capital de los armenios

yerevan por hachero

En el centro del Cáucaso sur existe un país que tiene mucho de la irreductible aldea de Asterix y Obelix. Se llama Armenia y, como alguien me dijo en la capital de la vecina Georgia, parece levantarse sobre una roca. La entrada en el país desde el norte resulta, a ojos de un profano, un tanto desapacible porque la frase martillea el cerebro y deforma la realidad hasta convertirla en más real de lo que es. 'Es cierto', me decía, 'esto es una roca'. La carretera, que ya en Georgia dejaba mucho que desear, se convierte en Armenia en una vía que en mi país no sería más que una carretera secundaria, aunque en mi país tenemos de todo y no nos ha servido para mucho más que una ruina nacional de órdago. A diestra y siniestra de la vía se abren llanuras rocosas apenas cubiertas por un débil manto de yerba rala, llanuras breves que pronto se levantan en roca furiosa y gris que se eleva al cielo buscando huir de una geografía atormentada por la capa tectónica conocida como Euroasiática. De hecho, las montañas del Cáucaso son el resultado del empuje de la placa árabe contra la euroasiática, un juego de dominó que nos lleva hasta el mismísimo Himalaya y la placa india, de donde parten las tensiones que jalonan todo oriente medio de formaciones rocosas de bella factura y movimientos sísmicos que levantan montañas como las que veo, y que se pierden en el enorme macizo del Cáucaso.

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Admiro con una mueca de disgusto esos picos pelados de roca viva, intensa y gris, yo, que soy de mar, y fuerzo la vista para observar la vida de las pocas familias que parecen habitar las únicas zonas habitables: las riberas de las corrientes, a las faldas de las montañas, protegidos de un clima desabrido por pequeños bosquecillos que parecen soportar estoicos la grandeza de las rocas. Y mientras pienso en cómo la placa tectónica árabe empuja a la euroasiática en su movimiento de dominó desde la lejana India observo a mis compañeros de viaje. Un tipejo fuma alegremente sin importarle la cara de intenso sufrimiento de una anciana con el rostro enmarcado en un pañuelo, una muchacha sostiene su teléfono móvil en alto mientras una horrible música discotequera resuena en el ambiente, el conductor parece enloquecido por estas curvas tan cerradas.

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Y ahí afuera, Astérix y Obélix adquieren forma de cristianos antiguos, cristianos remotos, los primeros cristianos, y los imagino llamándose Asterishian y Obelikian, resistiendo contra los invasores rusos desde el norte, contra los turcos del imperio otomano desde el sur, contra los persas desde el este, mirando en el horizonte la imponente montaña de las Montañas, el monte Ararat, y siendo, ellos también, presa del movimiento tectónico social, el que empuja al ser humano a las grandes epopeyas, ahora mongoles que irrumpen en el corredor de la Anatolia, luego rusos empujados por los delirios de grandeza de sus Pedros y Nicolases, combatidos por los vecinos zoroástricos que antes adoraban el fuego y que ahora son algo así como turcos chiítas, y qué decir de los chiítas mayoritarios, los persas de la inmediata Irán... Si eso no es presión tectónica, pero tectónica social, que venga Dios y lo vea...

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Entro en Erevan por la ruta del norte y los primeros barrios tumban mi curiosidad por los suelos. Bloques funcionales de la arquitectura estalinista soviética, muy degradados por el paso del tiempo, me reciben grises y tristones, una sucesión de calles oscuras y tiznadas como de hollín, barrios realmente feos que ondulan sobre la atormentada geografía armenia y que no pueden evitar la agorera frase: 'Armenia está construida sobre una roca...'. Una mansión con gusto a narcotraficante iletrado se enseñorea de aquella colina, unos niños juegan con unos jerseys que me parecen fuera de moda (yo, que vivo en el punto más remoto de las modas), incluso los vehículos son antiguos y parecen pruebas arqueológicas de la mecánica humana. La estación de autobuses tampoco ofrece una imagen mejor. Un abuelo me mira compasivo y trata de animarme: 'allí está el monte Ararat', comenta orgulloso, pero en el horizonte no se ve nada, tan sólo una neblina gris oscura que contrasta con la neblina gris clara que colorea el cielo. 'Bueno, hoy no, tal vez mañana...'. Al borde del colapso tomo un taxi pero el precio me resulta elevadísimo incluso para Londres: ¿está seguro?, le digo al taxista, que me ofrece otro precio, diez veces inferior. Agotado por las siete horas de viaje hacinado en una furgoneta accedo por pura desesperación y le pago un precio que ya se ajusta a mi visión de la realidad (aunque sigo pensando que el taxista ha hecho la semana conmigo).

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No sé qué esperaba de Erevan, y de Armenia en general, aunque sí que lo que veo no se acerca a mis expectativas. El primer país cristiano, me decía, la nación que cautivó a mi excompañero de empresa, José Antonio Gurriarán, autor de varios libros sobre el país y víctima de una bomba que le dejó secuelas en las piernas para toda la vida y una persona muy comprometida con Armenia, mira su blog aquí), el país de nombres que suenan hoy míticos, como Ter Petrosian o Monte Melkonian y los guerrilleros de la terrible guerra del Nagorno Karabagh, la nación que sufrió un horripilante genocidio a manos de los turcos a principios del siglo XX. Había leído mucho sobre Armenia, demasiado tal vez, y ahora la realidad se imponía a mis pies: la entrada en Erevan es descorazonadora. Pero mi opinión cambiaría en unas horas.

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Erevan resulta ser una ciudad vibrante, con avenidas salpicadas con comercios de alto standing, parques, muchos parques y estatuas, muchas más estatuas, una ciudad con pinta de recién sacada del paquete en según qué partes y con reminiscencias a arquitectura soviética en según qué otras. Mi objetivo principal estaba en una colina con nombre imposible para un latino, Tsitsernakabert, donde se ubica el museo del genocidio, un sitio estremecedor atravesado su ambiente invernal por una no menos estremecedora aria, pero Erevan ofrece mucho más. En mente mis objetivos pasaban por visitar el terrible Museo del Genocidio (aquí está la entrada en mi blog) en memoria de los cientos de miles de asesinados a manos de turcos y kurdos y conseguir un visado para el Nagorno Karabagh pero además disfrutaría, pensaba yo, de una ciudad que presumía, desde España, pintoresca y acogedora. También es cierto que no soy un buen turista y siempre acabo donde no debo: por eso si pincháis aquí os saldrá un blog con datos de los sitios más turísticos, por si queréis acercaros.


O este otro, de un colombiano viajero y muy minucioso en sus descripciones: http://blogdebanderas.com/2014/03/04/yerevan-armenia-la-capital-del-primer-pais-cristiano-del-mundo/

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Curiosamente su principal símbolo es inalcanzable. El monte Ararat, que me señalara en vano aquel abuelo a mi llegada, es casi que el mito sobre el que se cimenta la patria armenia, el lugar en el que Noé fondeó su famosa Arca cuando las aguas del diluvio universal comenzaron a descender. Hay quien dice, y esto lo saco del wikipedia, que en las primeras crónicas cristianas se aseguraba que Noé dijo 'Yerevats', que es algo así como '¡¡apareció!!', refiriéndose a la tierra. Un mito como el que cimenta otras civilizaciones, aspiraciones casi que utópicas y que aspiran a conseguir territorios que están lejos y al tiempo cerca. Porque el monte Ararat está en territorio turco, aunque los días claros parezca que flote sobre la ciudad de Erevan. Y decir aquí turco es desenterrar un montón de malos recuerdos y una historia de dos países que se han desarrollado de espaldas, a pesar de que les separa sólo una línea en los mapas. Otra teoría asegura que Erevan proviene de un rey llamado Yervand IV ('El último') y que sería su legendario fundador, aunque los historiadores más serios aseguran que proviene de un castillo levantado por otro rey armenio, Argisthi I, allá por el siglo VIII, y que llamó Erebuni por el esfuerzo que le costó levantarlo (Erebuni significa Fortaleza de la Sangre). Por Erevan pasaron los persas aqueménidas, los medos y los escintios pero no fue hasta el año 301 que Erevan, y los armenios en general, llegaron a su momento cumbre: la iglesia de San Pedro y San Pablo, construida en el siglo quinto, fue el escenario de la declaración de Armenia como primer país cristiano del mundo, gracias a un tipo con un nombre simpático: San Gregorio El Iluminador, santo patrón de los armenios. No busquen la iglesia porque no existe ya: en 1931, en plena efervescencia soviética, las autoridades de la ciudad ordenaron demolerla para construir una sala de cine.

yerevan por Hachero

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Sea como fuere, los armenios llevan con orgullo ese dato, el de primer país cristiano del planeta, nada menos que ochenta años antes que el imperio romano. Un espejismo, en todo caso, que duró apenas un siglo porque en el 428 el territorio cayó en manos de los turcos sasánidas para pasar luego a manos árabes, bizantinas y selyúcidas, mongoles y hasta rusas, aunque siempre intentando mantener esa fe cristiana que es bandera y orgullo. El genocidio de principios del siglo XX, y sus previos de finales del XIX, no borraron a estos Asterix y Obelix del Cáucaso sino que los lanzaron a medio mundo, de manera que, como dije en el post dedicado al museo del genocidio, hay armenios en Moscú y en Marsella, en Nueva York y en Buenos Aires, en Alemania y en Estambul, al estilo del éxodo judío.

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La ciudad es armenia desde su fundación, pues, pero sería absurdo decir que siempre ha permanecido homogénea. Desde el balcón de mi ventana veo sobresalir una cúpula azul de entre la masa de edificios grises y sin apenas encanto. Es la conocida como Mezquita Azul, un templo que usaba la población azerí antes de la sovietización y que como consecuencia de la guerra del Nagorno Karabagh se quedó sin apenas fieles. Sin embargo, ahí está, testigo mudo de que Erevan es armenia pero también fue un kanato, tres siglos atrás, y en el siglo XIX los viajeros la describían como ciudad musulmana perteneciente al imperio otomano. Después del terrible genocidio de 1915, decenas de miles de armenios llegaron a la ciudad desde la Anatolia y más tarde otras decenas de miles desde Siria, Irak, Líbano y los Balcanes, también huyendo pero ya no de los Jóvenes Turcos sino de la descomposición del imperio otomano y de la segunda guerra mundial. Triste destino el de huir siempre de la violencia. La cosa es que hoy Erevan es armenia casi que al cien por cien y que algo tuvo que ver también la política del Kremlin de financiar el metro a las poblaciones con más de un millón de habitantes...

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 Desde mi hotel se ve sobresalir la cúpula de la mezquita azul

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Mi hotel está a las espaldas de la plaza de la República, el centro de la ciudad, con sus ministerios, su enorme espacio público y una fuente que cambia de luces con cada nota musical que rasga el principio de la noche armenia. Las calles están llenas, los cafés rebosan gente y las avenidas del centro de la ciudad no parecen del Cáucaso sino que tienen un nosequé  ibérico, con sus tiendas de ropa de moda, sus pizzerías y restaurantes, tanta gente por las calles. Charles Aznavour, el cantautor francés, tiene su propia plaza, semicircular y que se completa con su casa museo, allá arriba en una montaña, porque Aznavour era armenio, como tantos exiliados que triunfaron en el extranjero. Pero, aparte de ese gran espacio que uno imagina repleto de masas enfurecidas gritando lo mismo vivas a Lenin que derribando sus estatuas, el sitio me parece desabrido y hasta desagradable, parece que los vecinos apenas pasen por aquí si no es estrictamente necesario, o que seas un alto dirigente que se aloja en el Marriot, o tal vez que seas un ministro o vengas a tirarle un zapato. Sigo con mis pesquisas en busca de la embajada del Nagorno Karabagh pero nadie parece saber dónde está y la página web de internet me envía a una dirección que no existe...

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Y eso que pasear por Erevan resulta muy agradable y aquella primera sensación se evapora: de hecho parece que mis recuerdos sean de una ciudad distinta. Encuentro un gran parque frondoso y primaveral y veo novios escondidos tras unos matorrales, parecen jugar al escondite, la novia es toda una beldad y me mira alegre, me sonríe, hace un gesto extraño con los morritos y comienzo a ponerme nervioso hasta que localizo a un fotógrafo justo a mis espaldas: aún así le hago una foto yo también. Pronto me aburriré de hacerles fotos: hay bodas por doquier... ¡¡Pero hay fotógrafos!! Alguno sabrá, pienso, dónde está la esquiva embajada de Stepanakert. Pregunto y sus caras se transmutan en poema armenio: ni idea...

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El tiempo es agradable, aún no ha llegado la temporada de nieves que sumerge a la ciudad en un manto blanco y resbaladizo así que los vecinos se entretienen al aire libre aprovechando las últimas semanas de sol.

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Sus parques, sus jardines, la multitud de estatuas que recuerdan que esta es una ciudad de músicos y de artistas. Arno Babajanian continúa tocando estruendoso y ensimismado su enorme piano bajo la tenue luz de un farol mientras su enorme nariz apunta directamente al cielo (y sospecho que incluso ensarta a la luna), Alexander Spandiaryan parece pensar una aria mientras que la de Aram Khachaturian soporta estoico las protestas que cada día toman la explanada de la plaza de la ópera, verdadero centro de reuniones y mítines de la ciudad.

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Vistas desde La Cascada

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Mención aparte merece la Cascada, una obra de un arquitecto llamado Alexander Tamanian, que también diseñó la Ópera, y de las que no sé muy bien qué pensar. Justo donde acaba la zona llana de la ciudad, Tamamian aprovechó la colina para construir una escalera de 118 metros escoltada por todo tipo de esculturas, desde conejos a señoras gordas al estilo de Botero. La escalera debía de ser todo un símbolo para los erevaníes pero resultaba extraña ahí tan sola así que un millonario norteamericano, pero de origen armenio, Gerard Cafesian, se lanzó a horadar la colina para acompañar la escalera con un museo construido a varios niveles. Tampoco sé qué pensar de la Ópera, un edificio circular y tocho, gris y que me trasmite tristeza y pesar, no me pregunten por qué: serán los grupos de jubilados con aspecto de no llegar a fin de mes que merodean por los jardines, o tal vez una protesta que de repente llena la explanada de lugareños con el puño en alto, o puede que me recuerde a esos barrios deprimentes de las ciudades soviéticas. El caso es que miro el edificio de la ópera y no termina de gustarme... Paro a un taxi y le ruego que me lleve a la embajada del Nagorno Karabagh, esté donde esté. 'Ni idea', me dice, y le muestro entonces la dirección que viene en internet. La examina y termina siguiendo mis pasos por la ciudad: aquí ya estuve, le digo, y ahí también, en ese cibercafé ya pregunté, le grito, y en aquella librería también... 'Tal vez haya que comenzar de nuevo y pensar que la ciudad ha crecido con nombres que a veces se repiten', me guiña un ojo el taxista mientras mete cuarta en un estrecho callejón.

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Por fin consigo encontrar la embajada del Nagorno Karabagh (el taxista me agradece que se la haya enseñado, me dice, porque no tenía ni idea de que existiese) y los lentísimos funcionarios me preguntan si me pegan un estrepitoso visado en el pasaporte o me lo dan suelto. 'Péguelo', le dije confiado y la chica, tras echarme una mirada compasiva, me lo pega con cierta saña. 'Muchas gracias', dice, 'ahora no podrá entrar nunca en Azerbaiyan...' Eso es cierto, si las autoridades del país vecino encuentran ese visado puede encarcelarte sin contemplaciones. Sin embargo, y a pesar de todo, entré en Azerbaiyan, aunque con cierto truco porque sólo pisé la parte ocupada por el ejército armenio, en la devastada ciudad de Agdam, pincha aquí para verlo. Hasta Stepanakert, capital del Nagorno, me quedaban larguísimas horas sentado en un taburete en el interior de una furgoneta atestada de personal que circulaba por una nueva versión de aquel 'país levantado sobre una roca'. Erevan tiene otro aire cuando se conoce. De hecho, volvería otra vez. De hecho, volveré otra vez...


domingo, 13 de julio de 2014

Viaje a Cuba: en el santuario de la Virgen del Cobre (o de la Caridad)


El 1 de febrero de 1959 Fidel Castro escapó indemne del primero de los más de seiscientos atentados que sufrirá en su vida. Un soldado de las derrotadas fuerzas de Fulgencio Batista arrojó una granada en mitad de una procesión de devotos que se dirigía a pie desde Santiago de Cuba para agradecer a la Virgen de la Caridad su apoyo a la revolución. La estampa no deja de tener su interés: Fidel Castro procesionando para dar gracias a la Virgen por el éxito de la revolución, aunque la realidad es más prosaica: el terrorista, José Duany, pretendía hacerse con un coche patrulla pero se le cayó la granada y explotó sin que llegara a divisar jamás al jefe de los revolucionarios, del que no llego a averiguar si procesionaba realmente o no... La virgen del Cobre, o de la Caridad, tiene tal presencia en la vida de Cuba que quiso estar presente, ella también, en el momento más importante de la Cuba moderna y ser escenario del primer atentado que, oficialmente, sufría Fidel Castro...

'Mi madre era creyente fervorosa, rezaba todos los días, siempre encendía velas a la virgen, a los santos, les pedía, les rogaba, en todas circunstancias, hacía promesas por cualquier familiar enfermo, por cualquier situación difícil, y no sólo hacía promesas sino que las cumplía. Una promesa podía ser visitar el Santuario de la Caridad y encender una vela, entregar una ayuda determinada, y eso sí era muy frecuente...'. No son palabras de un devoto sino del mismo Fidel Castro al teólogo brasileño Frei Betto, una prueba más de que los revolucionarios tenían una relación en muchos casos íntima con la venerada talla cubana. (Conversaciones con Frei Betto, página 104, puedes ver la conversación pinchando aquí)

cuba virgen cobre por Hachero

La Virgen de la Caridad es un símbolo tan potente en Cuba que inspiró a los barbudos pero también a los independentistas mambises que lucharon contra los españoles en el siglo XIX, un símbolo de 'cubanía' a cuyos pies se han arrodillado papas y jefes de estado, atletas de reconocido prestigio y gentes de toda condición, su carisma es tan grande que los cubanos del exilio tienen su propia talla, sacada de Cuba de incógnito y venerada en una ermita erigida en Miami mirando frontalmente a la isla, un referente que une a negros y blancos, a gentes de dinero y pobres de solemnidad, a los seguidores de Cristo y a los yorubas seguidores de los Orishas...

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Llego a El Cobre en un coche de alquiler y lo primero que encuentro es una celebración de santería en la plaza de la ciudad: los tambores resuenan estridentes y frenéticos, una mujer se contorsiona en círculos, otra le pasa una piedra por el cuerpo, todo indica que se procede a una limpieza de espíritu. Nada más lejos de la fe cristiana, pienso mientras tengo que desdecirme: cada 8 de septiembre miles de cubanos peregrinan a la ermita de la virgen del Cobre para rendirle homenaje, una fecha que coincide con el día de Oshun, la diosa del amor y la belleza en el panteón Yoruba, aunque Oshun es algo más y también le pega la coquetería, la sensualidad y la sexualidad femenina, amén de la fertilidad, algo que tal vez rechine en los oídos de Roma pero que confiere a la virgencita un plus que pega más con la imagen de patrona de una isla tan sensual como de hecho es Cuba.

'La religión en Cuba, como todo lo demás, es disparatada y burlona', me cuenta Ketty Castillo, periodista, escritora y una profunda conocedora de la realidad cubana. 'El sincretismo entre la religión católica y las religiones africanas ha convertido a santos y vírgenes en deidades voluptuosas, cachondonas, traviesas, iracundas, muy humanas, en definitiva. En realidad, la religión predominante es la yoruba, procedente de las religiones africanas, pero sincretizada. Hasta los que dicen que no creen van a consultarse con el babalao.'. Una mezcla de religiones en la que los extremos se escondían para no perderse y en la que la barrera entre ambas creencias quedó solapada en un laberinto de sentimientos. 'En este sentido, la Virgen de la Caridad del Cobre en el sincretismo es Oshun, la diosa del amor, la dueña de las ríos, manantiales y todas las aguas dulces, la misma que bailaba con su cuerpo cubierto de miel para atraer a los hombres. Muy promiscua, vaya...'

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Historia de la Virgen de la Caridad


Juan Moreno tenía diez años cuando encontró flotando en el mar una talla religiosa con forma de mujer que portaba una tablilla con una misteriosa leyenda: 'Yo soy la virgen de la Caridad'. Juan no iba solo: le acompañaban dos amigos, esclavos como él, sólo que Juan Moreno era negro y los otros dos indios, probablemente taínos. Pero Juan tenía algo más: una portentosa memoria. Tan es así que 75 años después fue capaz de describir minuciosamente aquel hallazgo de sus tiempos pretéritos ante toda una autoridad eclesiástica, en concreto ante el cura rector de Minas de Santiago del Prado, que quiso averiguar qué se escondía detrás de ese culto a una imagen del que hablaba ya media isla. Juan, que tenía ya 85 años, se declaró esclavo negro, lo que nos da pie a imaginar que el hombre que iba a cambiar la historia espiritual de la isla había llevado una vida de privaciones y órdenes, y que las autoridades eclesiásticas no podían evitar la propagación del culto pero sí al menos ponerle cara a su autor. Y a Juan Moreno no le falló la memoria.

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Juan declaró que él y sus amigos navegaban en una canoa en busca de sal cuando vieron 'una cosa blanca sobre la espuma del agua' y, niños que eran, se acercaron atraídos por la curiosidad, no fuera a ser un pájaro. Ya más cerca, dice Juan, los pequeños bromearon que parecía una niña pero su asombro se incrementó cuando niña no pero sí estatuita de mujer con un niño en brazos, 'y siendo sus vestiduras de ropaje se admiraron que no estaban mojadas'. El hallazgo se extendió, las autoridades de las Minas levantaron un pequeño altar, deseosos de adorar lo primero que pasara por la zona, al altar se le añadió una lámpara de cobre, al cobre devoción y a la devoción la extraña historia de Rodrigo, otro de los niños, de que la talla desaparecía por la noche pero volvía por las mañanas con los vestidos mojados. El padre Bonilla, un franciscano al cargo de las almas del lugar, supo que algo gordo se cocinaba en aquella figurita y ordenó ponerle un altar como Dios manda en la iglesia del lugar, y no en un rincón de una casa cualquiera. Pero como la fama de la virgencita crecía, el cura ordenó algo más: que le construyeran una ermita. Y cuando semejante orden estuvo dada, tres misteriosas luces brillaron durante tres noches en una loma que terminó siendo, casi que por aclamación popular, el hogar de tan devota figura. El boca a boca hizo el resto y la fama de milagrera se extendió por la región, atrayendo devotos de la cercana Santiago de Cuba pero también de la lejana Bayamón.

Durante siglos la historia de Juan Moreno parecía una leyenda y el mismo Juan una fábula pero el historiador cubano Leví Marrero consiguió encontrar en 1973 entre los legajos del Archivo de Indias, en Sevilla, la carta firmada por notario público en la que se relataba la aventura de Moreno.

Si pinchas aquí está el relato de Juan Moreno.

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La virgen de la Caridad, que entre los mineros era la virgen del Cobre, rápidamente se hizo famosa entre los cubanos por varios motivos: eso de que fueran tres niños esclavos los que la hallaron entusiasmó a amplias capas de la sociedad, que la rebautizaron como 'la virgen de los pobres'. En 1868 acudió a la ermita Carlos Manuel de Céspedes, el líder de los mambises, los independentistas cubanos que luchaban contra la corona de España, una visita y una devoción que le añadieron un título más a la virgen de la Caridad, del Cobre, de los pobres Cubanos: virgen de los Mambises, o virgen Mambisa. El general Antonio Maceo dijo que la virgen luchó a su lado en Manigua y la figura de la virgencita se fue ampliando hasta pasar de los pobres mineros del oriente de la isla a madre de la emergente nación cubana. La fama fue tan a más que en 1916 el papa Benedicto XV la nombró Patrona de Cuba, a instancias de los veteranos de la guerra de la independencia contra España, y en 1998 el papa Juan Pablo II la revistió, en su viaje a la isla, de la Santa dignidad del Vaticano, que quiere decir que recibe el refrendo de las autoridades eclesiásticas para Siempre y Jamás. Una relación, eso sí, que en los últimos años, pese a la devoción que muchos revolucionarios sentían por ella, se enfrió hasta la congelación por la tradicional desconfianza que sentían los dirigentes de la curia por los movimientos revolucionarios.

cuba virgen cobre por Hachero
cuba virgen cobre por Hachero
La devoción por la figura del cobre es tan grande que apenas hay una personalidad en la isla que no le haya rendido devoción alguna que otra vez: aquí, Javier Sotomayor, uno de los atletas más reconocidos internacionalmente
De la íntima relación de algunos miembros del clero con los barbudos dan fe hechos que a día de hoy pueden resultar desconcertantes. Corría el año de 1958 cuando Raúl Castro estrechó la mano en Sierra Maestra de Eliseo Castaño, paúl de Santiago de Cuba y capellán al fin y al cabo. Raúl había solicitado un sacerdote para que atendiera a sus hombres, dice Ignacio Uría en su libro Iglesia y Revolución en Cuba: pincha aquí. Eliseo era un sacerdote que volvió maravillado del orden y honestidad de los sublevados, según explicó en su regreso a un colectivo, el religioso, que contaba con figuras como el fraile franciscano vasco Ignacio Biain, que denunciaba la injusta realidad de la sociedad cubana desde la revista que dirigía, La Quincena. Biain se convirtió en uno de los más firmes defensores de Fidel Castro tras la revolución y la jerarquía eclesiástica, triste y contrariada, lo retiró de la revista y le prohibió predicar. En la memoria de todos estaba la intervención del obispo de Santiago, Monseñor Enrique Pérez Serantes para proteger la vida de los barbudos asaltantes del cuartel de Moncada, sobre todo de la firmeza con la que defendió al propio Fidel. Entre los guerrilleros se encontraban sacerdotes como Guillermo Sardiñas, conocido como 'el padre de la sotana verde olivo' y considerado el primer cura guerrillero de Latinoamérica...


Sin embargo, el apoyo de parte del clero cubano no encontró el mismo entusiasmo en las élites eclesiásticas y, en algún momento, la cosa se torció. Las autoridades católicas desconfiaban de aquellos tipejos que abogaban por sacudir el orden establecido y que se proponían expropiar las propiedades de los ricos para repartirlos entre los más pobres. 'La religión católica', continúa Ketty Castillo, 'al principio de la Revolución tuvo un enfrentamiento muy fuerte porque se posicionó abiertamente contra el proceso revolucionario, apoyando y dando cobijo en las iglesias a los autores de atentados'. Sobre la relación de la revolución cubana y la iglesia católica, centrado en el culto a la virgen del Cobre, despeja muchas dudas este estudio del antropólogo mexicano Félix Báez-Jorge, 'La Virgen de la Caridad del Cobre y la historiografía cubana (Dogmatismos y silencios en torno al poder y la nación'.

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Dos hechos confirmaron que la distancia entre las autoridades católicas y los barbudos sería cada vez mayor. Por un lado, la operación Peter Pan, por la que el gobierno norteamericano, en connivencia con las autoridades católicas y los cubanos en el exilio, 'orquestaron una campaña difundiendo el bulo de que el comunismo iba a quitar la patria potestad a los padres y que los niños serían enviados a Rusia para su adoctrinamiento', comenta Ketty Castillo. 'Ante este temor, miles de padres enviaron a sus hijos a los EE.UU', confiando además que la revolución duraría unos meses pero el régimen permaneció, los vuelos comerciales entre los Estados Unidos y Cuba se suspendieron y muchos de los niños terminaron siendo dados en adopción, 'y nunca más volvieron a ver a sus padres...'. El número de niños se estima en unos 14.000, muchos esperaron durante meses que llegaran sus padres para reunirse con ellos, pero no llegó nadie. La segunda acción católica tuvo mucho que ver con Juan Moreno y El Cobre: los anticastristas consiguieron, en una fecha tan temprana como 1961, sacar exiliada (ella también) una imagen de la virgen de la Caridad que se guardaba en la parroquia de Guanabo, en La Habana, después de haber sido sustraída y oculta en la embajada de Italia, para que los cubanos de Miami pudieran rezarle a su añorada patrona. La imagen de la virgen fue de campamento de exiliados en campamento de exiliados por toda la Florida hasta que en 1967 se construyó una ermita a la Caridad en el exilio. Tanta es la devoción que el arzobispo de Miami ordenó la fundación de una cofradía de la virgen de la Caridad en la Florida...

'A raíz de esos acontecimientos', continúa Ketty Castillo, 'el Estado cubano rompió relaciones con la iglesia y prohibió a los militantes comunistas que practicaran la religión católica, o lo que es lo mismo, si eras católico practicante, no podías ser militante comunista'. Sin embargo, nunca se cerraron iglesias y el culto religioso, bien fuera católico, evangelista, judío o mormón, siempre se toleró. 'Existe libertad religiosa, en definitiva, y volviendo a las religiones de origen africano, hay muchos militantes comunistas que la practican. A mí, que soy atea por la gracia de dios, el sincretismo y todo lo relacionado con las religiones africanas, que se da en muchos países de America Latina, me parece fascinante: eso de echarle ron a los santos cada vez que se abre una botella, para que no se enfaden, o decirle a un santo: como no me concedas esto o aquello te tengo a pan y agua y no te vuelvo a poner ni ron, ni fruta ni pasteles... es sublime...'.

cuba virgen cobre por Hachero

El santuario se encuentra en el punto más alto del cerro de Maboa, a 27 kilómetros de Santiago de Cuba, y a unos kilómetros de El Cobre, una construcción de principios del siglo XX que no asombra para nada a un vecino del sur de España y que podría imaginarse el edificio en cualquier municipio andaluz. La antigua ermita se había derrumbado en 1906 a resultas de la actividad propia de una mina: explosiones y excavaciones. Eso sí, el interior es otra cosa. Bajo el camarín de la virgen se encuentra la capilla de los milagros, donde los creyentes depositan todo tipo de ofrendas: hay joyas de oro, piedras preciosas, llaveros y llaves, cartas manuscritas, cadenas, ropa, muñecos, medallas olímpicas, bates y guantes y pelotas de beisbol. Entre los exvotos que se acumulan en las paredes, las urnas y las repisas deben de encontrarse los que entregó la madre de Fidel Castro mientras su hijo luchaba en Sierra Maestra. En el interior del templo las devotas venden imágenes en miniatura de la virgen, una figura de lo más kitch encapsulada en una burbuja de cristal sostenida por un remedo del altar original cubierto de restos de mineral de las explotaciones. De hecho: cobre en virutas...

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lunes, 16 de junio de 2014

Viaje a Filipinas: Maximino Rodríguez, el último de Mindanao


Las embajadas de los EE.UU, Gran Bretaña y Australia renuevan cada pocas semanas un tétrico aviso dirigido a sus ciudadanos en las Filipinas: por favor, no visiten Mindanao, no vayan a Basilan, ni se les ocurra pisar las islas Jolo. El riesgo de secuestro es tan alto que el personal de los consulados tiene estrictamente prohibido visitar esta tormentosa región y cualquier turista que se salte la recomendación pone de los nervios al personal de Manila. El peligro se llama Abu Sayyaf, una organización considerada terrorista por todos los gobiernos occidentales, responsables de asesinatos, secuestros y emboscadas en el sur de Filipinas y autores de algunas de las acciones terroristas más espectaculares del sudeste asiático. Sus objetivos favoritos son los extranjeros, occidentales si es posible, periodistas o diplomáticos si pueden elegir, cristianos sobre todo.

Al llega a la isla de Basilan los niños trepan en busca de monedas

Padre Max por Hachero

‘Pues yo llevo a Dios en cada zapato’, me asegura el leonés Maximino Rodríguez, Max para los amigos, cuando le digo que tiene a Dios de su lado. ‘Cuando yo llegué, en 1962, esto era el paraíso’, asegura abriendo mucho los ojos, como si los recuerdos se le agolparan en la mente. ‘Los bandidos, que los había, huían a nuestro paso porque les asustábamos’, recuerda con cierto pesar, ‘pero ahora.....’. Ahora el paraíso se ha trocado infierno y los avisos de las embajadas convierten el sur de Mindanao en un desierto turístico. Y, por si fuera poco, la ciudad de Zamboanga, la capital de la región, sufre una ola de misteriosos crímenes a los que nadie pone autor ni causa: les llaman ‘crímenes sin motivo’ y en la plaza principal ondea un enorme cartel con la cifra de los asesinados sin causa aparente: 260. ‘Son muchos, ¿verdad?’, pregunta el padre Max, que juraría que al pasar le habían añadido uno más. ‘Será que han matado a otro esta noche’. Pero se equivoca el padre Max porque en un rato comprobaré que el número no ha crecido: al menos en las últimas horas.

Rumbo a Basilan por Hachero

¿Qué lleva a un leonés a vivir en un lugar tan peligroso? El padre Max mira al cielo pero su mirada se topa con el techo: ‘Dios’, señala. ‘Al principio la congregación de los claretianos me envió a Basilan y allí pasé diez años pero llegó un momento en el que vivir allí se hizo completamente imposible’. Basilan, resuena el nombre en mi cerebro, Basilan, el terror de las embajadas angloparlantes, el centro neurálgico de Abu Sayyaf, escenario de sus primeras correrías, de sus luchas intestinas y de la encarnizada pelea que mantuvieron (y mantienen, dicen ciertas voces anónimas) con los cuerpos de élite del ejército estadounidense. Surgidos a principios de la década de los noventa en torno a la figura de un líder mesiánico, Abdujarik Janjalani, al que sucedió su hermano pequeño, Gadaffi, los extremistas de Abu Sayyaf se declaran salafistas, han combatido en Afganistán contra los soviéticos, en Argelia junto al GIA y mantienen lazos íntimos con Al Qaeda y Jema Islamiyya. Si quieres conocer mi viaje a Basilan, pincha aquí.

Padre Max por Hachero

Para el padre Max y los habitantes de Zamboanga, la ciudad latina del sudeste asiático, como les gusta denominarse, sus vecinos de isla no dejan de ser una pandilla de ladrones obsesionados por el dinero. Dodo es originario de Basilan y habla horrores de sus paisanos. ‘Los conozco, alguno es de mi barrio, no son más que bandidos y muy poco inteligentes’, me asegura con cierto espanto, ‘sólo son radicales islámicos fanatizados y yo no les tengo ningún miedo’, dice mientras juega a los bolos. Es usted muy valiente para no tenerles miedo, le dejo caer, pero me responde, ‘no, lo que ocurre es que no tengo un centavo y ellos lo saben...’. El padre Max redunda en la visión que todos comparten, los terroristas de Abu Sayyaf no son más que bandidos, pero el claretiano va más allá y lo relaciona con aquellos crímenes sin motivo. ‘La culpa es del dinero’, comenta el padre Max, ‘todos quieren dinero, el consumismo ha entrado con una fuerza tremenda en estas sociedades, y por eso Abu Sayyaf no se conforma ya con secuestrar extranjeros: ahora también hace kidnappings (sic) de musulmanes, empezaron pidiendo cien mil pesos (menos de 2000 euros), pero luego subieron a los dos millones... ¡¡y ya van por veinte!! ¡¡Quién tiene aquí veinte millones!! (unos 36.000 euros).

Basilan por Hachero

Algo de cierto debe de haber en esta afirmación, sobre todo si viene de un hombre que ha pasado aquí cincuenta y dos años. De hecho, las últimas víctimas de Abu Sayyaf son dos jóvenes hermanas vecinas de Zamboanga, mitad filipinas y mitad argelinas, dos cineastas musulmanas que grababan un documental sobre la pobreza del campesinado en las islas Jolo, uno de los lugares más peligrosos del archipiélago. Aunque las busca la policía sin éxito todos parecen saber dónde están, dónde han dormido y hacia dónde se dirigen. Dodo les tiene miedo a estos bandidos y utiliza el secuestro de las dos chicas como prueba definitiva: sólo quieren dinero y no les importan las reivindicaciones políticas que sí preocupan a otros grupos guerrilleros, como el Frente Moro. ‘Secuestraron a mi amigo Edgar aquí, en Zamboanga, lo metieron en una barquichuela y lo trasladaron a Jolo, donde lo tuvieron retenido hasta que cobraron un rescate de varios millones de pesos: ahora Edgar no da un paso sin cuatro guardaespaldas...’. Los miembros de Abu Sayyaf son capaces de recorrer cientos de kilómetros en pequeñas embarcaciones para encontrar rehenes: en el año 2000 llegaron hasta Borneo para secuestrar a diez turistas occidentales, en 2001 recorrieron cientos de millas para secuestrar a un grupo de turistas en la isla de Palawan y en 2004 asesinaron a 116 pasajeros de un superferry en Manila. Los intentos de rescate suelen acabar en baños de sangre y rehenes decapitados. Un horror tropical digno de Apocalypsis Now pero sin la figura del capitán Kurtz que le dé algo de interés a toda esta locura.

Zamboanga por Hachero


En estas circunstancias, vivir en el sur de las Filipinas es un ejercicio de valentía permanente. O tal vez de temeridad. ‘En España hace tanto frío como aquí calor pero al menos ya estoy acostumbrado a todo esto...’, se justifica el padre Max mientras me muestra el colegio que parece haber levantado casi con sus propias manos. ‘Cuando llegué aquí esto era un solar’, comenta orgulloso. Los estudiantes desfilan aplastados por el intenso calor y lo saludan con amplias sonrisas. Son ‘sus niños’, ‘su familia’ a decenas de miles de kilómetros de su León natal. ‘Hace un par de años estuve por allá de visita pero mi casa es esta’. Su casa pues es amplia: todo el colegio, a pesar de que ya no tiene la fuerza para viajar por este paraíso extraviado. Ahora se dedica a tareas menores, ayudar en la sacristía, recibir visitas, leer la prensa que le llega con cuentagotas desde España. Como contrapunto parece saberlo todo de su hogar de adopción. Por ejemplo: no confía en ver el final del conflicto que azota Mindanao y que va más allá de los terroristas de Abu Sayyaf, que al fin y al cabo son los últimos en llegar. El conflicto que enfrenta al gobierno de Manila, cristiano, con los terratenientes y señores de la guerra del sur, musulmanes, nos retrotrae al pasado histórico en el que las tropas españolas batallaban sin cesar con los moros del sur por cuestiones religiosas. El conflicto ha costado ya más de doscientas mil vidas desde mediados de los años setenta, cuando los musulmanes exigieron con las armas un estado propio. A base de muertos, atentados, estados de excepción y negociaciones, el inicial Frente Moro de Liberación Nacional pasó a convertirse en el Frente Moro de Liberación Islámica, del que se escindieron los traviesos orates de Abu Sayyaf, pero aquellos con una intención política que hacía posible las negociaciones para lograr acuerdos (que no llegan nunca, por cierto). Con Abu Sayyaf es diferente porque no quieren nada coherente.

padre Max por Hachero
Con el padre Max en su colegio de Zamboanga
El último proceso de paz se desarrolla ahora, un proyecto de autonomía islámica, que comenzó llamándose ARMM (Autonomous Region in Muslim Mindanao) y que ha pasado a ser conocido como Bangsamoro, un plan que espera que 2016 sea el último año de guerra. El padre Max tuerce el gesto y asegura con pena: ‘el final de la violencia no la verán mis ojos’. Y acto seguido desgrana el cúmulo de particularismos del ARMM y del proyecto Bangsamoro: la región estaría formada por tierras musulmanas, como Basilan (pero no su capital, Isabela), Maguindanao, Sulu, Tawi Tawi y Lanao del Sur. Enclaves tan liosos que, por ejemplo, la capital de la ansiada autonomía mora sería Cotabato aunque es una ciudad que está fuera de su jurisdicción porque la que debía ser capital, Zamboanga, es cristiana y se niega a pertenecer a un estado musulmán. ‘Un lío’, concluye el padre Max, que repite a modo de mantra que los acuerdos están adoptados  pero ‘el demonio está en los detalles’. Hay que hacerle caso porque este leonés no ha tenido un percance en los años que lleva allí, y eso que se nota a la legua que no es de estas tierras: alto, blanco y de pobladas cejas, el padre Max recorre en una frase mil idiomas, pasa del castellano con acento leonés al inglés con acento filipino, y de éste al chabacano con acento nativo, una suerte de castellano antiguo mezclado con frases y palabras en idiomas locales, principalmente el tagalo.

Zamboanga por Hachero

Pero cuando menciona a los amigos caídos, el padre Max parece fijar mejor sus recuerdos en castellano. Así, por ejemplo, recuerda emocionado al padre Gallardo, el filipino Rhoel Gallardo, secuestrado, torturado y finalmente asesinado en el año 2000, o a su compañero Bernardo Blanco, también español y claretiano como él, quien resiste también en Zamboanga con una actividad frenética en una lucha permanente por la paz y el recuerdo de las semanas que estuvo secuestrado por Abu Sayyaf. ‘Los secuestran y luego los liberan aunque al pobre padre Gallardo lo trataron realmente mal’, dice el padre Max con una emoción contenida. Pero se repone pronto y piensa en el Vaticano: ‘cuántos mártires han dado estas tierras que ni siquiera han llegado a oídos de Roma’, dice pensativo. Y no deja de tener su razón porque los primeros españoles llegaron a Zamboanga en 1635 pero la primera mezquita de las Filipinas data de 1380 y el mismísimo Magallanes falleció no lejos de aquí aseteado por los hombres de un cacique musulmán, el célebre Lapu-Lapu con el que todo filipino bromea cuando se encuentra un español. ‘¡Cuántas santos se han perdido porque los papeles no llegaron jamás al Vaticano!’, vuelve a lamentarse el padre Max, cansado tal vez de una burocracia tan enredosa que convierte a la española en eficiente y moderna. ‘Fíjese cuántos mártires van a beatificar ahora en Tarragona’, comenta, ‘más de quinientos, y los de aquí permanecen en una especie de limbo, dieron sus vidas y nadie los recuerda...’. Un lugar propicio para el martirio porque si no te matan los de Abu Sayyaf te puede matar cualquiera cuando caminas por la calle.

Zamboanga por Hachero
Cartel que recuerda los muertos por lo que aquí llaman 'crímenes sin motivo'
‘La culpa es de las drogas’, asegura el padre Max en relación a los ‘crímenes sin motivo’, y yo lo miro circunspecto. ‘La culpa es de las drogas’, me dice más tarde Vincent Paul Elago, concejal de seguridad en Zamboanga y, se supone, conocedor de los entresijos de la ciudad, y entonces dudo de mi primera apreciación. ‘Aquí tenemos una droga muy parecida a la cocaína que se llama shabú y estamos seguros de que estos crímenes están relacionados con su consumo’. El shabú es un excitante muy adictivo que se fuma en ambientes marginales y que provoca un agotamiento psicótico que puede degenerar en violencia sin sentido. El caso es que, por una causa o por otra, Zamboanga se enfrenta, por si no tuviera poco, a una epidemia de crímenes sin motivo. El shabú tiene posibilidades pero Vicent tiene otras conjeturas: ‘supongo que habrá de todo: crímenes pasionales que se cometan entre comunidades interreligiosas, ajustes de cuentas... Esto no deja de ser el trópico e imagine usted a un musulmán que descubre a su mujer con un amante cristiano...’. Un joven profesor del Ateneo, fue el último en caer mientras caminaba por la calle: dos jóvenes en moto le dispararon en la cabeza desde corta distancia y todavía la gente se pregunta por qué.

Zamboanga por Hachero

Zamboanga por HacheroLa última víctima de los crímenes sin motivo es un profesor de la universidad de Zamboanga, Justine, cuyo nombre está en todo el perímetro del centro educativo

El padre Max recuerda entonces las playas de Basilan, su exuberante vegetación, la sonrisa de los niños. ‘Era el paraíso’, repite y yo me digo entonces que quiero conocer esa isla. ‘Ni se le ocurra’, me dice. ‘Quitéselo de la cabeza’, me aconseja el jefe de los bomberos de la ciudad, Dominador Flores. ‘Imposible’, me espeta Vernon Padilla, capitán de los transbordadores que unen Zamboanga con Isabela, la capital de Basilan que lleva el nombre de la reina española Isabel II. Tras una tira y afloja, el capitán Padilla cede: ‘bueno, pero yo iré con usted y sólo podrá pisar el muelle: si Abu Sayyaf descubre que está en la isla habrá lío’. Me monto en el transbordador rodeado de gente que quiere acompañarme: mi primo Arnold, el capitán Padilla, un escolta privado, dos soldados del ejército, curiosos que me miran divertidos y, como colofón, un tifón que se dirige a Manila. Basilan está a poco más de una hora de Zamboanga, llueve torrencialmente y uno de los soldados no deja de observar el horizonte por si aparece una lancha con piratas. Me parece surrealista. Isabela, la capital de Basilan, se me antoja una sucesión de chabolas que no son más que un fiel reflejo de las de la isla de enfrente, Malamavi. En primera línea de costa un sinfín de casitas de madera a modo de palafitos reciben al visitante. Están intercomunicadas por planchas de madera y la pobreza es evidente e insultante. Los troncos de manglares ya extintos dan una idea de la insalubridad de la costa y del material del que están hechos los barrios. De entre los tejados sobresalen medias lunas que anuncian las mezquitas que sirven de eco a los mensajes extremistas de Abu Sayyaf.

Padre Max por Hachero

De la antigua colonia de españoles, suizos, alemanes y norteamericanos que campaban a sus anchas no queda absolutamente nadie. Si acaso algún agente de los servicios especiales norteamericanos que hicieron aquí algo más que la guerra a principios de los años dos mil. Los niños se acercan en piraguas a pedir monedas y uno de los soldados los expulsa sin contemplaciones. ‘Quién sabe que traen’, murmura. Los soldados tienen miedo. Parece que hayamos entrado en un territorio hostil. Los pasajeros bajan con tranquilidad pero a pie de muelle los soldados que me ven se asustan y temen trabajo extra: usted no puede estar aquí, me indica uno con gestos. El capitán Padilla les explica mi presencia pero me encierran en las oficinas portuarias. ‘No se asome a las ventanas, si lo ven está muerto’. Comienzo a pensar que todo es una gran broma que acabará con litros de cerveza pero recuerdo entonces los avisos de las embajadas anglófonas y sospecho que no. Tiro fotografías desde las ventanas pero los soldados me hacen gestos para que me retire. No sé si tienen miedo o pecan de prudencia. ‘A Isabela aún es posible ir pero no más allá, y aún así el riesgo es demasiado grande’. Las palabras del padre Max resuenan otra vez en mi memoria y me resigno: no me dejarán salir. El siguiente transbordador me reclama con su bocina: apenas he pasado una hora en la isla de Basilan cuando nuevamente me devuelven a Zamboanga.

padre Max por Hachero

Llegando a la isla de Basilan por Hachero

Los reportes hablan de ojeadores de Abu Sayyaf en busca de potenciales rehenes, pero también de unas fuerzas armadas, las filipinas, con muchos oficiales corruptos que, al modo checheno, venden a los rebeldes las armas y la munición que luego emplearán contra ellos. Los reportes anónimos hablan de agentes norteamericanos probando nuevas técnicas en el interior de esta isla de los demonios. Los reportes dicen una cosa y dicen otra pero lo único cierto es que en la isla predomina la pobreza y la marginación. Tal vez por eso los terroristas de Abu Sayyaf siguen siendo una amenaza palpable, presente en el ambiente, a pesar de los miles de millones invertidos por Manila y los Estados Unidos en su erradicación. Los han descabezado muchas veces pero, a modo de la legendaria Hidra, parece reponer cada cabeza cortada con dos nuevas.

Basilan por Hachero

‘Esto era el paraíso’, repite el padre Max recordando los tiempos felices, cuando llegó enviado por la Iglesia para mantener una presencia, la católica española, que se remonta a casi cinco siglos. A pesar de todo, Maximino no piensa en volver y repite su aversión al frío. ‘Ya no me acostumbro al frío, pero al calor sí...’ Sonríe cuando le digo que parecen los últimos de Filipinas, él y el padre Blanco. ‘De Filipinas no creo’, dice sonriendo, ‘pero de Mindanao sí que somos los últimos...’. Los últimos de Mindanao.

Reportaje aparecido en Interviú Nº 1952 de 23 de septiembre de 2013

martes, 10 de junio de 2014

Francisco del Puerto de Santamaría: la desconocida historia de un guaraní de Cádiz


El 20 de enero de 1516 un adolescente del Puerto de Santamaría llamado Francisco bajó a tierra recién descubierta junto al capitán de su barco sin saber que dejaba atrás su condición de cristiano para siempre y jamás. Embarcado como grumete, el joven soñaba con descubrir tierras nuevas y emular a los pendencieros que escuchaba cada día en las tabernas de su ciudad pero cuando quiso darse cuenta era prisionero de unos indios que nunca habían visto a un español y que lo vieron como todo un exotismo. Tuvo que esperar diez años para volver a ver a un paisano pero llevaba tanto tiempo viviendo como un guaraní que se sentía más identificado con ellos que con sus propios padres.

Francisco soñaba con embarcarse en una de esas naves que veía en los muelles del Puerto y de las que escuchaba ecos que contaban maravillas de unas tierras recién descubiertas. Un buen día se presentó en Sanlúcar de Barrameda, de donde tenía planeado zarpar Juan Díaz de Solís, un lebrijano que tenía fama de ser el mejor piloto español, y le pidió unirse en la aventura rumbo a lo desconocido. Francisco debió apellidarse Fernández porque no consta en la relación de tripulantes ningún otro con ese nombre, y además así lo dice el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, en su ‘Historia general y natural de las Indias’:

…y aquel río entra por muchas bocas, haciendo muchas islas y a una de ellas pusieron el nombre Isla Francisco del Puerto; porque un hombre así llamado y natural del Puerto de Santa María en España, que es a dos leguas de Cádiz, le hallaron allí en aquella isla, que le había dejado Johan Diaz de Solís, cuando descubrió aquel río, y se quedó él, siendo grumete y le habían criado los indios, y sabía ya la lengua de ellos muy bien: el cual fue útil y conveniente a los cristianos.

Un guaraní de Cádiz por Hachero

Después de escuchar exageraciones en cantinas y plazas, el joven portuense tuvo lo que tanto soñó: bordeó la costa del Brasil, conoció Punta del Este y hasta formó parte de la primera expedición occidental que navegó por el río de La Plata, al que llamaron ‘Mar Dulce’. Si lo que pretendía era vivir aventuras, Francisco superó a todos los mequetrefes de taberna: aislado en tierra desconocida, asesinados sus compañeros por unos indios que, además, se los comen, obligado a transformarse en guaraní. Una década después, otro explorador, el italiano Sebastián Gaboto, lo encuentra cuando recomponía los pasos de Solís buscando el fin del continente. El portuense, es de suponer que alegre por el reencuentro con los suyos, le confiesa que aquella zona recibe visitas de occidentales con cierta frecuencia. Así, según Gaboto, Francisco relató la llegada de una armada portuguesa al mando de Cristóbal Jacques, quien prometió volver. La vida de Francisco es un completo misterio, incluso el por qué los visitantes no se lo llevaron de vuelta. Amadeo Soler, originario de la zona donde vivió el portuense, recupera sus recuerdos en Cuentos de Sancti Spiritus.


Vivía con mis padres en el Puerto de Santa María, cerca de Cádiz y, atraído por las conversaciones que corrían acerca de la conquista de las Indias, tuve noticias de una escuadra que andaba por la costa a cargo de un renombrado piloto del reino llamado Juan Díaz de Solís. Sentía el irresistible deseo de embarcarme en algún viaje plus ultra. (…)

(…) Entramos en el gran estuario de aquel río que denominamos mar dulce, internados en el cual vimos en la costa muchas casas de indios cuyos habitantes nos hacían señas para que descendiéramos. Confiados en esas expresiones amistosas, bajamos en un lugar con la esperanza que allí encontraríamos víveres frescos. (…) No bien pusimos los pies en tierra, y sin darnos tiempo para asumir cualquier tipo de defensa, los indios se nos echaron encima ante el estupor de los que habían quedado en las naves contemplando la escena, impotentes de acudir en socorro. Ellos vieron cómo fueron masacrados en tierra sus compañeros, inclusive su capitán, y poco después se alejaron de la costa.

(…) Se apoderaron de mí y me llevaron en seguida para sus casas, de modo que no fui testigo del desenlace de aquel ataque. Según supe ahora, al encontrarme con mis ex compañeros Melchor Ramírez y Enrique Montes los indios se dieron un festín de carne humana comiéndose a los cristianos muertos. De acuerdo con lo que la tripulación pudo divisar desde lejos, en el sitio del suceso hubo apresto de fogatas y humos y algunos expresan que vieron claramente con la ayuda de catalejos el comienzo del banquete. (…) Diez años han pasado desde aquella fecha aciaga para los conquistadores y aquí me tenéis después de haber convivido con los naturales cuyas costumbres he asimilado, mientras he tratado de que ellos se aviniesen a las mías. (…) 

guaraní de Cádiz por Hachero

Gonzalo Fernández de Oviedo, en su ‘Historia general y natural de las Indias’, Madrid, Imprenta de la Real Academia de la Historia, 1852.

Amadeo Soler, Cuentos de Sancti Spiritus, hoy Puerto Gaboto, Puerto Gaboto, Rosario, 1985

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