lunes, 4 de febrero de 2013

Viaje a la India: el niño esclavo del hotel Boktoo



Estaba por todas partes. Lo veía en la cocina, llevando tiestos, o en el interior de la casa, bajando una bombona, limpiando el polvo, colocando bien las alfombras, lo veía en el jardín, regando las cuatro matas y arreglando las macetas. A veces se acercaba al salón en el que los dueños de la casa, la familia Boktoo, veían campeonatos de golf en la televisión por satélite: el pequeño entonces se quedaba fascinado con las imágenes, parecía petrificado por el mágico influjo de la pantalla, la montaña de platos que acababa de recoger del mantel pendía peligrosamente de sus bracillos hasta que algún grito le devolvía a la realidad. Volvía entonces a la cocina, uno de sus lugares habituales, cabizbajo y taciturno. El cabeza de familia, Alí, dueño de un antiguo y enorme barco de los tiempos de los ingleses en el que había montado un hotelito, lo miró con desprecio cuando le pregunté que quién era ese niño. 'No es nadie', respondió molesto, 'nadie'. Pero eso no podía ser cierto: ese niño ERA alguien, no era un fantasma incorpóreo porque la bombona que cargaba era corpórea: de hecho era demasiado corpórea. No podía ser, me decía a mí mismo, pero sí, era cierto, estaba ahí mismo, en la capital del estado indio de Cachemira, en Srinagar, me servía el arroz, me traía el pan y se llevaba los platos sucios.



Sólo en la capital del país, en Nueva Delhi, hay más de medio millón de niños como este: sirven en casas, trabajan en fábricas, mendigan por las calles o hacen cosas que no se corresponden para nada con lo que debe de hacer un niño. Dicen las ONGs que en todo el mundo pueden ser cerca de 400, cuatrocientos, millones de niños los que vivan en este estado, lo diré con todas sus palabras: son esclavos infantiles, niños esclavos.  La Confederación Española de Religiosos (Confer) lo dice de un modo muy claro: 'puede que los plátanos que comemos y el café que degustamos estén empapados del sudor de muchos niños'. Pero no es el caso que me preocupa: el chaval que arrastra la bombona no se desloma de sol a sol en una plantación de cacao ni tira machete para arrancar el fruto de las plataneras. Es uno de los siete millones y medio de menores de 15 años que la Organización Internacional delTrabajo calcula existen en el planeta como empleados domésticos forzados.


En la India dicen las ONGs que saben de esto que no cuesta mucho tener uno de estos chavales, que por mil rupias (unos 15 euros) muchos padres están dispuestos a vender a sus hijos, en parte porque les quitas un problema, en parte porque creen que los compradores les darán una vida mejor, en parte porque este mundo está podrido en grado sumo: cada año se suman a la lista del oprobio en la India nada menos que doscientos mil nuevos niños con mucho trabajo por delante. Porque el trabajo doméstico no acaba nunca: siempre hay una sábana sucia, una maceta por regar, una alfombra con polvo o un cuadro torcido. Es un trabajo sin horarios, sin descanso semanal ni, por supuesto, salario reconocido.

Y, por supuesto, se trata de un problema que excede a la India: según UNICEF 346 millones de niños y niñas son sujeto de explotación infantil y las tres cuartas partes lo hacen en condiciones de peligro. En Haití pueden ser 250.000 los niños esclavos, la mayoría de ellos en tareas del hogar o agricultura, en Camboya el 35% de las prostitutas son niñas menores de 17 años, en Brasil más de medio millón son esclavos domésticos y en Sudáfrica hasta dos millones, en Bangladesh hasta trescientos mil y sólo en la capital del Perú, en Lima, hay unos 150.000. Cifras aproximadas y extraídas tras arduas investigaciones y aproximaciones porque las verdaderas, desgraciadamente, no las sabremos nunca. En este terrorífico informe puedes saber algo más de estos millones de dramas.






Rachid es el chófer de los Boktoo, un joven simpático y lenguaraz. ¿Quién es este muchacho?, le pregunto. 'Ah, sí, es de la casa', responde con franqueza, 'ayuda, limpia, siempre está por ahí, lo trajeron los Boktoo para que no estuviera por la calle, aquí está bien, protegido, alimentado, tiene una casa y un techo bajo el que refugiarse, está bien, está bien...'. Bueno, me queda claro: el chaval es un empleado doméstico que corresponde a niño esclavo. ¿Puede salir? '¿A dónde querría ir?', responde el jovial Rachid. Claro, ¿a dónde querría ir un niño esclavo?. Por último, le pregunto su nombre: ¿cómo se llama el chaval? Rachid contesta alegre, sin saber la connotación que el nombre tiene en mi idioma. 'His name is Mojon'.

 ©José Luis Sánchez Hachero
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viernes, 1 de febrero de 2013

Viaje al Bierzo: con la Orden del Temple en el castillo templario de Ponferrada



En el año 1178 fray León Guido de Garda, superviviente de mil batallas en Tierra Santa y cuyas cicatrices hablan de la defensa de las murallas de la mismísima Jerusalem, recibe del rey Fernando II de León la ciudad de Ponferrada con la misión de proteger a los peregrinos que deseen alcanzar la muy santa ciudad de Santiago de Compostela. Fray Guido es el maestre templario que encabeza la orden, un pirado que tenía como objetivo proteger los pasos de los peregrinos y que, para ello, peinó toda la región en busca de un buen montículo donde construir una fortaleza desde la que vigilar el camino de Santiago. 





Dicen las crónicas que cuando hubo encontrado, por fin, un lugar que le convenció, un túmulo con unos restos romanos, y hasta anteriores, dio orden de comenzar las tareas pero llegó acalorado un terrateniente local, Daniel El Terrible, y les ordenó parar las obras porque aquel enclave no era digno para los templarios. El gran maestre desenvainó su espada, apuntó al Terrible y se llevó el índice a la sien mientras le decía: 'vuestra locura es la que os salva'. La anécdota, de ser cierta, resume el carácter de un guerrero medieval acribillado de cicatrices, un asesino en el nombre de Dios que poco, o nada, debió de diferenciarse de los guerreros santos que hoy salpican el mundo islámico y que tienen en su Dios la razón de cualquier locura. Aquí puedes leer algo más de Fray Guido.



La Orden del Temple fue fundada por nueve caballeros franceses en Palestina en el año 1118 con el objetivo de proteger a los peregrinos que viajaban hasta tierra santa. Su líder, un tal Hugo de Payens, la llamó Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, un nombre un tanto esotérico que tuvo poco de pobre pero sí algo del rey Salomón: en Jerusalem tuvieron su sede sobre los restos del antiguo templo de Salomón, el tan añorado por los judíos que ahora luce como la Mezquita de la Roca. 


Los templarios pronto se hicieron conocidos por los alrededores de la Tierra Santa por su manto blanco con su cruz roja y, por qué no, por la fogosidad que ponían en los combates contra los infieles. De hecho pronto se convirtieron en las unidades mejor preparadas de las que participaron en las cruzadas y algunos de los castillos que ocuparon aún pueden verse en pie, como este de Beaufort, en el Líbano. Pero, como decía, lo de Pobres Caballeros se convirtió en una verdad a medias, o mejor: en una mentira a medias porque caballeros sí eran, por aquello del caballo, pero de pobres no tenían mucho. Los miembros que no combatían levantaron una intrincada red económica que creó nuevas técnicas financieras y hasta se les puede considerar el germen del actual sistema bancario.


Pero la orden guerrera que protegía al mismísimo Dios de sus enemigos montados en briosos corceles comenzó a languidecer pasado algo más de un siglo, cuando los infieles les arrebataron los Santos Lugares, y terminaron volviendo a Europa para vengarse en los infieles patrios de las afrentas de los infieles lejanos. Acostumbrados como estaban a proteger peregrinos, se hicieron fuertes en la ruta a Santiago y dominaron la región del Bierzo durante décadas. En Ponferrada incubaron parte de su leyenda española levantando el castillo que enseñorea la ciudad y poblando de monasterios los alrededores. Pero, al tiempo, sus habilidades económicas pudieron ganarles también otros enemigos: los reyes europeos, endeudados como los dirigentes actuales (sobre todo el francés Felipe IV) con estos caballeros tan pobrecitos, se confabularon para aplastar a los barbudos de la cruz roja. Los templarios fueron acusados de sacrilegio, de herejías varias y hasta de sodomitas, sus bienes repartidos entre otras órdenes, sobre todo la de los Caballeros Hospitalarios, la orden fue perseguida con saña y sin contemplaciones hasta que terminó por desaparecer. En 2007 el Vaticano publicó el documento Processus contra Templarios, que exculpa a estos caballeros tan brutotes de toda aquella pantomima setecientos años después de exterminarlos a fuego y espada. El Vaticano y el reino de Francia fueron los que más se esforzaron en destruir a la orden, aunque el declive sucedió, una vez retirado el apoyo del Papa, en toda Europa.


Todos los años, bajo la primera luna llena del verano, Fray Guido de Garda, maestre de la orden de los Caballeros Templarios, regresa a la ciudad de Ponferrada para rubricar el pacto de eterna amistad y entregarle la custodia de los símbolos sagrados de la Tierra Santa: el Santo Grial y el Arca de la Alianza. Los vecinos de la ciudad le salen al paso ataviados a la usanza, lo que crea un clima un tanto fantasmagórico e irreal que alcanza su clímax en el antiguo castillo, donde se celebra un juicio que abre el calendario de comilonas y bebilonas al uso en la comarca. Las calles del casco histórico se llenan entonces de templarios del siglo XXI, los niños cargan pesadas espadas, los abuelos parecen salidos de la muralla antigua, el castillo se convierte en un remedo de aquellas épicas reuniones de los templarios. Al abandonar Ponferrada paro en un taller para reparar el maletero del coche: el mecánico me sorprende: es fray León Guido de Garda manchado de grasa. 'Sí, anoche presidí el tradicional acto en el castillo para recibir a los nuevos miembros de la Orden', me dice mientras busca una pieza adecuada...


 ©José Luis Sánchez Hachero
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domingo, 27 de enero de 2013

Viaje a Marruecos: en el mausoleo de Mulay Ismail de su gran palacio en Meknes



Abdul Nasir Mulay Ismail As-Samin Ben Sharif, más conocido como Sultán Mulay Ismail, dejó para la posteridad tres importantes hitos y una considerable cantidad de excesos. El primero de sus hitos, una muralla de cuarenta kilómetros de longitud que encerró lo que habría de ser la capital de su reino, Meknes. En segundo lugar, ochocientos ochenta y ocho hijos, tenidos con sus quinientas cincuenta esposas oficiales y sus más de cuatro mil concubinas. Por último, un mausoleo que poco tiene que envidiar a la Alhambra y en el que reposan los restos de este fornicador incansable y azote de sus enemigos (incluidos muchos de sus hijos, que se rebelaron contra el tiránico poder de su padre) y que es de los pocos que los cristianos podemos visitar sin que caiga sobre nosotros el consabido reproche del buen musulmán.


El lugar que eligió para descansar eternamente se llama Dar el Kabira, un enorme palacio en su Meknes imperial, tal vez para no perder de vista la gran caballeriza con capacidad para doce mil ejemplares que mandó levantar en su ciudad, o para estar protegido de la venganza de los treinta y seis mil esclavos que dicen ordenó ejecutar. Por no hablar de las cientos de niñas que parieron sus esposas y concubinas y que ni siquiera pudieron ver la luz del sol porque las ordenaba estrangular apenas se les adivinaba el sexo tras el parto (aunque hay crónicas que aseguran que tuvo trescientas cuarenta y dos hijas). El caso es que con tanta actividad lúbrica, el aguerrido Ismail tiene un lugar destacado en la historia de los hitos sexuales al poder constatar que en sólo dieciocho años tuvo setecientos hijos. Como todo es excesivo en la vida de este personaje, se dice que formó un ejército de ciento cincuenta mil esclavos, con una guardia negra de élite de 16.000 soldados, y que luchó como un jabato contra los turcos del imperio otomano, contra los ingleses en Tánger y contra los españoles en Ceuta.




Mulay Ismail fue el segundo monarca de la dinastía alauita y decía descender del mismísimo Mahoma a través de Hassan Ibn Ali, el nieto del Profeta. Mulay Ismail llegó al trono después de que su hermano, Mulay Al Rashid, se pegara un costalazo mortal al caer de su caballo: el jovenzuelo Ismail heredó entonces un territorio azotado por tribus belicosas, amenazado por sus poderosos vecinos del norte, los españoles, y por el imperio otomano, que empujaba desde la Sublime Puerta hacia todas las direcciones posibles. Ismail convirtió Meknes en la capital de su reino, una vacilada en toda regla porque hasta ese momento era Fez y podía haber elegido Marrakech, ambas localidades con mucha más entidad que la pueblerina y polvorienta Meknes. Pero Ismail quería hacer las cosas a su manera, despojándose de todo lo que oliera a pasado, y soñó una ciudad nueva, una ciudad con una poderosa kasbah, un gran zoco y plagada de palacios y edificios de impresión. Para ello incluso ordenó traer piedras de la cercana ciudad romana de Volubilis y convirtió su pueblecito en la Versalles de Marruecos. Una Versalles churrigueresca y como de película de miedo porque dicen las crónicas que ordenó colgar las cabezas de diez mil prisioneros de la incipiente muralla para intimidar a sus enemigos.


Una actividad frenética la del virilmente sangriento Ismail, y una ansiedad constante porque entre sus empeños más comentados estuvo el intento frustrado de contraer matrimonio con Marie Anne de Bourbon, la hija de Luis XIV. Las relaciones que mantenía con el monarca francés eran especialmente buenas debido a que ambos tenían un enemigo común: España, pero que no eran lo suficientemente buenas como para que el gabacho entregara a su bella hija a un rey que recibía a los cónsules extranjeros manchado de sangre de pies a cabeza. Una crueldad y un amor por la sangre que le convierten en leyenda entre los marroquíes porque fue el único que consiguió hacer retroceder a los turcos, que se vieron obligados a reconocer la independencia del último territorio islámico antes del Mar Tenebroso, y que le han hecho un hueco en la historia con el sobrenombre de 'Rey Guerrero'.


Hoy su mausoleo es accesible para los infieles, como yo, que paseamos por su interior con una mezcla de dejà vu, por aquello de la Alhambra granadina, y de contenida alegría por la oportunidad. Dicen que no es mezquita destinada a la oración sino que es simplemente mausoleo, un enorme espacio funerario formado por habitaciones muy monas y estucadas, espacios vacíos con teselas y techos muy altos, relojes de péndulo y, por fin, la tumba del monarca que, ya me parecía a mí, no es accesible para los no creyentes. Y como soy un no creyente de libro, la tumba no será para mí. Claro que esto es sólo en esta zona porque sí he estado en otras mezquitas y en otras tumbas, como esta en Turquía, de SaidNursi, esta otra del profeta que nosotros llamamos San Juan el Bautista, enDamasco, o incluso la de Jesucristo en Cachemira.



©José Luis Sánchez Hachero
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sábado, 26 de enero de 2013

Francisco de los Cobos: el poder de la Corona y el oro de América
































De cada cien kilos de oro y plata que llegaban de América, Francisco de los Cobos se quedaba uno. No está mal para alguien que nunca pisó tierra nueva. Francisco recibe en 1527 el título de Ensayador Mayor de los Metales Preciosos de la Casa de Contratación de las Indias y alcanza el premio a una vida dedicada al arte de medrar. Durante el resto de su existencia su sello validó los metales preciosos que traían los barcos y amasó tal fortuna que hasta Tiziano se dignó a retratarle. Nacido en el seno de una familia ubetense, noble pero con problemas económicos, Francisco empeñó su vida en amontonar dinero y poder. Y lo consiguió. Comenzó como ayudante de su tío, que era secretario de Isabel la Católica. De ahí a contador Mayor de Granada, Regidor de Úbeda, encargado del registro de pagos y concesiones del rey Fernando, Regidor de Granada, escribano del crimen de Úbeda, secretario de Carlos I, comendador Mayor de León, asesor real en Flandes y Alemania, miembro del consejo real y, finalmente, tanta confianza logró que fue el encargado de anunciar al mundo el nacimiento del pequeño Felipe II. Francisco fue un tipo ocurrente, campechano, el único que se ganó la simpatía de Guillermo de Croy, arzobispo de Toledo y hombre de confianza de Carlos I, un flamenco que despreciaba a todos los españoles pero que vio en el de Úbeda a una persona de confianza, trabajadora y zalamero con gracia.


            En el momento culminante de su vida recibe el título de Ensayador Mayor de los Metales, el súmmum de la riqueza porque obtenía el uno por ciento de los metales que llegaban de América antes de quintarse. Por sus manos pasa el oro y la plata de las colonias y su sello garantiza la pureza. Además, cobra tributos sobre las carnes en Andalucía y el tabaco de América, consigue la concesión de las salinas de Nicaragua y todas las minas del levante español. La ingente fortuna se evaporó en manos de sus herederos pero al menos dejó a la posteridad innumerables obras artísticas. Francisco conoció a Tiziano en un viaje a Bolonia y consiguió que el italiano retratara al mismísimo Carlos I. Cobos murió en Úbeda, viejo y enfermo, pero legó a la historia la silueta de un avaricioso que tuvo el detalle de financiar a artistas como Tiziano o Sebastiano del Piombo y legar una colección de arte tan amplia que mezclaba algunas de las mejores muestras del tesoro de Moctezuma con las de Atahualpa, regalos de Cortés y Pizarro.



Bibliografía


Carlos V y sus banqueros, Ramón Carande, Antonio Miguel Bernal, Crítica S.L Barcelona, 2004
Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo CXCVI, Número 1, año 1999, V.A., Madrid, 1999
Historia de América, Juan Bosco Amores, Editorial Ariel S.L., Barcelona, 2006



José Luis Sánchez Hachero
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losmundosdehachero@gmail.com


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