En un rinconcito de Europa,
cruzando un río llamado Dniéster, existe un país que vive inmerso en su propio
mundo, suspirando por unos tiempos perdidos ya en la memoria pero que ellos se
empeñan en mantener contra viento y marea. El país tiene una bandera que a
nadie suena, por más que pretendan darle rimbombancia con el artificio de un
nombre de leyenda: República Socialista Soviética Moldava de Trandsniestria. Un
nombre que adoptó en 1990, cuando decidió independizarse de la República
Socialista Soviética de Moldavia, un país que tampoco existía, como digo, más
allá de la fraternal comunidad de estados soviéticos y que cuando alcanzó su
vida propia perdió el Soviético por el camino. Y, como si se tratara de esas
muñecas rusas que albergan otras muñecas rusas en su interior (y que a su vez esconden
otras muñecas más pequeñas), la República Socialista Soviética Moldava de
Trandsniestria, que ellos resumen en un no menos enrevesado República Moldava
Pridnestroviana, es una nación de juguete dentro de otra nación que no parece
precisamente de adultos.
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El río Dniéster a su paso por Tiraspol, capital del Transdniester |
Porque para entrar en Moldavia
usted que me está leyendo necesitará un visado que se obtiene en el centro de
Bucarest, si es que está en Rumanía, en una embajada, la moldava, impoluta y
elegante, merodeada por personas de sospechoso aspecto y con unas oficinas
limpias y diáfanas que para nada parecen dentro de un edificio de corte tan
neoclásico. Si, como me sucedió a mí, dio por seguro que el visado podría
conseguirlo en la frontera, verá que se equivoca y que los recios soldados
entran en el coqueto compartimento decimonónico del tren (con reminiscencias a
lo Hércules Poirot) y le expulsan a punta de bayoneta al comprobar que pretende
entrar en su país sin el sello que emite la delegación de Chisinau (la capital
de Moldavia). Los soldados no se paran a considerar que son las tres de la
mañana y que fuera la temperatura anda por los quince grados bajo cero: usted
no tiene visado, usted no entra en el país, usted vuelve como pueda a Chisinau
y usted regresa con visado.
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Tiraspol tiene tranvía |
Y, matrioska dentro de matrioska,
una vez conseguido el objetivo de entrar en Moldavia hay que esforzarse
nuevamente para hacerlo en Trandsniestria. O Pridnestrovia, si aún le queda
lengua sin anudar. Chisinau (recuerden: la capital de Moldavia) es una ciudad
de ambiente pueblerino, donde se habla una variedad del rumano, las avenidas
guardan sorpresas como zíngaros que hacen bailar osos encadenados, pequeñas
multitudes de aspecto tanto eslavo como turco y una quietud muy de agradecer.
El aspecto eslavo se entiende por las tribus que se asentaron en la más rancia
antigüedad en estas tierras, tribus de rubios guerreros y pastores, vasallos de
reyes ucranianos y hasta de duques lituanos, una tierra en mitad de una Europa
desconocida para nosotros que encontró en el río Dniéster un motivo más que razonable
para abandonar su deambular nómada por esas estepas de Dios. Lugar pues de
paso, los eslavos vieron desfilar a los romanos, a los mongoles y a unos extraños
orientales que incluso asentados seguían pensando en nómada: los romaní.
Eslavos, eso sí, un tanto raros, que hablaban latín, herederos de otras tribus,
los Dacios, que poblaron la zona en la época del imperio romano y que
terminaron siendo sometidos por los hombres del sevillano Trajano tras décadas
de luchas contra las falanges de Augusto y Marco Aurelio. Lo que se dice un
pueblo forjado a base de los mandobles de la historia.
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Una abuela moldava en Chisinau |
Siglos después, el imperio
otomano, en su loca expansión por el centro de Europa, conquistó la zona nada más comenzar el siglo XVI
y dio un vuelco a los locales. Las tribus turcas, que de cuando en cuando pastoreaban la región, y
los tártaros, hoy azerbayanos, lograron subir su estatus gracias a la afinidad
de raza y religión y la zona pasó a conocerse como ‘la Besarabia’, una
provincia tributaria de Estambul que, no obstante, conservó un latín de cosecha
propia, el moldavo, hablado por una población de aspecto nórdico. Pero el
espíritu eslavo había impregnado el frío suelo centroeuropeo y la pujante
sociedad rusa de los zares plantó sus reales en Moldavia como frontera sur de
su creciente imperio en detrimento de los bajás turcos. Nadie diría que estas tierras negras, peladas, surcadas
por enormes bandadas de cuervos tengan tanto interés para las potencias más
poderosas de los libros de historia.
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Las calles del barrio gitano de Socora son así, de polvo en verano y barro en invierno |
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Pero las casas son así, mansiones construidas por ellos mismos en una extraña competición por destacar |
Pero lo tiene. Y aún hoy,
Moldavia sigue teniendo tanto embrujo de cuento como su nombre sugiere. Al
norte los gitanos han tomado las partes más altas de Soroca, en la frontera con
Ucrania, y han levantado un fabuloso barrio más propio de un delirio que de una
ciudad: mansiones que construyen con sus propias manos, en sus ratos libres,
mansiones deslumbrantes y descuadradas que contrastan con la sobriedad de las
ciudades del sur, sobre todo de la rebelde Gaugazia, una región autónoma, con
su propia policía y que aglutina a una extraña población de turcos búlgaros,
último reducto del imperio otomano en la region. Pocas zonas tienen el
privilegio de considerarse cruce de caminos con más derechos que Moldavia. Las
rutas de los antiguos dacios, las huellas de los tártaros y de los mongoles las
usan hoy traficantes de armas, de heroína, emporios de proxenetas que envían a
las walkirias eslavas a los burdeles de la Europa que gasta dinero en hundir
sus viejas carnes en estos blancos cuerpos que parecen inmaculados aún sin
serlos.
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Yo mismo en la Gagauzia |
En Gaugazia todo me parece
desolación. El paisaje es gris, la tierra es negra y no despunta ni una maldita
brizna de hierba, las nubes de cuervos me crean ansiedad y cuando un árbol se
digna a saludarme parece congelado en su negra estampa de negra vida sobre
negro suelo. En Comrat, la capital, un mural en una pared
reivindica la Gran Turquía, el sueño otomano que empezó a desvanecerse con el
empuje de las potencias rusa, británica y francesa a finales del siglo XIX.
Los pocos vecinos que se aventuran a caminar a la intemperie no parecen turcos,
precisamente, pero dentro del imperio había lugar para todos. De pronto, como
por ensalmo, una comitiva pasea silenciosa por una calle. Los miro extrañado:
un camion con la caja descubierta avanza lenta, detrás un amplio grupo lleva
velas en las manos, niños y mujeres sobre todo, también un pope. Porque los
gaugazos son búlgaros que se consideran turcos, hablan rumano y son, para
terminar de enredar la madeja, cristianos ortodoxos. Sobre la caja del camion,
un ataúd abierto deja entrever una cabeza de prominente nariz y la punta de
unos zapatos. Es un entierro y ahora entran en una iglesia. Los
sigo y disparo mi cámara con más vergüenza torera que otra cosa: es un sepelio,
me digo, se van a enfadar. Pero no, no se enfadan, el pope sonríe, me anima a
seguir tirando fotos. La gente ni me mira, la sensación es tan extraña que me
siento incorpóreo caminando entre una gente para la que no existo.
En la estación de autobuses de Chisinau (recordemos: la capital de Moldavia) conozco a Tania, una
joven que habla inglés porque estuvo casada con un libanés en Beirut. Tania
nació en Moldavia pero no es moldava: es de Transnistria y se considera rusa.
La miro bien: cierto, tiene cara de rusa, y como rusa que dice ser se siente
orgullosa de que su nación de juguete resista ante el enemigo, que es
precisamente del sitio del que vuelve ahora de hacer algunas compras. El camino
de Chisinau a Transnistria no es muy largo, alrededor de una hora, y casi que
es más engorroso el paso por la frontera que separa a la pobre Moldavia de la
enigmatica Pridnestrovia. En el paso ‘internacional’ un soldado me da una
enigmatica hoja que me permite una estancia no superior a las diez horas en el
interior del túnel del tiempo.
Porque Transnistria es un túnel
en el tiempo. Si Abjasia es exhuberante y desértica y el Nagorno Karabagh es
montañoso y frío, Transnistria es un túnel en el tiempo que te lleva a los
mejores años de la Unión Soviética. Todo parece congelado en el setenta y dos,
los soldados llevan sombreros con chapas rojas donde aún reluce brillante en un amarillo intenso la hoz y el martillo. Hago el camino en las clásicas
marshrutkas rusas, furgonetas habilitadas como minibuses, escuchando la triste
historia de Tatiana abandonando embarazada a su marido en la pecaminosa Beirut hasta que entramos en
Tiraspol, la orgullosa capital de este extraño país. Lo primero que me llama la
atención, aparte de las grandes avenidas sin apenas tráfico y el funcional
sentido de la estética eslava en forma de bloques de apartamentos grises y
monocordes, es una sucesión de montículos irregulares y de grandes proporciones
que parecen saludar al visitante. Tatiana añade su dosis de misterio: ‘por aqui
dicen que son las fábricas subterráneas del AK 47, mucha gente trabaja en ellas’… No sé si del AK47 o de
otros modelos y armamentos pero Transnistria tiene fama de puntal del tráfico
de armas internacional. Dicen que este país no es más que una pantalla de la
oligarquía armamentística rusa y que luego salen, vía Odessa, en Ucrania, rumbo
a todas las guerras que han sido y son (y las que serán, con toda
probabilidad). Desde el Cáucaso, muy cerca, hasta África Occidental, Oriente
Medio y Asia Central.
Tania no trabaja en ellas ni sabe si lo que se produce en esas fábricas, en el caso de haberlas, es tan macabro como lo que se supone. 'Yo trabajo en una oficina, soy administrativa'. Tal vez selle los papeles de cargamentos de patatas eslavas bajo las que se esconden granadas de mano, imagino en mi delirio de agente secreto de pacotilla. Lo que sí es cierto es que el lugar ha estado involucrado
en el arte militar desde hace muchas décadas. Si bien en un principio la
revolución soviética colocó al total de Moldavia en el interior de la República
Socialista Soviética de Ucrania, como república autonoma, tras los horrores de
la segunda Guerra mundial Stalin ordenó deportar a toda su población
rumana a la lejana Siberia y convertir la zona en una república independiente
dentro de los estados socialistas.
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Tumbas de los héroes de la patria caídos ante Moldavia en la guerra de 1992 |
Transnistria intentó lavar
entonces el terror que había vivido en un territorio no mayor que la isla de Mallorca.
Los rumanos, asociados a los soldados alemanes del ejército nazi, asesinaron en
los campos de concentración de la Besarabia a más de cien mil judíos, un número
que retumba en los ecos de la historia pero que no puede enfrentarse, por
imposibilidad más que nada, al de gitanos asesinados. Cuenta Isabel Fonseca en
su fantastico ‘Enterradme de pie’, que los gitanos llegaban por decenas de
miles a los campos de la Transnistria, donde eran cercados por los soldados
germanos y prácticamente dejados a su suerte en el interior de las alambradas
porque los romaní, habilidosos en su arte de supervivencia, les robaban hasta
las insignias de las chaquetas. Nadie sabe cuántos gitanos pudieron morir en
esta tierra, ni siquiera los mismo gitanos, a los que parece darles un poco
igual toda esta histeria por la historia, pero algunos cálculos hablan de más de un millón convertidos, como los
judíos, en humo y gas. Un genocidio silencioso y desconocido que ocurrió justo
aquí, en su acto principal, y del que no queda ni el más mínimo recuerdo…
Tiraspol es una ciudad muy
ordenada, limpia, con amplias avenidas, edificios de corte neoclásico en su
centro histórico y con un nivel de vida bastante bajo. Tatiana asegura que toda
una manzana en el casco histórico ocupada por un edificio clásico no debe de
superar los 25.000 dólares. Una ganga, de no ser porque no se me ha perdido
mucho por aquí y que, aparte del frío y la sospecha de una producción
desaforada de armamento, no sé qué podría hacer en tierra de rusos. Ante el parlamento aún
permanece ceñudo el líder de la URSS, Vladimir, Lenin. En la avenida principal
amarillean en grandes pósters comidos por el aire del día a día los héroes de la
nación, desde poetisas de moño soviético a cosmonautas con cara de primo
de Yuri Gagarin. En Transnistria todo es Sheriff, las gasolineras, la compañía
de teléfonos, los supermercados y el equipo de fútbol. No llego a ver el
estadio del Sheriff Tiraspol pero dicen de él que es el mejor de Europa y el
único que cumple con todas las normas de seguridad exigidas por la UEFA.
Lástima que esté en un país que no existe y que, por ello mismo, no puede
competir en el panorama internacional… Nuevamente, tras la misteriosa compañía, vuelve a cernirse la duda de las actividades internacionales de este pequeño pueblo.
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Parlamento de la República del Transdniester |
Como parte ya de la Unión
Soviética, constituida en república autonoma, el Transniéster inicia su devenir como el paraíso militar que es hoy en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Los soldados no sólo están por
las calles, disimulados de tal modo que no se les ve a simple vista: también disimulan en los monumentos y, por lo que parece, trabajando frenéticos
bajo tierra. El XIV Ejército Soviético estuvo aquí acantonado desde
1954, poco después de la ominosa expulsion de los rumanos de la Besarabia, que acompañaron a
balkarios, chechenos, circasianos, abjasios, daguestaníes y turcos caucásicos
en su deportación al centro de Asia. Otro genocidio más ideado por el dúo
diabólico, Stalin y Beria, para castigar a pueblos enteros por los pecados de
algunos de sus individuos, y que dejaron algunas naciones, como a los chechenos, reducidas en un tercio.
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Las calles de Tiraspol me recuerdan a las de mi infancia |
En 1989, el gobierno soviético de
Chisinau comienza a gestar la independencia, animado por los vientos de
Perestroika que soplan desde Moscú y del entusiasmo que se percibe al otro lado
del Cáucaso, en Georgia y Armenia sobre todo. Pero los eslavos de más allá del río Dniéster, rusos de pura cepa, deciden adelantarse a la jugada de los
rumanos y declaran la independencia el 2 de septiembre de 1990. Una decisión que alteró la tranquila
vida de Moldavia y que degeneró en una guerra de baja intensidad durante el
olímpico año de 1992. Un conflicto con poco más de 1500 muertos y con el
desequilibrio de las guerras en las que un gigante aplasta a un enano. Del
mismo modo que Abjasia y Osetia
del Sur, la Transnistria contó con la decisiva ayuda de sus hermanos mayores,
los rusos, quien, para que no quedara duda de sus intenciones, colocó allí
definitivamente a su XIV Ejército, ya no soviético sino ruso. Y al frente de ellos, el comandante
Alexander Lebed, una leyenda rusa que ayudó a las causas independentistas de
Transnistria y de Gaugazia y que aplastó a los que pedían la misma
independencia en Georgia y Azerbayan. Y sobre todo en Chechenia, donde lo
recuerdan con una mezcla de pavor y alivio porque fue el promotor de algunas
acciones poco decorosas y del fin de la primera Guerra chechena, en 1996.
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Tatiana me enseña a los prohombres (y una promujer) de su país |
Tatiana se empeña en que tomemos
una sopa de siete verduras porque fuera hace mucho frío, algo rigurosamente cierto, y
dentro del restaurante, impoluto y en la línea de cualquier local de gasolinera
de autopista, al menos entraremos en calor con el plato típico local. ‘Tiene que venir en primavera,
cuando los árboles están más bonitos y los campos estallan en una explosion de
flores’. Tatiana siente tanto su país que casi nos obliga a subir al tanque que
conmemora el fin de la Guerra de independencia, fuera o no una guerra lo que
vivieron y sea o no independencia lo que consiguieron. Tal vez en primavera tenga otro aire más acogedor y tal vez para entonces los circunspectos soldados de la frontera tengan visados más amplios que las diez horas de rigor...
© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
Vaya país "especial" el que nos unió. Me alegra leer y ver estos comentarios que enriquecen mis escasos conocimientos sobre el lugar. Como dedalera estoy buscando dedales de distintos países. Me encanta investigar y de los que supongo que jamás conseguiré alguno, busco bandera, animal, flor, traje típico, producto o riqueza que los represente.
ResponderEliminarS
gracias por visitarme.
Saludos.
gracias a ti por tus palabras!!
ResponderEliminarMuy interesante el blog y en especial esta entrada. Me trae recuerdos de hace dos años.
ResponderEliminarTambién entramos en Moldavia desde Rumania, pero no tuvimos problemas en la Aduana. Nos toco hablar de futbol y de chicas con los aduaneros ! Eso si, tuvimos de pagar el pertinente visado. Las fronteras son una loteria ...
También hicimos la incursión al Trandsniester. Cogimos el autobus en el mercado de Chisinau y partimos hacia Tiraspol.
El autobus, el decorado y los demás pasajeros de la marshrutka me recordaban la pelicula "Cortina Rasgada" de Hitchkok. Lastima que yo no sea Paul Newman ! jeje
Enlazando con otros posts que has publicado, quiza viste que en la avenida principal de Tiraspol, había la embajada de Abjazia y Osetia del Sur !
Hace poco, me lei "Educación Siberiana" de Nicolai Lilin, ambientado en Bender (1ª ciudad que se encuentra viniendo con el bus de Chisinau). Creo que puede ser recomendable ...
Pues nada, que vaya bién y muchas gracias por los posts !
Jordi
gracias a ti, jordi, este mundo es tan desconocido que podríamos pasar varias vidas descubriendo lugares que nos fascinen. Saludos!!
ResponderEliminarInteresantísimo! Parece de un comic de Tintín, sí, parece Borduria.
ResponderEliminarGracias, la verdad es que el sitio es muy extraño y desconocido...tanto como Borduria...
EliminarHola, interesante que alguién escriba un artículo así en lengua española.
ResponderEliminarMe gustaría hacer algunas puntualizaciones sobre tú atractivo artículo:
1-Si bien en Moldavia se habla el moldavo, no se puede olvidar que todo el mundo es bilingue. El Ruso y el moldavo son hablados por todos sus habitantes.
2-Dices que “En Gaugazia todo me parece desolación. El paisaje es gris, la tierra es negra y no despunta ni una maldita brizna de hierba”. Bueno te aseguro que la hierba y los árboles abundan en Gagauze. Todo parece negro porque fuiste en invierno. En primavera y verano todo es extremadamente verde y floreciente.
3- Dices que en Gagauze se habla el Turco y el moldavo. Pienso que ráramente se oye hablar en moldavo. La gente habla el Ruso y el Turco (una variación del Turco de Turquia).
Saludos desde Beirut
Hola ripnsarani: gracias por tu resputas, efectivamente, en Moldavia se habla ruso y más aún en Transniester. Lo de Gaugazia también es cierto, fui en invierno y no puedo decir cómo sería en primavera, supongo que la explosión de colorido y flores me la haría ver de un modo muy diferente. Respecto al turco y el moldavo creo recordar que es lo que me comentó la gente que conocí, pero no tengo muchos más argumentos. Te agradezco mucho tus puntualizaciones, muchas gracias!!!!
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