Guerrilleros de las FARC |
El 30 de julio de 1950 nació en el
rumboso municipio de Valledupar, al norte de Colombia, un niño que recibió el
estrambótico nombre de Juvenal Ricardo Ovidio. En su primera historia personal
sólo hay lugar para buenas cosas: estudió en el mejor colegio, frecuentaba el
club social de su ciudad, completó su formación en un colegio suizo, ya en la
capital, y de ahí pasó a Cartagena de Indias, y más tarde a la universidad
Jorge Tadeo Lozano, en Bogotá, y, como colofón a una carrera estudiantil de
postín, el alegre Juvenal cursó un master en finanzas en la prestigiosa
universidad de Harvard, en los Estados Unidos. Juvenal trabajó como asesor
financiero para el gobierno, impartió clases de historia económica y, sería
porque le quedaba alguna hora libre, dirigía una sucursal del Banco de Comercio
en su ciudad natal, recuerden: Valledupar. En algún momento de su brillante
carrera al uso, el aguerrido profesor y economista cayó en la cuenta de que las
teorías económicas que aprendió en Harvard no tenían mucho sentido en una
tierra endémica en ricos y pobres y que el reparto de los recursos que había
estudiado aún no se había producido en su tierra. Dicen las crónicas de su vida
que el joven Juvenal, influenciado por las corrientes izquierdistas de los años
setenta, comenzó a sentir de un modo radicalmente opuesto a lo que había
supuesto su formación de tantos años, e incluso de la visión del mundo que
tenía su familia, recuerden: burgueses adinerados del rumboso municipio de
Valledupar. Lo cierto es que Juvenal, antes de borrar su nombre, se enroló en
una extraña aventura, 'Los Independientes', un grupo marxista leninista que
apoyaba a la Unión Patriótica a mediados de los años setenta.
La Unión Patriótica había surgido como
grupo política de las primeras negociaciones por la paz entre las guerrillas y
el gobierno de Belisario Betancourt. Un partido político de izquierdas que
englobaba a guerrilleros desmovilizados y opositores también de izquierdas que
no habían tenido cabida en el espectro colombiano por oposición de las llamadas
élites andinas, contrarias a todo lo que oliera a comunismo. La Unión
Patriótica se presentó a las elecciones, ganó decenas de alcaldes, de
diputados, encabezó las listas de los favoritos para ganar las elecciones y
entonces, prueba de que el conflicto colombiano tiene pocas salidas pacíficas,
los grupos de extrema derecha liderados en ocasiones por grupos de
narcotraficantes, comenzaron el exterminio meticuloso y programado, un
genocidio según la definición estricta, que dice que
1. m.
Exterminio sistemático de un grupo humano por motivos de raza, religión o
política
Lo cierto es que a finales de los años ochenta, entre quince mil y
veinte mil antiguos guerrilleros y comunistas y alcaldes y diputados y
militantes y simpatizantes de la Unión Patriótica cayeron asesinados por los
grupos de extrema derecha y el proceso de paz se torció gravemente. Y más aún
habría de torcerse cuando el ejército atacó el campamento de Casa Verde.
Unión Patriótica y la Casa Verde
La llegada a la presidencia de Colombia
de Belisario Betancourt en 1982 marcó un giro a la estrategia del gobierno en su
lucha contra las guerrillas. Después de años de lucha urbana y rural, Betancourt
tenía ideas nuevas. Creía en la negociación con todas las partes del conflicto,
estuvieran en los montes o se escondieran en las ciudades. Con él se iniciaba
un periodo de gobiernos democráticos que alternaban el palo y la zanahoria. El
Comandante Raúl Reyes, que se convirtió en mi anfitrión en plena zona del despeje, recordaba aquellos tiempos con algo de nostalgia. ‘Ya en el ochenta y
cuatro avanzamos algo, siendo presidente Belisario Betancourt, y firmamos los
acuerdos de La Uribe, que no tenían mucho de fondo, eran más bien una intención
de trabajar por los objetivos de la paz. Entonces la situación en el país era
distinta, había más desarrollo y menos pobres, menos criminalidad, la situación
era mucho más tranquila, pero salió Belisario y los presidentes que lo
siguieron no continuaron con los diálogos hasta el punto de que César Gaviria
lo acabó del todo cuando bombardeó Casa Verde’. Ni guerrilleros ni políticos
encontraron un punto común que equilibrara sus deseos de eliminarse mutuamente.
El tácito alto el fuego permitió a las huestes de Marulanda atrincherarse en un
nuevo santuario, una continuación truncada de Marquetalia y un precedente de la
zona del despeje del Caguán y de las actuales negociaciones, una zona de
encuentro de líderes guerrilleros de todos los grupos armados y un laboratorio
de ideas para encontrar un término al conflicto.
La predisposición del gobierno Betancourt
a la negociación propició que las FARC, y otros grupos guerrilleros, como el
EPL, parte del ELN o el M-19, firmaran un alto el fuego. Como muestra de buena
voluntad, el comité ejecutivo de las FARC da forma en Casa Verde a un partido
político, la Unión Patriótica, que habría de presentarse a las elecciones
democráticas. El alto el fuego tuvo un tanto de opereta porque ningún grupo se
avino a entregar las armas. El ejército consideraba que sin armas no había
tregua y siguió hostigando a los guerrilleros en sus escondites. Los
guerrilleros no soltaban su arsenal porque no se fiaban de los militares y se
mantenían fuertes en sus territorios. Además, la ejecución de muchos
guerrilleros desmovilizados del M-19 y de los maoístas del EPL confirmaba que
la apariencia legal que el gobierno les concedía no era sino una excusa para
hacerlos salir a la luz y exterminarlos. Los antiguos sublevados eran cazados
en las ciudades por escuadrones de la muerte que conocían sus señas gracias a
la candidez de los reinsertados. El gobierno les prometía sueldos y borrar sus
historiales a cambio de fijar sus domicilios y volver a la vida civil. Por si
fuera poco, la UP, el partido de la guerrilla, obtuvo el mayor éxito electoral
de la izquierda en Colombia de toda su historia. Un avance modesto pero que
puso en el punto de mira a los parlamentarios y políticos ligados a los
sublevados. En 1987, las FARC pasan nuevamente a la acción y anuncian la
ejecución de un comando de antiguerrilleros, lo que supone el entierro formal
de una tregua que nunca fue tal.
El gobierno de Virgilio Barco, que
recogió el testigo de las manos de Belisario Betancourt en 1986, estalla
entonces en cólera y anula sus primeras buenas intenciones. Barco pretendía
seguir la línea de diálogo de su predecesor, luchar contra el desempleo y la
pobreza pero el país había entrado ya en barrena. La ola de secuestros no
respetaba a nadie, los guerrilleros afinaban cada vez más sus acciones y, por
si la situación no era lo suficientemente conflictiva, el mayor de los capos
del narcotráfico, Pablo Escobar, le declara la guerra al gobierno. El narco ya
había hecho su aparición en la escena nacional años atrás, incluso antes de que
ordenara eliminar al candidato liberal a la presidencia del país, Luis Carlos
Galán, en 1989. Los coches bombas se hicieron portada frecuente de diarios, los
sicarios de Medellín alcanzaron una triste fama universal. Pablo Escobar, que
había visto truncada su carrera política por su descaro con el negocio de la
cocaína, trató incluso de colocar a su candidato en la presidencia de la
nación, Carlos Pizarro, pero lo asesinaron sus antiguos socios del MAS. Lo
curioso de este lío de sangre y muerte es que Carlos Pizarro había militado en
el M-19 antes de aliarse con el narcotraficante, quien a su vez estaba aliado
con los paramilitares, quienes a su vez terminaron matando a su hombre de paja.
Y para rizar el rizo, Pablo Escobar simpatizaba con las ideas de las guerrillas
y se veía a sí mismo como un hombre liberal.
En este contexto, el gobierno de Virgilio
Barco consigue que los guerrilleros del M-19 y los del EPL (Ejército Popular de
Liberación) firmen un alto el fuego que termina prácticamente con estas dos
formaciones, pero no llega a ablandar la fibra sensible del ELN y de las FARC,
así que ordena perseguir a los guerrilleros y a los narcotraficantes allí donde
se les encuentre. El 9 de diciembre de 1990, con un nuevo presidente ya en el
poder, César Gaviria, el ejército lanza una de sus mayores operaciones de
exterminio, la aniquilación de la cúpula de las FARC en su escondite de Casa
Verde. 40 aviones y helicópteros y un despliegue de las fuerzas armadas como
nunca se había visto antes bombardeó y ametralló el pequeño municipio de Casa
Verde durante trece horas. Toda la región fue peinada a balazos y la ofensiva
por sorpresa del ejército concluyó con un estrepitoso fracaso de los militares.
No sólo no consiguieron eliminar a la cúpula guerrillera sino que los subversivos rugieron con rabia, considerándose traicionados por un gobierno que
les había ofrecido unirse al proceso constituyente junto al resto de grupos
armados.
‘No obstante, nosotros siempre hemos continuado buscando
los diálogos, incluso después fuimos a Caracas y luego a México’, afirma el
Comandante como muestra de buena voluntad. Pero al recordar Casa Verde, su
gesto se endurece. Ante la oferta de formar parte de la solución, y no del
problema, ‘los negociadores del gobierno y los de las FARC pidieron hacer
consultas con sus direcciones y cuando vinieron los nuestros, como coordinadora
Simón Bolívar, que aglutinaba EPL-ELN-FARC, el gobierno de Gaviria decidió
cancelar las negociaciones y ordenó la guerra total contra el pueblo. Ante esa
situación, las FARC decidió no dialogar más con Gaviria, aunque ya veríamos con
su sucesor’. La cúpula guerrillera respondió del mismo modo y declaró la guerra
total al gobierno. Para que no hubiera duda, desencadenó también la mayor
ofensiva de su historia, con frentes abiertos en todo el país.
Colombia vivió un nuevo punto de
inflexión. Otro más. A la guerra que ya campaba en gran parte de su territorio
se habían unido los enfrentamientos entre diferentes cárteles de la droga,
entre paramilitares y narcos, y también entre paramilitares y guerrilleros,
quienes a su vez se enfrentaban a los militares y también a los
narcotraficantes. La ola de secuestros despeinó la cordillera andina, los
coches bombas fueron paisaje habitual de las primeras planas de los periódicos,
la producción de cocaína inundó el país de dólares frescos y de millonarios
temerosos y la cosa se terminó de torcer.
Simón Trinidad
Simón Trinidad, decepcionado por estas
matanzas y lo que consideraba un sabotaje descarado y brutal del gobierno y de
sus paramilitares da una vuelta de tuerca y se radicaliza descontroladamente.
Primero robó del banco que regentaba treinta millones de pesos, pesos de los
años ochenta, que valían algo más, y
algo más: una lista de los millonarios de la región para usarla como directorio
de secuestros y extorsiones. El alegre y aguerrido Juvenal pierde el nombre en
esta transformación y cambia el enrevesado y prestigioso que le dieron sus
padres: Juvenal Ricardo Ovidio Palmera Pineda por un más poético Simón
Trinidad, en homenaje al Libertador que tantas pasiones despierta en toda
Latinoamérica: Simón Bolívar. Trinidad, olvidado ya Juvenal, multiplica las
acciones en su región natal hasta convertir su ciudad, Valledupar, en la mayor
tasa de plagios del país, desaparecen empresarios a manos de un misterioso
frente 41 de las FARC, desconocido antes de su irrupción en el mundo guerrillero,
llueven cartas extorsivas, y con ellas surgen grupos de autodefensa,
paramilitares armados que ejecutan izquierdistas por las noches y en las
esquinas. Simón Trinidad sube como la espuma en la guerrilla, es un tipo
apuesto, enérgico, tiene estudios y las ideas muy claras, proviene del enemigo
y sabe dónde darles y cuándo y lo que más le duele: es el maná que esperaban
las FARC. Trinidad, o Juvenal, o el burgués de la guerrilla ahora comanda el
frente 19 en la Sierra Nevada de Santa Marta, luego le ven en el Frente Caribe,
sus acciones se multiplican y a finales de los noventa se ha convertido ya en
el número 3 de la organización.
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En la zona del despeje, que concedió en
2001 el presidente Andrés Pastrana, Trinidad se convierte en uno de los líderes
de la negociación. Con su imponente presencia y su aire de diputado de derechas
lo mismo trataba los catorce temas de la guerrilla (sanidad, educación, lucha
contra la pobreza, etc) que amenaza con derribar cualquier aeronave que se
atreviera a fumigar los cultivos de amapola o de coca al sur del país. Mi encuentro con Trinidad no pasó de una promesa de entrevista que nunca me concedió, un apretón de manos que me dejó medio manco y el recuerdo de un tipo que podría pasar por líder del partido conservador si llevara corbata y pantalón de pinzas. Pero el
fin de las negociaciones actuó como un vendaval para la cúpula de las FARC y a
principios de enero de 2004 Simón Trinidad cayó en las manos del ejército en
Quito, en Ecuador, donde tenían un santuario nada disimulado y demasiado conocido por demasiada gente. Curiosamente el mismo
país en el que murió el comandante Raúl Reyes, sólo que este fue dado de baja
junto a la frontera, lejos de la capital donde cayó Trinidad. Su última imagen
dio la vuelta al mundo, el enérgico Juvenal, el guerrillero Simón, Trinidad
como aglutinador, esposado y calvo, perdido su bigote, conducido por militares fuertemente armados rumbo a los Estados Unidos, extraditado como
supuesto extorsionador y narcotraficante, gritando vivas a las FARC, su poderoso cuello
de toro en tensión y su torso de atleta a punto de explotar, mirando fijo a las
cámaras de las televisiones de todo el planeta. Desde entonces, Trinidad, el
burgués de la guerrilla, esté en prisión, condenado a sesenta años, pero no por narcotraficante (un juicio que no prosperó) sino por el secuestro de tres ciudadanos norteamericanos. La venganza
del presidente Álvaro Uribe, el enemigo número 1 de las FARC, se había
sustanciado: su detestado oponente se pudriría en una prisión de aquel país que
tanto odiaba y que lo había formado décadas atrás en el conocimiento de esa
economía que le había cambiado la vida dos veces.
© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
Buena nota sobre los procesos de paz que ha tenido el estado con las guerrillas,narcos... Me sorprendió un poco conocer el vinculo que tubo Pizarro con Escobar en fin de lo que se entera uno por la red felicitaciones por la nota.
ResponderEliminargracias, es triste pero es así, los enemigos tienen momentos comunes...
EliminarInteresante punto de vista! Una parte de la historía colombiana que jamás había conocido! Gracias!
ResponderEliminarmuchas gracias, un saludo!
EliminarHola, un artículo bastante completo y a mi parecer imparcial. Sólo dos puntos: La aseveración de la cercanía de Carlos Pizarro con Pablo Escobar el algo que en Colombia sólo se ha escuchado por voz de Carlos Castaño. quien en su libro afirma que hubo una reunión donde sólo asistieron, Carlos Castaño, Fidel Castaño,Pablo Escobar, Rosemberg Pabón, Pizarro y Popeye. De los contados sólo dos viven, Pabón y Popeye. Yo verificaría un poco antes de lanzar esa afirmación. Segunda, Ricardo Palmera alias Simón Trinidad no fue condenado por narcotráfico, esto jamás pudo ser probado,los 60 años fueron por "secuestrar" a los norteamericanos que eran contratistas del gobierno americano realizando labores de inteligencia en territorio colombiano. a todas luces un preso político como pondrán a Assange el día que resuelva dejar la embajada ecuatoriana.
EliminarSaludos
Es cierto que la afirmación más conocida de que Pizarro y Escobar tuvieron una relación viene de Carlos Castaño y que, por venir de donde viene, no es una fuente muy fiable, pero no es la única y estoy seguro de haber leído acerca de los vínculos entre Escobar y el M19 en El Tiempo (en cuanto encuentre la fuente de la que bebí te la remito). De todos modos, es cierto que resulta difícil de digerir que Pizarro y escobar tuvieran una relación de cualquier tipo (aunque en mi querida Colombia la ficción siempre supera a la realidad). Respecto a los cargos sobre Simón Trinidad, tiene usted toda la razón y Trinidad encaró juicio por narcotráfico pero no prosperó y 'tan sólo' fue condenado por secuestro, algo que corrijo a toda prisa. Muchas gracias por tu aporte!!
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