lunes, 20 de febrero de 2012

Viaje a Colombia: las pinturas rupestres del Amazonas



El avance del ejército colombiano en su lucha contra las FARC deja al descubierto la enorme riqueza de un país desconocido incluso para sus propios ciudadanos. Escondidos en el departamento del Guaviare, una selvática región que saltó a la fama por ser la cárcel de Ingrid Betancourt, pinturas rupestres y ciudades naturales de piedra aparecen ahora a los ojos de los primeros turistas. Durante décadas, también ellas estuvieron secuestradas.

La Lindosa, hasta hace poco tiempo en manos de las FARC, ofrece sorpresas inesperadas: pinturas rupestres
Sólo están a 40 kilómetros de la capital del departamento pero la guerra las colocó a años luz. La mayoría de los vecinos de San José del Guaviare ha oído hablar de los pictogramas que 'alguien' dibujó en unos montes cercanos, pero la zona, en poder de las FARC durante medio siglo, era otro mundo. Un mundo prohibido apenas a una hora de distancia. San José es una ciudad nueva, formada por los descendientes de los colonos que ocuparon en el siglo XIX una amplia región de selva para huir de la pobreza de los Andes. Hoy, sus calles rectas, paralelas al caudoloso río Guaviare, tributario del Orinoco, adquieren un colorido inusitado. Por una avenida desfilan los Nukak Makú, últimos representantes de una etnia de nómadas de los que apenas sobreviven doscientos individuos. Por otra calle aparecen los guayaberos, los primeros habitantes de la región, hoy andrajosos y pedigüeños. Entre ellos, una mezcla de razas andinas y occidentales, cazadores de pieles preciosas al principio, cultivadores más tarde de marihuana y hoja de coca, hoy intentando recolocarse como ganaderos y comerciantes.

            

























Tras una hora de camino a bordo de una ranchera, llego a  la serranía de La Lindosa. La carretera es inexistente y en tramos aprovecha asfalto natural que espontáneamente brota en algunas canteras. 'Todo lo que usted ve, antes era coca', comenta un campesino que vive a los pies de la montaña de los pinturas. Hoy es pasto, vacas y jungla. Y coloritos, unos microscópicos y libidinosos bichitos que buscan con ahínco la entrepierna para hacer nido y parasitar. El entorno es, además, inquietante. La selva amazónica deja paso a caprichosas formaciones geológicas de piedra precámbrica de aspecto fantasmagórico. Una extensa superficie rocosa crea el lecho de un río que los locales llaman 'Los Pozos', con huecos de los que se desconoce la profundidad, muy frecuentados por los domingueros para tomar arriesgados baños. A pocos kilómetros de las pinturas, la naturaleza ha esculpido también una ciudad de piedra con calles rectilíneas y rocas que parecen casas congeladas en el tiempo. Incluso hay aceras y calzadas de hierba, túneles que parecen tallados a mano, escaleras naturales.

            
















Elcamino a los pictogramas es difícil y escarpado. De la maraña de árboles y arbustos salen unos terroríficos gritos. 'Son micos', sonríe el joven guía hijo del campesino. Pero el premio es mayúsculo. Pintado en una pared irregular, a cuyos pies se extiende una pequeña superficie, un mural rupestre permanece olvidado del mundo. El deterioro es evidente: sobre uno de los dibujos más bajos alguien ha escrito su nombre a tiza, puede que la dejara algún guerrillero aburrido en una de sus guardias. En algunos rincones, la pintura se esparce sobre la pared perdiendo las figuras y hasta el rojo predominante: ahora sólo manchas rosadas dejan adivinar que en otro tiempo hubo un dibujo. Algunas piedras han caído desde las alturas. El suelo está lleno de fragmentos rotos, algunos coloreados. Marcos Baquero es concejal del ayuntamiento de San José. Asegura que hay más en otros lugares de la serranía. 'En algunos de ellos si excavas en el suelo, encuentras restos de vasijas: yo lo he hecho'.

    A los pies de la serranía se encuentra Nuevo Tolima, una aldea que ha cambiado la hoja de coca por la esperanza del turismo. 'Estuvo aquí una investigadora de Bogotá y dijo que las hicieron los indígenas hace mil quinientos años, de pronto más', cuenta José Frei, el presidente de la comunidad, 'pero sinceramente, no tenemos ni idea'.  Los primeros indicios apuntan a una antigüedad de mil años. Hay quien dice mil quinientos, pero la falta de estudios concluyentes deja en el aire a la misma historia. Lo único que parece seguro es que las realizaron tribus amazónicas, probablemente cazadores recolectores precolombinos en el transcurso de alguna expedición, y que no son las únicas. Las más conocidas son estas, conocidas como las del Raudal del Guayabero, pero hay otras en un paraje conocido como El Dorado. Todas realizadas con pigmentos minerales en pequeños abrigos situados a una altura que no supera los veinte metros. Las pinturas rupestres de La Lindosa forman parte de un extenso tapiz de pictogramas que se extiende por toda la Orinoquía, penetra en la Amazonía y resulta perturbador para el europeo, que enarbola Altamira y Lascaux como prueba irrefutable de la superioridad pictórica de sus ancestros. Las pinturas se completan con otros hallazgos en el cercano parque nacional de Chiribiquete, aún en poder de las FARC, y descontextualizan una sucesión de murales probablemente relacionados entre sí.



Los dibujos demuestran que los artistas mantenían una constante espiritual con sus colegas de ultramar: figuras de animales, manos abiertas que parecen atraparlos, siluetas antropomórficas. Representaciones mágicas que debieron ayudar en la psiquis de los cazadores en sus tareas de rastreo y muerte. Junto a ellos, ideogramas, espirales y mallas, a modo de corrales, argollas, preparativos para la propia caza. Algunos parecen superpuestos, lo que lleva a pensar en una gran hoja sobre la que pintaban grupos distintos, incluso generaciones diferentes, una gran pizarra sobre la que los cazadores preparaban sus batidas. Sobre el lienzo rocoso desfilan dantas, lagartos, lapas, jaguares, ciervos, solos o en grupos, algunos parecen danzar en corros. Un animal parecido misteriosamente a un canguro parece saltar de una viñeta a otra, una serpiente avanza hacia a algo parecido a una jaula, otra imagen recuerda a un conjunto de vasijas ordenadas sobre una alfombra. Un sol alumbra una parte del mural, junto a una tupida red que pudiera tratarse de una huerta se levanta un conjunto de casas, cerca hay algo similar a un río. Sobre la figura de un ciervo un hombre con los brazos abiertos salta y asusta a su vez a un mono, que huye hacia el cielo. Un laberinto recuerda a ciertas joyas que aún elaboran los artesanos indígenas. Misterioso, un conjunto ordenado de puntos se deshace azotado por las inclemencias meteorológicas: de lejos recuerda a la misma lluvia. Cerca, un ave se antoja entonces mojada y ridícula elevándose al más allá. Un pájaro nos saluda educado, en pie, formal. El moho se ha adueñado de una parte de las pinturas, deformándolas. 'Eso es lo que queremos', continúa José Frei, 'que vengan los turistas, que miren los dibujos y se imaginen cosas'. Aunque los vecinos no conocen la historia de los pictogramas, en parte porque forman una sociedad de campesinos desplazados de otras regiones por la violencia, sienten cierto temor por las consecuencias del turismo, al que no dejan de ver como una profanación. 'De pronto son muestras religiosas de los indígenas y no es apropiado que vengan visitantes', comenta José Frei, 'pero la situación económica es tan difícil que vemos con ilusión que alguien venga a verlas', confiesa finalmente con esperanza.





 © José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com





jueves, 16 de febrero de 2012

viaje a Armenia: revisionistas, supremacistas y holocaustos

Erevan, capital de Armenia, veterano de guerra ante bandera armenia

Avigdor Lieberman es el líder del partido Yisrael Beytenu, un extremista de derechas nacido en la capital de Moldavia, Chisinau, o Kishnev (así se llamaba cuando nació el señor Lieberman, en tiempos de la Unión Soviética) que hoy ocupa el puesto de ministro de asuntos Exteriores de Israel. El señor Lieberman asegura en estos días que 'la tragedia del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial es incomparable con cualquier otra tragedia'. El señor Lieberman atesora, de modo infantil y egoísta, un concepto que no tiene nada de envidiable: el del Holocausto. El señor Lieberman, conocido por su extremismo político y su racismo antiárabe, piensa, en su delirio, que el sufrimiento, además del recurso a la fuerza justa y bendecida por el Altísimo, pertenecen tan sólo a su pueblo, al judío, y que las demás desgracias no merecen ni siquiera esa consideración, la de tragedia. 

¿Y por qué dice esto el señor Avigdor Lieberman?

Porque el senado francés ha concluido una ley que prevé un año de cárcel para cualquiera que niegue el genocidio armenio, ocurrido en dos tandas, a finales del siglo XIX y, sobre todo, en 1915, cuando pudo morir alrededor de un millón y medio de armenios. Y Avigdor siente horror de pensar que la tragedia de su pueblo pueda extenderse a otros pueblos, esos que él considera infrahumanos (porque no hay más humano que el judío)

armenios en Erevan

'Los intentos de convertir los conflictos y masacres en África, Asia y los Balcanes en otro Holocausto son inaceptables. Ningún otro país que Francia ha reconocido el Genocidio Armenio por ley. Hoy en día los incidentes históricos se han convertido en disputas políticas. Es por eso que no consideramos que sea adecuado para Israel, hacer frente a este problema', ha declarado a la prensa de Azerbayan el señor Lieberman. Porque el señor Lieberman tiene una gran relación con Azerbayan: recordemos, el enemigo número uno de la actual Armenia (Turquía ha quedado reducido a un enemigo histórico y confuso en las páginas de la historia). Avigdor Lieberman trabajó algún tiempo como locutor en Bakú, capital azerí, un país enfrentado de manera atroz con Armenia a resultas del conflicto por el Nagorno Karabagh que tantas muertes causó en la década de los noventa.

Si la negación de un crimen tan atroz como el intento organizado de exterminar a un pueblo en virtud de su origen, en este caso su religión y raza, es despreciable, mucho más lo es cuando proviene de un judío, el pueblo exterminado por excelencia.

¿O en lugar de por excelencia debería decir con exclusividad?

Dice el señor Lieberman que el Holocausto sólo les es aplicable a ellos porque el sufrimiento judío es único e irrepetible.

Y sin embargo, yo he visto ese sufrimiento otras veces: incluso en los árabes que molestan tanto al señor Lieberman. En los armenios, en los tutsis, en los camboyanos. Aunque sean cristianos unos, negros otros, asiáticos los últimos. Claro que en la mente de un suprematista, de la nacionalidad que sea, el sufrimiento ajeno es incomprensible. 


Pondré un ejemplo.

En enero de 2012 la editorial boliviana Casa de Tharsis publicó la versión on line del libro 'El Holocausto bajo la lupa', del alemán Jürgen Graf (El Holocausto bajo la lupa), un conocido revisionista alemán que ha paseado sus polémicas teorías por medio mundo mientras huía de la justicia helvética. Graff asegura que el Holocausto judío se ha inflado hasta alcanzar unas cifras irreales que poco favor hacen a los defensores de la tragedia del pueblo hebreo. Graff ha pagado con la cárcel sus teorías y se ha visto obligado a desterrarse en lugares tan polémicos como Bielorrusia o Irán, donde sus enseñanzas encuentran terreno abonado.

Todos coinciden en que el señor Graff es un bocazas que trata de minimizar una tragedia como fue el Holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial.

¿Qué debemos pensar, pues, del señor Lieberman, que es nada menos que un ministro, ¡y de exteriores!, del gobierno israelí? Uno esperaría cierta complicidad, la de los pueblos que han sido perseguidos hasta el exterminio, la solidaridad de las víctimas entre sí, porque han sufrido experiencias similares y se encuentran reflejados los unos en los otros. Claro que pedimos que un hombre que desea bombardear hasta la destrucción total la capital de Irán, Teherán, la presa de Aswan o a su vecina Beirut, modere su lenguaje y reflexione sobre el sufrimiento ajeno.

Para ser justo, la Knesset, el parlamento israelí, ha discutido mucho sobre la posibilidad de reconocer el genocidio que sufrió el pueblo armenio, y sigue discutiendo un anteproyecto de ley que podría suponer un primer paso. Es decir: la actitud del ministro de Exteriores no es una actitud oficial. Hablamos de un acto justo, en esencia, porque reconoce que una de las comunidades más importantes de la ciudad Santa, que posee un cuarto del casco histórico de Jerusalem, sufrió una iniquidad que la coloca a la misma altura que el terrible sufrimiento de los judíos asesinados por Hitler.


¿El problema es la palabra Holocausto? 

Dice el diccionario que significa lo siguiente:

1. m. Entre los judíos, sacrificio religioso que consistía en la cremación total de un animal.
2. Sacrificio que hace una persona en beneficio de otras.
3. Gran matanza de seres humanos


Los armenios lo aceptan y colocan su propia definición de la Gran Matanza: Medz Eghern. No desean discutir por una palabra. Pero en la mente del señor Lieberman existe otra razón, mucho más práctica. Turquía es una gran potencia regional y los turcos no están dispuestos a reconocer que sus antepasados, los tres Pashás, ordenaron una matanza de tal calibre. Prefieren que el tiempo transcurra y que los armenios, desperdigados por medio mundo, olviden lo que les ocurrió a sus antepasados. Prefieren sembrar la duda sobre los oscuros episodios que costaron la vida a tantos cientos de miles de civiles desarmados e inocentes. Prefieren que caiga en el olvido las deportaciones a través de los desiertos de la Anatolia, de Siria, los ahogamientos en el mar Negro y en los ríos que animaron a las primeras civilizaciones. Y el señor Lieberman prefiere olvidar a los muertos armenios, viles cristianos al fin y al cabo, y acaparar palabras, conceptos y sufrimientos: y todo con la peor de las excusas: las buenas relaciones comerciales con un socio poderoso.

¿Debería España, en virtud de su creciente dependencia de la economía alemana, comenzar a seguir la senda del profesor Graff y negar que los nazis asesinaron a los judíos? ¿Deberíamos recuperar las tres acepciones del diccionario castellano de la palabra Holocausto para rechazar el recuerdo de los asesinados en aquellas cámaras de gas? ¿Pedimos que les denominen Gran Matanza porque Holocausto nos recuerda a Yahvé conversando con Abraham? ¿Deberíamos monopolizar nosotros el sufrimiento, considerar sólo muertos dignos de recuerdo a los caídos en la guerra civil española? ¿Qué hubiera pensado el señor Lieberman si Roosevelt hubiera descartado intervenir en la Segunda Guerra Mundial por mantener sus excelentes relaciones comerciales con la Alemania de Hitler?

¿Conocen el río Éufrates? Según relata Robert Fisk, el corresponsal del diario británico The Independent en Oriente Medio, 'fue tan grande la matanza cerca de la ciudad de Erzincan que los miles de cadáveres lanzados al Éufrates formaron un dique que modificó centenares de metros el curso del río'. El desvío es aún visible hoy. Caravanas con miles de armenios cautivos fueron asesinados en las riberas del Éufrates, mayoritariamente mujeres y niños, hasta un nivel tal que el río quedó atorado y cambió su curso en un tramo de seiscientos metros.  ('La Gran Guerra por la civilización', publicado por Círculo de Lectores). 

Hay miles de pruebas y testimonios.


‘Alrededor de 15.000 armenios de Erzindjan y distritos aledaños fueron, en su mayor parte, ahogados en el Éufrates cerca de la garganta de Kemagh; los armenios de Baiburt sufrieron también el mismo destino en el río Kará Su, un tributario del Éufrates...’ ‘Más de 30.000 armenios fueron asesinados en Erzingá. Enterraron vivos a mujeres y niños. Centenares de mujeres murieron ahogadas al arrojarse al Éufrates...

(Telegrama de Henry Morgenthau, embajador de los EE.UU en Damasco, 1915)

‘Supimos de un grupo que, cuando dejaron Jarput, eran 5.000, sólo llegaron a Alepo 213. Cuando partieron habían de todas las edades y de ambos sexos. Fueron hacia Alepo siguiendo el curso del Éufrates. Cuando llegaban a los ríos que cruzaban el Éufrates, los hombres fueron ahogados y sus cuerpos arrojados al agua...’

(Informe de M.W Frearson, directora del orfanato norteamericano Aintap dirigido a El Cairo en septiembre de 1915)

Todos estos documentos y otros muchos más pueden encontrarlos en el libro 'Turquía, Estado Genocida (1915-1923), Documentos, Volumen 1 (el libro on line). La bibliografía sobre el genocidio armenio es tan amplio como los intentos del gobierno turco de silenciarlo y de los lenguaraces, como el señor Lieberman, en descalificarlos.


armenios en Erevan
Para conocer algo más sobre el genocidio armenio, esta es mi visita al Museo del Genocidio, en Erevan: Museo del genocidio




 © José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com






lunes, 13 de febrero de 2012

Guatemala y la farisaica lucha contra la droga


En cierta ocasión me comentó un ministro de justicia de Colombia, del que me guardo el nombre, que la única solución para el problema de la droga era la legalización internacional. Y me lo dijo cuando estuvo seguro de que había detenido la grabadora y la cinta estaba fuera. ‘Imagine si eso sale publicado’, me dijo, ‘un ministro de justicia colombiano pidiendo la legalización de las drogas, ¡parecería que ando defendiendo mi negocio!’
Desde entonces han sido legión los representantes públicos que han pedido esta opción. Fernando Henrique Cardoso, expresidente de Brasil, por ejemplo, encabeza el reporte de la Comisión Global de Drogas en la que se exige la despenalización del consumo de drogas ilegales. Junto a Cardoso, Ernesto Zedillo, César Gaviria, Kofi Annan o Javier Solana. Todos tienen una curiosa coincidencia: son ‘ex’. Expresidentes, exsecretarios, exdirectores. Los dignatarios en el poder asienten convencidos pero, eso sí, fuera del micrófono y con la grabadora apagada. Y una vez que se han liberado de formalismos, se desahogan con desgarradora sinceridad: estamos en el camino equivocado. Aquel reporte firmado por tanto ‘ex’ concluía que la guerra contra el narco, que se remonta nada menos que a cincuenta años atrás, ha fracasado porque la oferta crece y la demanda, también.
Vicente Fox, tan defensor de las políticas represivas, también experimentó un cambio similar y un buen día, ya sin gobierno, pidió la legalización de la marihuana, y el expresidente norteamericano, Jimmy Carter, lo hizo a través del New York Times. En España ha sido Felipe González, otro ‘ex’, el que pidió el fin de la prohibición, aunque pedía, ¡como si fuera fácil!, que se hiciera de forma global, universal, para que ningún dirigente tuviera que enfrentarse al estigma internacional de ‘amigo de los narcos’.
Sin embargo, el narcotráfico sigue proliferando, la demanda se dispara cada año y la oferta, que genera beneficios disparatados, continúa en manos de delincuentes de baja estopa y de alta corbata. En este contexto, Guatemala rompe estos días una tendencia que no lleva a ninguna parte: la de los ‘ex’, los que ya no tienen responsabilidad y deambulan de foro en foro denunciando gigantes donde antes sólo veían molinos. Otto Pérez, presidente de este pequeño país centroamericano, tan castigado por la violencia de los narcotraficantes, propone a sus colegas centroamericanos legalizar y regular el comercio de las drogas. Una propuesta que llevará a la próxima cumbre de mandatarios centroamericanos, el próximo verano en Honduras, para analizarlo y discutirlo, aunque si recibe buena acogida podría estudiarse en Cartagena de Indias el próximo abril.
Una tendencia, insisto, rota, la de los ‘ex’, la de personas ajenas ya al poder pero que conocen los entresijos de palacio como para hablar abiertamente y con conocimiento de causa. Muy poderosos deben de ser los grupos de presión prohibicionistas pero Guatemala, al menos, ha puesto sobre la mesa de los que sí tienen responsabilidad una patata caliente: la guerra contra el narco ha fracasado y cualquier estrategia nueva, por muy descabellada que pueda ser a los ojos de los más puristas, no puede ser más decepcionante que la batalla frontal y la prohibición.


© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com

jueves, 9 de febrero de 2012

Fray Bartolomé de las Casas: el Garzón de cinco siglos atrás





El día de Pentecostés de 1514 Bartolomé de las Casas renunció a sus tierras y a sus esclavos en isla de La Española para dedicarse en cuerpo y alma a lavar su conciencia. En sus retinas aún se movían atormentados unos cuerpos que yacían insepultos en el lecho de un río medio seco tiempo atrás, cuando se asomaron curiosos a observar el paso de los estentóreos soldados de la corona española. Los taínos salían de sus aldeas para ver a esos extraños de cabellos brillantes y pelos en el rostro que decían venir en nombre de un dios desconocido. Sorprendieron a los soldados, cansados de la extenuante marcha, mientras afilaban sus espadas en los cantos rodados del lecho rocoso. Al grito de 'probemos el filo con esos indios' se produjo una masacre que el encomendero sevillano no pudo digerir y que marcó el inicio de su misión en este mundo: originar una gran indigestión a la corona española: una indigestión moral.

Necesitó décadas y ni aún así logró el cambio que reclamaba pero con paciencia, tenacidad y una desbordante personalidad, fray Bartolomé de las Casas al menos propagó el mensaje que atormentaba sus días: el exterminio nos aleja del ser humano que decimos ser. Cuando ocurrió su especial 'caída del caballo' llevaba doce años en tierra nueva, siguiendo los pasos de su padre, que llegó como colono, y en ese tiempo había sido minero, de los que rebuscaban pepitas en el fondo de los ríos, más tarde tuvo una encomienda, es decir, una concesión real para que hiciera rentable unas tierras con indígenas a su cargo, sintió explotar la conciencia y regresó a España para ordenarse religioso.

De todas las acusaciones que escuchó el sevillano la que más debió dolerle fue la de crear la leyenda negra de España, aprovechada sobre todo por los enemigos ingleses para justificar sus ataques contra la corona española, pero también la de exagerar los relatos para conseguir fama y autoexaltación. El historiador Ramón Menéndez Pidal lo califica, además, de enfermo mental y Pedro Borges, especialista en historia religiosa, ve en el sevillano a un vanidoso que no piensa tanto en los indios como en sí mismo. Algunos religiosos de su propia orden lo veían como un ególatra incapaz de escuchar a los demás, obsesionado por su imagen y por entender la justicia como una lucha eterna contra los valores establecidos. Los colonos de las Indias lo despreciaban porque defendía a lo que ellos consideraban bestias y temían que el empuje de aquel fraile les arrebatara haciendas y esclavos. Le recordaban sus tiempos de encomendero, aireaban sus tiempos como dueño de esclavos, en las colonias era un traidor.

 Por otro lado están los fríos datos: la población americana descendió de ochenta millones de almas a diez millones en dos siglos, un genocidio, conseguido con espadas y virus, aún por superar. Un ejemplo: los lucayos fueron trasladados desde las islas Bahamas a la península para peregrinar de circo en circo hasta extinguirse como raza.

Las Casas vuelve a España y se entrevista con el rey Fernando y con el cardenal Cisneros. Tanta pasión puso en su discurso que le idearon un título ex profeso, ‘Protector de los Indios’ y le otorgan otra encomienda, ésta en el norte de Venezuela, para que organizara un laboratorio indígena. Su experimento no funcionó porque los colonos, cruel zancadilla de la historia, se dedicaron a la trata de esclavos. Además, aprovechando un viaje del fraile a España, los nativos se rebelan y su particular sociedad feliz se va al garete. El sevillano se hace entonces dominico porque son de los pocos que critican el modo en el que se está colonizando el nuevo continente. Su empeño es notable y además de escribir encendidos discursos bucea en el derecho  en busca de fundamentos jurídicos para la abolición de la esclavitud. Frente a las tesis del sevillano se alzaron las de un cordobés de Pozoblanco, Juan Ginés de Sepúlveda, capellán de Carlos I y dominico también, un religioso que sin pisar América se convirtió en el principal defensor del imperio español, en base a sus conocimientos de Aristóteles, y en el más apasionado paladín de la conquista, colonización y evangelización de las nuevas tierras. El argumento era sencillo: las civilizaciones superiores tienen todo el derecho a dominar a las inferiores para sacarlas del salvajismo en el que viven y elevarlas al supremo nivel del evangelio.

El fraile sevillano, agotado de tantos viajes y de tantas discusiones teóricas, aún tiene tiempo para viajar a Guatemala y volver a levantar una nueva versión de su Utopía venezolana, esta vez con más éxito: aprende la lengua local y pacifica a los indígenas a través de versos y cánticos. El fraile sevillano, empeñado en demostrar que el indio es también humano, se entrevista con el emperador Carlos I y le convence de que hay que cambiar el sistema. El rey convoca al Consejo de Indias y, siguiendo los consejos del sevillano, el 20 de noviembre de 1542 promulga las ‘Leyes Nuevas’, por las que abole la esclavitud de los indios. Que se cumplieran o no es otro cantar. Además, el fraile consiguió que al menos dos religiosos estuvieran presentes en cada acción de conquista o colonia. Los avances fueron más sobre el papel que en la realidad así que Bartolomé se decidió a escribir sus recuerdos en lo que sería su obra más conocida, ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’, donde muestra con toda su crudeza un auténtico genocidio y saqueo. Su combatividad le granjea numerosos enemigos, tanto en tierra nueva como vieja, sobre todo cuando asegura preferir a los indios desnudos y adorando a dioses extraños que sometidos a esclavitud. Las Casas llega incluso, en el colmo de un atrevimiento un tanto naif, a proponer la marcha de los españoles de las tierras descubiertas y esperar a que los reyes indios reclamen a la corona de los Austria para que los colonicen de buen grado.

Al final de su vida recibió el nombramiento de obispo de Cuzco, cargo que rechazó, y de Chiapas, que aceptó por imposición y donde dejó tan buen recuerdo que la capital del departamento se llama aún hoy ‘San Cristóbal de las Casas’. Murió en Madrid, a los 82 años, después de renunciar a su condición de obispo, cansado y abatido porque frente a la moral no luchaban molinos: eran gigantes. 


Bibliografía.

La conquista de América, El problema del otro, Tzvetan Todorov, Siglo Veintiuno Editores
Brevísima Relación de la destrucción de las Indis, Bartolomé de las Casas, Cátedra Letras Hispánicas, 14ª edición, Madrid, 2005.
Quién era Bartolomé de las Casas, Pedro Borges, ediciones RIALP S.A., Madrid, 1990
La controversia entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Una revisión. Artículo de Francisco Fernández Buey, Universidad de Barcelona


© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com

miércoles, 8 de febrero de 2012

Viaje a la Amazonía: Nukak Makú, la muerte de una raza







En un cubo de basura de San José del Guaviare rebusca restos de comida un pequeño grupo de menesterosos. Es la gran fiesta del Joropo, el baile regional típico de los llaneros, la ciudad está encendida, los más hábiles bailarines de este complicado floclor han venido de todos los rincones de la selva y de los Llanos Orientales. Los puestos de comidas, la música vallenata de las atracciones, el timbre de la música llanera. Todo se entremezcla con el gentío que disfruta en el pabellón de deportes del agotador Joropo. Mientras, los menesterosos siguen rebuscando en la basura: restos de mamona, la típica carne a la llanera, trozos de pizza, de cuando en cuando un vendedor se apiada y les regala un refresco o un plato con restos.






























A nadie importa pero esas manos que se esfuerzan por encontrar un resto de comida continúan en unos cuerpos chatos y morenos, vestidos con camisetas demasiado grandes para sus cuerpos, las miradas desafiantes, los niños envueltos en sus juegos infantiles, las mujeres sujetas a rollos de cuerdas de hoja de palma con las que fabrican sus pulseras. A nadie importa, como digo, pero esos cuerpos rechonchos y esas miradas oscuras, escondidas bajo cejas depiladas y sin pestañas, son las de los últimos nukak makú, una raza en extinción. Los hombres deambulan por las puertas de los bares, puede que buscando alcohol. Las mujeres hacen círculos para atraer a los pocos turistas. ¿Cuánto por una pulsera? Diez mil, gesticula hosca una nukak. Acepto y espero paciente a que elabore una pulsera que confecciona a la medida, mi brazo sujeto al suyo. Al acabar hago una prueba: le doy mil. La nukak coge el billete, lo mira y se lo mete en el bolsillo. No conoce el valor del dinero. Uhmm, interesante: la detengo y le cambio el billete: es este, diez mil, no mil. Los nukak apenas hablan castellano y su idioma, una bacanal de chasquidos en los que predomina la letra i se me antoja ininteligible. La concejala de asuntos sociales de San José me lo confirma: no, no conocen el valor del dinero, pero lo buscan con insistencia. 'Mire si no cómo hay nukaks con los ojos verdes y sabrá que todo tiene un precio'. Pues sí, en San José, como en todas partes, todo tiene un precio y alguien dispuesto a pagarlo...


Bailarinas de joropo en San José del Guaviare
Nukak Makú elaborando pulseras en el mercado de San José del Guaviare


Una pena porque apenas quedan doscientos de aquellos dos mil que aparecieron a finales de los años ochenta pidiendo ayuda porque una infección los mataba por decenas. Los investigadores descubrieron que se trataba de un pueblo nómada, que vagaba por las selvas de la Amazonía y la Orinoquía en grupos de treinta individuos y que desde los graves sucesos protagonizados por los caucheros de Julio César Arana (El sueño del celta, de Mario Vargas LLosa) en el siglo XIX habían decidido desaparecer de la vista de los occidentales y esconderse selva adentro. En la década de los años sesenta los colonos volvieron a encontrarlos y la fricción acabó con varios indígenas muertos. A finales de los ochenta, los Nukak Makú salieron de nuevo, esta vez perseguidos por los cocaleros que ambicionaban las tierras por las que deambulaban para sembrar más hoja de coca. Y entre la imposibilidad de volver a la selva, infestada de guerrilleros de las FARC, campesinos coqueros, colonos y misioneros que, entre todos, acababan con sus vidas (a base de balas o de virus), los nukak conocieron las fascinantes bebidas de colores de los hombres blancos y sus grandísimas construcciones. Y eso que no salieron a Nueva York sino al minúsculo municipio de Calamar, en lo más profundo del departamento del Guaviare, capital de las FARC, con su emisora de radio revolucionaria y sus transacciones de mercancías comunes a cambio de gramos de pasta base de coca (este mismo blog, viaje a Colombia). Los nukak habían llegado a un punto de no retorno: la selva era demasiado peligrosa para ellos pero la civilización podría serlo más. Diez años después de su 'descubrimiento', en mil novecientos noventa y ocho, la comunidad nukak había disminuido hasta los mil individuos, gracias a sucesivos brotes de sarampión, meningitis, gripe, hepatitis y demás enfermedades desconocidas. Hoy sólo sobreviven entre doscientos y trescientos individuos.


Joven Nukak Makú acicalándose para salir a la ciudad


La desaparición de toda una raza ocurría a una velocidad de vértigo y el gobierno colombiano, ocupado entonces en lo más duro del conflicto contra las guerrillas, aún pudo levantar un exiguo programa de salud para evitar su desaparición total. Voy a verlos a Agua Bonita, en las afueras de San José. Es difícil hablar con ellos, apenas entienden el castellano y tampoco tienen mucho interés: los blancos les damos cierto asquito. Hoy están, además, enfadados porque aún no ha llegado el camión con mercancías que el gobierno les envía semanalmente. 'Se han acostumbrado a recibir comida y no hacen nada más por conseguirlo, incluso están olvidando sus ancestrales técnicas de caza', me cuenta el guía, Yolver, mientras torea con éxito las miradas furibundas del líder de la aldea, un tal Schneider. ¿Y ese nombre? ¡Sabe Dios!

Schneider se coloca bien la camiseta en su aldea de Agua Bonita con cierto malestar


Los Nukak Makú se extinguen y aún es posible verlos así que acuda rápido antes de que agonice el último, trate de engañarles con el precio de las pulseras, podrá ahorrarse unos céntimos de euros aprovechando su ignorancia, véalos bebiendo colas, probándose pantalones, jugando con monos minúsculos que cazaron en la selva, a los Nukak no les queda ya mucho tiempo pero con unos billetes y pocos escrúpulos todavía es posible revolcarse con una hembra de una raza en extinción. Y si llega tarde, no se apure: Survival nos avisa de que en el Perú ha sido contactada una nueva raza desconocida: etnias aisladas en el Perú, y dicen los científicos y antropólogos que en todo el planeta todavía pueden ser cien las razas que se esconden en la floresta. Disfrútelos antes de que desaparezcan y nos entreguen a cambio una raya de cocaína o un litro de gasoil.





 © José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com

lunes, 6 de febrero de 2012

Diego de Alvear: la fortuna cordobesa del Odyssey



Diego de Alvear volvía a su Montilla natal, en Córdoba, después de una vida dedicada a abrir fronteras cuando una escuadra inglesa interceptó su flotilla frente a las costas del Algarve portugués. Diego, que dominaba el inglés, además de tupí, guaraní y otras seis lenguas, pasó a la nave principal de los agresores como traductor cuando los británicos, como aviso, dispararon una salva con tan mala suerte que el tiro cayó sobre la fragata ‘Nuestra Señora de las Mercedes’, la hundió, y con ella la fortuna de Alvear, acumulada durante toda una vida. Y con la fortuna, su esposa, ocho de sus nueve hijos y un sobrino. Y las copias únicas de los escritos donde recreaba sus descubrimientos en tierra nueva. El cordobés, por si fuera poco, fue conducido a Gran Bretaña con el resto de la flotilla, preso y desconsolado.

El incidente dio fama al de Montilla: en Inglaterra su historia provocaba llantos y el gobierno británico, avergonzado, acordó devolverle parte de sus riquezas perdidas. Alvear, eso sí, debía de tener un espíritu alegre: durante su cautiverio conoce a una joven británica, Luisa Ward, con la que tuvo otros diez hijos. Borraba así su anterior vida, la que había comenzado treinta años atrás como guardiamarina en la colonia de Sacramento, una plaza en permanente disputa entre lusos, británicos y españoles como punta de lanza para asegurarse el comercio del sur del continente americano. El de Montilla formó parte del ejército de Pedro de Cevallos, un gaditano que derrotó a los portugueses en Sacramento, creó el virreinato del Río de la Plata y se erigió en su primer virrey. Diego se adentró en los desconocidos territorios ribereños, aprendió tupí y guaraní, levantó las fronteras entre los ríos Paraguay y Paraná, escribió tratados sobre botánica y etnología, y consiguió el grado de general. El cordobés deja atrás además una leyenda: José Ignacio Hamilton, en su libro Don José, la Vida de San Martín, asegura que Diego de Alvear es nada menos que el padre del libertador del cono sur, hijo ilegítimo producto de sus amores con una india guaraní, la bella Rosa Guarú, pero que decidió ocultarlo para no causar discusiones entre los suyos. Años después, José San Martín rechazó a las tropas españolas y consiguió la independencia de la región que su supuesto padre puso a los pies de la corona española.


Pero esa vida anterior se había hundido en el mar. Ahora vivía a medio camino entre Montilla y Londres, el inquieto Alvear gestionaba las bodegas que fundó su abuelo, defendió Cádiz de los ataques franceses, rindió la flotilla del general galo Rosilly y fue nombrado gobernador militar de San Fernando. Sus últimos años los pasa apoyando la causa liberal y detenido en repetidas ocasiones por eso mismo. Diego de Alvear murió en 1830 sin saber si tenía fortuna y honores o no, tantas veces se los retiró el vil Fernando VII. Nunca hubiera sospechado que su fortuna hundida terminaría en un litigio entre el gobierno de España y una compañía de cazatesoros que lo recuperó del fondo del mar y que el hijo que tuvo con aquella india correntina terminaría separando las tierras que tanto amó de la corona que tanto defendió.


Bibliografía: 
Don José, la vida de San Martín, José Ignacio García Hamilton, Editorial Sudamericana,
Seamos libres y lo demás no importa nada (Vida de San Martín), Norberto Galasso, Colihue, Buenos aires, 2007
          Combate de Trafalgar, Manuel de Marliani, Imprenta Matute, Madrid, 1850



© José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com


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