Existe
un valle en Oriente Medio en el que no puedes encontrar musulmanes. Al menos que lo manifiesten abiertamente. Está a tiro
de piedra de Trípoli, al norte del Líbano, una ciudad donde se entremezclan
sunitas moderados, sunitas wahabitas que simpatizan con Al Qaeda, palestinos,
chiítas al uso y hasta versiones regionales de los seguidores de Alí: los
alauitas. Pero a poco más de media hora en coche subiendo unas espectaculares
montañas que se internan en un valle pedregoso y con cierta luz mágica, los
musulmanes están prohibidos. 'Si vemos a algún musulmán por el valle, lo
matamos', asegura Harold, un tipo fibroso con pinta de paramilitar que regenta
un hotel en Bcharre, en el polémico valle de Kadisha.
A lo largo del camino que
lleva a Bcharre atravieso pequeños pueblos con pequeñas multitudes que
conversan animadas a las puertas de algunos bares, de edificios levantados con
vistosas piedras, hay monasterios excavados en los montes milagrosamente
suspendidos sobre el vacío, hay vergeles y hay iglesias pero no veo las torres
de las mezquitas que salpican el resto del país. Harold es un tipo duro,
fibroso y alto, parece permanentemente alterado y enfadado con el mundo.
Probablemente haya visto cosas que prefiere no recordar y hasta puede que haya
ejecutado su amenaza alguna que otra vez. En Trípoli, su primo Pierre, que
regenta otro hotel, me da la primera pista del valle: 'odio a los palestinos',
asegura mientras transforma su espíritu relajado a una versión inesperada del
demonio de Tasmania. Pierre recuerda que los palestinos, en sus luchas intestinas,
le han destrozado la casa en cuatro ocasiones, y que la última 'sólo dejaron
los cimientos y la estructura'. Cuando los palestinos se lían a tiros, los
cristianos de Trípoli meten apresuradamente sus cuatro cosas en la maleta y se
largan corriendo al valle de Kadisha. Allí están seguros, entre los suyos, sin
musulmanes. Al volver, cuando la batalla amaina, regresan para hacer inventario
de destrozos. 'Por eso aquí no pueden entrar', me dice Harold, 'porque los
odiamos'. Puede venir de paseo, eso sí, visitar la región, tomarse un té. 'Pero instalarse a vivir aquí, ni hablar', dice Harold circunspecto y malhumorado.
Bcherr vista desde el museo de Gibran |
Claro
que el odio es mutuo y los recuerdos de atrocidades, común. Fueron los comandos
de paramilitares cristianos maronitas los que ejecutaron a miles de civiles
desarmados en los campos de refugiados de Sabra y Chatila con el beneplácito de
Israel y el apoyo de sus soldados. Un crimen atroz que se ensañó especialmente
en mujeres, niños y abuelos, una machada que veo reflejado en los ojos
vidriosos de odio de Harold. Claro que también murieron miles de cristianos a
manos de palestinos iracundos, de grupos terroristas chiítas y hasta del
ejército israelí en sus locas incursiones en lo más profundo del territorio
libanés. Los cristianos vengaron con la muerte de esas pobres víctimas civiles
el asesinato de su lider, Bashir Gemayel, un sanguinario señor de la guerra que
llegó al poder como empeño personal de los israelíes, con Ariel Sharon al
frente, en un clásico 'divide y vencerás'. La excusa, sin embargo, no fue la
muerte del líder de las Falanges sino la masacre de Damour, una ciudad cercana
a Beirut donde militantes de la OLP asesinaron a gran parte de la población,
cristiana, con un balance que ronda las seiscientas personas asesinadas. Pero dicen que los palestinos pretendían, con esta masacre, vengar otra masacre anterior,
la de Karantina, donde los falangistas asesinaron a más de mil quinientos
palestinos. Una masacre que, probablemente, respondió a otra masacre que, a su
vez, respondía a otra matanza perdida ya en la noche de los tiempos.
La catedral de Bcherr |
Recortada
contra la luna llena, la cruz de la catedral de Bcharre tiene algo de tétrico.
No me extrañaría que del bosquecillo apareciera un hombre lobo devorando cruces
y medias lunas. Se respira paz en la noche de Bcharre. En un bar elaboran
grandes y sabrosas pizzas, los dueños, muy amables, se congratulan de que un
español pise su terraza, gira la televisión hacia mi mesa, rompiendo e ángulo
de visión del resto de la clientela, todos sonríen, me siento abrumado. Esta
gente es sumamente amable, pienso, y los veo multiplicándose para que me
encuentre a gusto, la espera de mi pizza se me hace corta porque el vecino de
mesa me da parte de su plato para que conozca las delicias locales. El valle es
una cárcel de oro, una tierra convertida en salvoconducto, tan lejos y tan
cerca de los chiítas, de los ismaelitas, de los sunitas, de los wahabitas, de
los alauitas y de todo lo que huele a mahometano.
Pierre
me asegura en Trípoli que la guerra civil supuso una verdadera sangría para la
comunidad cristiana maronita. Las matanzas que cometían los suyos herían el
alma de los buenos cristianos tanto, o más, que las que sufrían en carnes
propias. En los controles aleatorios en Beirut los palestinos degollaban a los
cristianos, los cristianos a los palestinos, los francotiradores volaban las
cabezas de cualquiera, los más gamberros tiraban a los rehenes desde los pisos
más altos para probar puntería con los cuerpos en caída libre, el ejército
norteamericano bombardeba desde la seguridad de las playas frente a la
Corniche, los franceses se protegían como podían, los italianos saludaban a los
israelíes, la anarquía convirtió el país en un lugar invivible. 'Tanto fue
así', dice Pierre, 'que el patriarca de la Iglesia maronita visitó las
embajadas de los países occidentales para exigirles que no concedieran más
visados porque el equilibrio del Líbano corría peligro de desaparecer'. De
hecho, la tradicional mayoría cristiana comenzó a flaquear y los musulmanes,
aumentados en número con los refugiados palestinos y sus grandes familias,
amenazaron con alcanzar la mayoría de la población. Cerca se quedaron, eso sí,
y aún suponen casi el 55% de los libaneses, divididos en doce confesiones
cristianas, desde los maronitas a los católicos sirios, pasando por
protestantes, armenios, asirios, coptos, sirios caldeos o seguidores de la
iglesia griega ortodoxa.
El delirio religioso en su lugar de origen, a pocos
kilómetros del epicentro, Jerusalem, un lugar que, como le ocurre a los
musulmanes con el valle de Kadisha, está tan cerca como el último confín del
universo porque la frontera, la del Líbano con Israel, sigue inalcanzable y olvidada.
Eso sí, el patriarca no pudo evitar que los sobrinos de Pierre estén en París y
que yo haya pasado aventuras absurdas con cristianos libaneses en el norte de
Colombia, en el interior de Haití o en el Nagorno Karabagh: sólo en Australia
son casi trescientos mil, cien mil en Costa de Marfil o treinta mil en Senegal,
que Shakira o Salma Hayek lleven la sangre libanesa a gala y que el mundo sea
una extensión de estos herederos de aquellos navegantes fenicios de casi tres
milenios atrás.
En
el siglo V el santo Marón se echó al monte para convertirse en un anacoreta al
uso, un santón que huía de las polémicas de su época sobre si Jesús tenía parte
divina o sólo era un simple mortal más. Sobre sus enseñanzas y sobre su figura
se construyó esta extraña iglesia cristiana, la Maronita, una iglesia tan
pacífica que huyó del cisma y sigue al Vaticano como los católicos, pero tan
asediada que pierde los papeles cuando se siente amenazada y saca los peores versículos
del Antiguo Testamento, los del Yahvé iracundo y colérico.
En
el centro de Bcharre se levanta la casa de Gibran Khalil Gibran, el gran
escritor libanés autor del Profeta. En una cueva excavada en una montaña
coronada por un monasterio que hace las veces de seminario está su museo. En la
mente de sus vecinos bailan sus frases como veredictos. Me quedo con esta: "En el corazón de
todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche,
viene una aurora sonriente"
©José Luis Sánchez Hachero
sanchezhachero@hotmail.com
Interesante blog. El año pasado estuve por allí y recuerdo Bcharre casi como la comentas tú. Es un reducto de cristianos pero si estuviste en el museo de Gibran Kahlil te contarían como allí dieron bastante tralla a los cristianos por parte del Imperio Otomano.
ResponderEliminarEn un par de fotos sale un lider pólitico cristiano del que no hablas. Es Samir Geagea del partido Fuerzas Libanesas. En la guerra civil mató a un primer ministro (sunita por tanto), un tal Karami. Por ello fue encarcelado tras la guerra. Actualmente es diputado y el nieto de Karami ministro del gobierno. Es un curioso país el Líbano.
También no se si sabes que hay palestinos que son cristianos, pocos pero haylos, aunque creo que la mayoría viven en Israel. Me gustaría saber que piensan en Bcharre de estos singulares palestinos.
Para terminar, al bajar de esas montañas hacia el Este te encuentras la ciudad de Baalbeck, feudo chiíta. Allí no hay muchos cristianos ;)
Un saludo
Mi hija, haciendo un erasmus em Italia, conoció a un libanes. Casó con él y tengo una pareja de nietos encantadores con sangre española y libanesa.
ResponderEliminarDos gracias a Dios por haber querido darme un yerno tan bueno, honrado y trabajador. Es una persona encantadora.Precisamente es
de esa región norteña próxima Trípoli, de la que habláis.
Un cordial saludo
Amtonio